Las imágenes literarias dan fe de una narrativa envidiable de Miguel Otero Silva. Desde unas ávidas agujas de la noche (los mosquitos) que azotaron a un pueblo derrotado, carcomido por el abandono, sumando fantasmas en cada casa, hasta un turbio muro de plata (la lluvia) que trajo consigo más desolación, tristeza y muerte, encontramos una obra exquisita y plurivalente en todo sentido, y a un autor imprescindible dentro de la literatura nacional e iberoamericana. Ambas novelas, ahora más que nunca, son de ineludibles lectura para el enriquecimiento de nuestro espíritu, y sobre todo, para el entendimiento de las desventuras que aún nos afectan como nación.
28 mar 2008
Casas Muertas / Oficina Nro. 1
25 mar 2008
La desmemoria del tiempo
En días recientes tuvimos el gusto de conversar con Judit Gerendas a propósito de su visita al programa radial Librería Sónica. Nos enfocamos en su última novela la cual fue merecedora del Premio Municipal de Literatura: La balada del bajista. Tocamos varios temas de interés –siempre con la novela en la mirada- tratando de sacarle el mayor provecho a la hora radial que termina transformándose en 45 minutos por compromisos varios de la estación. Como siempre, el tiempo fue escaso, efímero.
De la afable conversación con Gerendas, situación que inevitablemente me llevó a los pasillos universitarios, a sus seminarios que terminaban siendo un canto a la cultura, tocamos un punto que trajo a colación la estupenda escritora, que ha estado rondándome los sesos en los últimos días. Las razones pudieran ser muchas, más cuando el proceso de lectura de los textos que te embelezan, te atrapan o te cautivan, termina siendo más gratificante de lo que esperabas. Es como si despertaras nuevamente y en el reciente parpadear te hallaras con una nueva visión del mundo, configurado por nuevas imágenes o por ideas mancilladas, trilladas, pero delineadas de una manera distinta. Lo curioso de tales aspectos es que en muchas ocasiones, ese reciente “despertar” viene de palabras olvidadas en el tiempo, de autores que han quedado relegados a una historia enmohecida que nadie retoma, que nadie recuerda o pero aún, que conocen muy pocos.
Hablamos del gran olvido en la que caen los autores, y particularmente, los venezolanos, y esto en cualquier rama cultural. No quiero aludir a otros autores hispanohablantes, vivos o muertos, ya que sería llover sobre mojado mencionar voces que siempre serán emblemas, símbolos de nuestra cultura. Existe una gran desmemoria por los hechos y los autores que hicieron de la palabra su espíritu, que parece tomar asiento y desde la borda observa el correr de los años, sin que nada ni nadie paralice ese cause indiferente.
Qué hay de la cuentística de Alfredo Armas Alfonso, de la poesía de Rafael Angel Barroeta, de un Manuel Díaz Rodríguez que en su momento recibiera elogios de Unamuno y Rubén Darío por su novela Sangre patricia, sólo por nombrar algunos. El arsenal del olvido es extenso si como se dice en buen criollo “le meto cabeza al asunto”. El punto es que, respetando, aplaudiendo y reconociendo el mérito indudable de las voces de Rómulo Gallegos –duélale a quién le duela- y Arturo Uslar Pietri, nuestra proyección histórica literaria pareciera supeditarse a estos dos grandes de las letras –y no olvido a Don Andrés Bello para no caer en ridículo más de lo necesario. Con vil descaro dejé de mencionar otras voces que sin duda, ustedes amables lectores, tienen en mente. Confieso mi ruindad y mi propia “desmemoria”. Pero, cómo hacer para combatirla, para traer al ruedo nuevamente ese pasado que sin duda, por el mecanismo que sea, fueron los pioneros de lo que hoy pudiera llamarse nuestra literatura contemporánea, nacional o como quieran llamarla. Cómo podemos honrar a los que abrieron la senda literaria a punta de machete sobre una maleza inhóspita e inexplorada. Sólo me atrevo a dar una opción, de seguro hay muchas más: leer y releer, leer y releer; pero para ello, aunque no necesariamente, sería de gran utilidad que alguien nos diga, “visita estas líneas”, “conoce a este autor”, “te recomiendo tal libro”. En gran parte es nuestra responsabilidad al menos intentarlo con aquellos que medianamente, así como tú, así como yo, disfrutamos del encuentro con la palabra escrita.
Hoy día cuando repunta cierto interés por nuestra producción literaria, en donde gratamente nos estamos leyendo más entre nosotros mismos –según mi parecer y el de otros colegas-, amén de que nos están leyendo fuera de nuestras fronteras, pareciera ser el momento oportuno para renovar los votos con esa literatura dormida, cubierta por sábanas de polvo en cada repisa bibliotecaria, lo que llamara Gisela Kozak La narrativa engavetada, en un artículo de su puño y letra que leyera en una revista especializada.
En todo caso -y no sé si se trata de una positiva coyuntura editorial en donde día a día consigues nuevas publicaciones nacionales en las librerías, incluso hasta en las farmacias-, impresiona ver cómo los libros fatto in casa e importados, compiten no sólo entre ellos mismos para ganarse un bolsillo comprador, sino con el tiempo de exposición, es decir, por los días y las noches que han de pasar tras una vitrina antes de que expire su derecho de ser exhibido. Claro, estoy hurgando en otro tema digno de una reflexión a parte: el marketing, las editoriales, las ventas, etc.; pero cómo evitar que los continuos tirajes no sepulten cientos de textos que de seguro son unas joyas; cómo recobrar nuevamente la memoria de los autores y los libros que algunas vez fueron el boom del momento.
En días recientes quedé sorprendido cuando al abordar el metro de caracas me hallé en el vagón a tres personas que iban leyendo el mismo libro. ¿Qué leían? La última edición de la saga Potteriana. Será que nos hace falta un poquito de magia, algo más de marketing, algunas píldoras para combatir la amnesia, no lo sé… Yo iba absorto en mi propia lectura, en un libro lleno de tanta magia como los escritos por J.K Rowling, tratando de combatir la desmemoria que nos ataca a todos –a unos más a otros menos, claro- intentando traer al presente una obra de 1955 que se me antoja más actualizada que nunca ante la indolencia de los gobernantes de turno –también harina de otro costal. Leía Casas muertas con el gusto con que se come un delicioso plato de comida, en donde el último bocado por razones tal vez inexplicables y que guardas para el final, es el más sabroso. Tal como dije, leer y releer para combatir la desmemoria que trae el tiempo en su bolsillo. Si hay otras maneras, go ahead, make my day.
18 mar 2008
Di parole al obblio (canzone)
Senza ugne o preso la mia chitarra
A pesare che la sono abandonata
E ho messo la corda che li resta al re
E del polvere o visto come si muovano
I ricordi che fanno ronda nel suo interiore
Al avvicinarsi a la bocca uno ha chiesto chi sono, non so
Sempre esiste il momento en che si puo
Muovere tutte le corde senza temore
Strappando il leño che agita piu forte el mio cuore
Per vedere como si muovano
Le parole que hanno dormito senza fermarsi
Per vedere altre che arrivano
A salvare ogni minuto del mio essere
Sta bene come te ha andato e dove stai
Ogni verso non fa piu che repetirsi
La necessitá di credere en te e in me
Non ostante questo lo ho mascherato molto bene
Tutto apunta in una sola direzione
Quella che mi conduce come un cieco col bastone
Per vedere como si muovano
Le parole que hanno dormito senza fermarsi
Per vedere altre che arrivano
A salvare ogni minuto del mio essere
Sta bene come te ha andato e dove stai
Ogni verso non fa piu che repetirsi
La necessitá di credere en te e in me
14 mar 2008
En la cuerda floja
Te piso en tu anchura breve
te humillo
me humillo al hacerlo
Ardo en llamas
me regodeo en ellas
bramo en tu vientre
Gimo en el vértice de tu sonrisa
tiemblo, me aferro nuevamente
al delgado filo de tu alma
Sobre ti camino
pisando las olas de tu mar rabioso
inhiesto soberbio altanero
Mis dedos se aferran a tu cornisa
al bisturí fileteado de mi vértigo
pero no caigo
Sigo en pie arrebatador
mirando hacia final
el abismo sublime en tu mirada
Tal vez así
caiga raudo y eterno
sólo en un vil recuerdo.
13 mar 2008
Relectura: el monstruo de la mano verde
Para todas aquellas personas que nos gusta leer, encarar un libro frente a frente y tomar de él algo, alguna frase, alguna revelación por básica que nos resulte; que nos sirva para degustar otra manera de ver el mundo, el acto de lectura que a priori puede resultar la acción más sencilla del mundo, representa siempre una especie de reencuentro con uno mismo, con la imaginería que tenemos y, mejor aún, con la que no tenemos. El libro se vuelve un espejo que nos deja ver lo que no sabemos, aunque lo que nos esté diciendo, forme parte de nuestros conocimientos. Este sentido paradójico viene dado de un compromiso tácito, que como lectores, nos tranzamos con cada aparato de papel, como diciéndole “te escucho, te creo”. Uno se predispone a aceptar lo que está por venir, en este caso, en lo que estamos por leer.
En algunos casos la relectura termina siendo entonces mucho más grata que la lectura inicial. Quizás esto resulte exagerado, dado que, y es muy factible, que el primer encuentro con un texto nos sea muy grato, muy bueno. Pero, ¿han pensado que si un libro llega a nuestras manos por segunda vez demandando atención, es porque ya pasó el nivel de exigencia de cada quien, por el amolador de gustos individuales? Sólo un temerario haría relectura de un libro que no le haya gustado y en ocasiones se da lo que sucedió en mi caso: me atrapó el monstruo de la mano verde. ¿Lo ha atrapado alguna vez a usted?
10 mar 2008
Maite, siempre Maite...
Un señor con rostro afable se sube al colectivo que viajaba al ritmo de Mark “hasta en la sopa” Anthony. Hey, pero lo prefiero mil veces antes que el detestable reguetón (lo escribo como suena). Con una educación envidiable el hombre comienza a dirigirse al público cautivo, estornuda, toce y pide disculpas. El discurso fue más o menos así: “Buenas tardes señores pasajeros, mi nombre es Fernando Vallejo...” Automáticamente me fui para el lado que me gusta, el literario. Si Fernando Vallejo –el escritor colombiano- supiera que su otro yo anda por las calles de Caracas pidiendo limosna. “…Soy portador del Síndrome de Inmune Deficiencia Adquirida…” La señora que estaba más cercana al narrador soltó un “Dios mío” y casi a gritos pidió la parada. Vallejo al ver la reacción de la señora le comentó: “…señora no se preocupe, esto no se pega con estornudos ni tos. Señores, tengo SIDA y les suplico una ayudita”. La mujer reflexionó, se calmó, se sentó y Mark continuaba con su “Valió la pena, lo que era necesario para estar contigo amor, eres una bendición”. Esto último me hizo recordar a
Lunes 10 de marzo, 6.55am, Metro de Caracas.
Iba cómodamente sentado en dirección contraria a mi destino, claro, esto para poder sentarme y entregarme a la plácida lectura que me aísla del mundo por treinta minutos. Estaba inmerso en el paludismo que azotó a Ortiz, un pueblo hirsuto, triste y abandonado que intentó cobrar vida en Casas Muertas de Miguel Otero Silva. De pronto, como una tromba el mar de gente en la estación final se avalancha a la conquista de un asiento. Mi cuerpo se estremeció y las Casas Muertas dieron giros en el aire hasta sucumbir ante la ley de la gravedad y estrellarse en el piso. Una mujer blanca, robusta, se sentó a media nalga encima de mi cuerpo mientras peleaba con la otra, la que sí logró ganarle la partida para tomar el codiciado trofeo: el puesto. La mujer que estaba mejor sentada que la otra, pequeña, piel blanca y tan bien vestida cual oficinista, comenzó a increpar a su contendiente. Palabras gruesas iban y venía, pero sin insultos, contenidos ante un público expectante que esperaba algo más. Yo parecía el réferi, el árbitro, pero quedé pasmado ante el accionar de la más pequeña, que rauda y veloz, haló la blusa de su oponente de un tajo haciendo que estallaran todos los botoncitos contenedores de las protuberantes siliconas que quedaron al descubierto a pocos centímetros de mi cara. Aquellos rosáceos pezones aún dormían, no se habían levantado de su letargo.
Maite otra vez hizo acto de presencia como en aquella crónica que llamé “El número
7 mar 2008
Ética para Amador que no le viene mal a nadie
Tuve la suerte de viajar toda la semana en metro. Y digo suerte no porque sea una cosa esplendorosa soportar los mares de gente que debes sortear para poder ingresar al vagón, entre otros infortunios. La suerte viene porque viajé con un señor que me hizo pensar un poco en ética y moral. Fernando Savater se llama. Comenzó a charlarme sobre un libro que le dedicó a su hijo adolescente para ponerlo a pensar un poquito en la vida, en el mundo. Mientras me hablaba fue incontenible pensar que esa palabra agradable al oído, “ética” -bueno a mí me suena sabrosa- esté tan ausente en nuestros días y hablo sólo en el caso que me compete, el que vivo a diario cruzando las calles caraqueñas.
En la prensa revienta la noticia entre
Lo cierto es que Savater me acompañó y fue muy grato. La ética vista desde un lado humano, sin mayor acepción básica del “saber vivir” sin llevarse a nadie por el medio, aplastando y humillando, por esto mismo es que me desvié hacia el tema anterior. «Amador ha de sentirse orgulloso de un padre como usted» Le dije. A lo que me respondió: «Pues no sé, habría que preguntarle tío». Y se despidió citando algo de Sthendal que ni dentro de un vagón del metro queda fuera de lugar: “Adiós amigo lector; intenta no ocupar tu vida en odiar y tener miedo”. Veremos a quién me consigo la semana que viene.
PD. Como esta breve reflexión la dejé en “borradores” antes de publicarla, me pasó por al lado un entusiasta mendigo antes de volver a sentarme frente a la computadora que gritó: “Patria, socialismo y hambre…moriremos”.
6 mar 2008
El ser de la concha
Se movía en sus adentros con su carne aprisionada en la concha. Sus antenitas encorvadas en el espacio reducido hacían espirales para sentirse más a gusto. De vez en cuando echaba una mirada a ver en dónde estaba, porque a la marea a veces le daba por ajustarlo a una piedra en algas peinadas. Se arrastraba pausadamente sin ánimos de moverse, como si el poco movimiento que hacía laceraba la frágil arena testigo del tiempo. Su presencia era casi imperceptible como el atrevimiento fantasmal de los muertos. La luz que deja ver una pequeña porción de su cuerpo se adhiere sin medida a su savia pegajosa.
De pronto vino otra ola que de un tajo lo sumió en la corriente. El instinto innato de su ser lo redujo al tamaño mismo de su concha, pareciendo no lo que era, sino una insignificante piedrita devastada, brillosa. Los espirales casi marmóreos se multiplicaron en su revuelta formando un remolino sobre sí mismo. El agua salobre que ansiaba sus adentros, los adentros de aquella piedrita, horadó fallidamente lo que no pudo conocer en semejante oportunidad. Sólo este privilegio le compete al oceánico eco que se apodera del pasado mismo de la carne que un día reinó en sus entrañas. Si tienes corazón y cerebro, ¿por qué te entregaste tan fácilmente? Debiste usar tu invertebrado cuerpo para zafarte de los vidrios que ahora te sirven de soporte y el ligero vaivén que sientes en tu armadura -que te extraña tanto por su débil embestida- viene del agua mansa desconocida de tu vientre. Ahora obsérvate a ti mismo en la absurda tranquilidad de esta pecera. Todos te admiran por limpiarla en su interior con la paciencia de un desahuciado. Pasas todo el día en ir y venir de un borde a otro. Los peces ni te huelen ya. Eres un caracol igual a todos: inmensamente aburrido.
4 mar 2008
Sólo quiero que amanezca
Los relatos inmersos en Sólo quiero que amanezca del autor venezolano Oscar Marcano, están repletos de realidad, del día a día ominoso de cada uno de sus personajes. A través de un lenguaje directo, terrenal, las diversas historias van conformándose en una gran uniformidad semántica, que hacen del texto, una lectura innovadora que no te suelta hasta el final. Como bien señaló en su momento el ya fallecido Adriano González León: “Lo fascinante de este libro es el sobresalto de la realidad”. Como corolario, no puedo dejar de mencionar que Sólo quiero que amanezca recibió el Premio Internacional Jorge Luis Borges. Bien ganado.