10 may 2022

Café, y líbranos de todo mal


Existe un espacio donde el hombre acude a honrar la vida, un lugar donde cada quien tiene su  momento. Me refiero al establecimiento denominado Café: templo de la bebida socializadora por excelencia. El reino de un poderoso estimulante. En la barra, o en la mesa, su ingesta inicia el rito de la memoria. En cada sorbo, la evocación. A través de su aroma, el presente se mezcla con el pasado, como si de atrapar a un fugitivo se tratase. 

Alguien se sienta a tomar un café. Comienza el viaje. 

Primer sorbo: la realidad [esa extraña y frágil percepción] se confunde con lo onírico. Un anónimo personaje se sienta en un café y comienza a levitar entre varias dimensiones de su vida, reposando en distintas estaciones: la infancia, la familia, los amores, las pérdidas y los anhelos. Todas ellas [des]formaciones enmarcadas. ¿Se trata del ahora, o la figura que ahí reposa no es más que una sombra? 

Segundo sorbo: Qué son los recuerdos, ¿la reinvención de la vida?, ¿la extrañeza del “yo” que nos habita?, ¿la negación del relato que nos define?

Tercer sorbo: Piezas sueltas. Creemos ser algo completo, sólido y compacto: un todo. Nada más alejado de la verdad: somos fragmentos. Muchos de ellos se desvanecen y son reemplazados por el complejo mecanismo del imaginario que maniobra para suplantar el vacío, esa ausencia que deja el olvido. La memoria es una trampa.     

Cuarto sorbo: La inmortalidad es el presente, un primer borrador interminable, que paciente, recibe hasta la última corrección. El aquí y ahora, simboliza la insignia que alzamos para desafiar al a veces insoportable peso del tiempo. En la memoria, en ese vasto imaginario, somos un fantasma que gravita. Fracciones, estamos hechos de fracciones. 

Quinto sorbo: A cierta edad es la incertidumbre, y no la esperanza,  lo que define el transcurrir de los días. La sustracción del futuro. Ya no se trata del dulce porvenir, sino de un amargo desvanecimiento.

En Café, y líbranos de todo mal Jason Maldonado se vale del papel vinculante de esta bebida para compartir el acto reflexivo que nos invita a cuestionar la épica que cada cual escribe de sí al rememorar su propia vida.  Aunque la realidad se imponga, somos el resultado de la ficción, de una deformación voluntaria que busca apaciguar el tormento que puede infligir el olvido. 


                                                                                        Jonathan Bustamante