Buscando unas notas para un trabajo en curso, hallé un intento de reseña literaria a mitad de camino, o si quiero ser más preciso, a un cuarto de camino. Una serendipia, de esas que agradezco, que no apareció en su momento pero ahora sí (San Antonio debe estar contento). La reflexión sobre lo leído quedó truncada pues fueron los días en que falleció mi madre y, como era de esperarse, no hubo cabeza para más nada. Releo lo escrito y me digo a mí mismo, no sigas, déjalo así, de esa manera recordaré siempre qué leía cuando mi madre decidió partir de este plano, así como nunca olvidaré que cuando nació mi segundo hijo, leía al poeta Armando Rojas Guardia, en una sala de espera improvisada y helada, a unos metros de la entrada principal del hospital al que, Covid de por medio, jamás me dejaron ingresar. Así dice:
La poesía será para mí un misterio. Esas palabras ensambladas como una máquina retórica perfecta que, bien entonada, bien engrasada, hace que sus lectores —sigamos con la metáfora— sus pasajeros, lleguen a infinitos lugares a través de sus versos. Este es el caso de La inclinación del poeta Alexis Romero, a quien cariñosamente siempre le he dicho el sparring literario. Tenía mucho tiempo sin pasar por su poesía y haberlo hecho en estos días inciertos han representado para mí el reencuentro, no sólo con la buena poesía, sino además, con la voz de un amigo con el cual conversaba y tomaba café en la librería Templo Interno, la cual regentaba. Lugar en el que, más allá de comprar libros bajo una asesoría formidable, siempre me encontré con poetas y escritores con los que compartimos gustos y recomendaciones literarias y de vida.
Entrando en materia, la poesía de Alexis Romero, su estilo, la que recuerdo de varios de sus libros que he leído, se mantiene aquí en La inclinación. Me refiero a la cadencia, a las pausas, a imágenes y metáforas inesperadas y, sobre todo, al silencio que funge no como una figura literaria más, sino como una herramienta fundamental del modus operandi de su obra en general, tal como dice en uno de sus poemas: “con el cuello quieto/ como el silencio de lo escrito”. Porque para el poeta, lo que trasciende no es lo que se forja tras las palabras y los versos, sino la percusión que se produce en el pensamiento, en la reflexión solitaria de cada lector.
Hasta allí llega, hasta ahí llegué. Hoy pensé en continuar y en cierto modo sentí que no sería fiel al impulso de aquella reflexión lectora, ni fiel a las emociones pre y post mortem de mi madre. A manera de ínfimo homenaje decido dejarlo así porque, en buena parte, esto me sirve de recordatorio y bitácora para/por los días, meses o años que están por venir. A pie de página, con mi a veces indescifrable letra, hay algunos versos del poeta y uno de ellos dice “cántale al pájaro/ que amanece triste por ti”. Y creo, quisiera creer, que es justo lo que hago ahora. En la página siguiente, a mano por supuesto y muchos meses después, leo: Después de firmar con la editorial (%$&) el contrato de publicación para uno de mis poemarios y pasado ya un año y nada que se publica, decido rescindir del mismo pues me pareció poco profesional el asunto. Y más abajo, lo que me deja fe de que aún releía La inclinación, otros versos de Romero: “mi certidumbre fue la incertidumbre/ fui quien llegó tarde a la ciudad”. Parece que las señales van y vienen: fui quien llegó tarde a la poesía.