21 may 2010

El pasajero de Truman


Uno de los elementos que más me atrae de los libros de Suniaga, tanto de La otra isla y ahora El pasajero de Truman, es la construcción de los mundos posibles, es decir, de las realidades como hechos narrativos que hacen factible la vida de los personajes allí inmersos, más aún en este último libro que lleva la añadidura de combinar la historia con la ficción.

No es temerario llamar a esta novela como “histórica”, puesto que los hechos y personajes reales, que existieron en nuestro pasado político, están allí; podemos sentir a través de sus palabras el entusiasmo por alcanzar un país moderno con una clara visión democrática, algunos con la demagogia de siempre, y otros, con verdadera vocación política como fue el caso de Diógenes Escalante. Situación por demás compleja en “un país tan levantisco” como bien dijera éste en un pasaje de la novela.

El texto nos ofrece un rápido panorama de cómo fueron aquellos días mientras se iba formando el incipiente sistema democrático venezolano, que hoy día seguimos disfrutando, pero con evidentes rasgos de cansancio y vapuleo tremebundo por el actual gobierno. Todo comienza, así como en el Ultimo encuentro de Sándor Márai, cuando un par de hombres de avanzada edad, ambos nonagenarios para ser exactos, se reúnen después de sesenta años para echarse los cuentos de lo que pasó hace tanto tiempo. Román Velandia, periodista, historiador y ex presidente, por una parte; y por la otra, Humberto Ordoñez, asistente de Diógenes Escalante (o su “Sancho Panza imprescindible”, como él mismo se llamó), se transan en un fascinante diálogo que nos lleva de paseo por la historia.

Francisco Suniaga tiene la virtud, más allá que de revivir la historia, es de darle vida nuevamente a los personajes, retornarles su propia voz a cada uno, tal como si fueran ellos mismos los que narran, los que cuentan. Es sentir incluso ese dialogar tan propio de la época, con el refinamiento y la sintaxis de entonces tan extraviada hoy día.

En El pasajero de Truman asistimos al real y triste episodio vivido por Diógenes Escalante cuando éste pierde la razón. Aquel que fuera llamado a transformarse en el centro de apoyo, de reflexión y sensatez tanto de opositores como del gobierno de la época, perdió sus cabales. Una verdadera lástima, más aún cuando todos convergieron en apoyar su candidatura, viendo en él las mejores dotes de preparación y civismo para reformar las instituciones, la constitución y llevar las riendas del país. Y…¿será que aquello fue premonitorio para que hoy día jamás haya concordia entre los grupos políticos? (pensamiento en voz alta).

La lectura de esta novela le deja a uno el grato de sabor de evocar la historia. Sin duda una de las bondades logradas por Francisco Suniaga en su narrativa. Supongo que Ramón J. Velásquez y Hugo Orozco, a quienes el autor les da su “profunda gratitud” al finalizar el texto, fueron de incalculable ayuda para lograr esta excepcional novela. Ambos incluso forman parte del mundo ficcional, seguramente como parte de ese agradecimiento.

Cierro con estas perlas que brillan con luz propia dentro de El pasajero de Truman.




Paradójicamente, por ser nosotros hijos de la contradicción, resulta que Miraflores es lo que nos corresponde, es la sede perfecta para poderosos ignorantes y confundidos que nunca han distinguido entre mandar y gobernar…(pag. 49)


La dimensión de lo ridículo es uno de los parámetros que los autócratas rompen, y lo hacen tan a menudo que quienes los rodean llegan a creer que esa conducta es normal, cuando ni por asomo, lo es… (pag. 54)


En Venezuela los ex presidentes no tienen vocación de jarrones chinos, sino que se convierten en una especie de candidatos eternos a una nueva presidencia, una perturbación permanente… (pag. 72)


Venezuela…una potranca salvaje que no se acostumbraba a la silla de montar y para ser su jinete no bastaban la habilidad y sabiduría; había que tener mucha fuerza física… (pag. 104)


El éxito en nuestra cultura es intolerable. De eso me di cuenta después de vivir años en Estados Unidos y en Inglaterra. En esas sociedades el éxito se premia, y por eso son desarrolladas, en la nuestra se castiga, y por eso estamos así. La envidia no nos deja ver lo importante que es para una sociedad que quienes están dotados para tener éxito en algún campo, más si se trata del área de los negocios, lo tenga… (pag. 120-121)
Creo que la mejor antonomasia vigente llamada a ejemplificar dicho párrafo, lo representan RCTV y Empresas Polar, por nombrar sólo dos.

Hay muchísimos ejemplos. Léansela la novela, no se arrepentirán.

3 comentarios:

mharía vázquez benarroch dijo...

Excelente crónica, nunca decepciona entrar a tu blog, porque la pasión con que lees es digna gemela de la pasión con que escribes...y si, más que nunca y como tú bien dices "sumar lectores es restar balas..."

Icíar dijo...

Y qué bien me vienes. Cuántas buenas referencias para conocer un poquito Venezuela a través de su literatura.
Lo de la envidia, ese pecado del que también se quejan los españoles.

En fin, me ha gustado tu explicación.
Un saludo

Unknown dijo...

Me ha gustado tu explicación, habra que leer la novela.

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