No siempre es en el Metro, ¡qué maravilla! Puede ser en cualquier parte, en lugares más que imaginables pero, como suele suceder, te toman desprevenido. Lástima que no tenía la cámara a mano. Insisto, Dios es bloguero.
Después del día laboral, algo cansando en pensamiento y por el inevitable sedentarismo al que te somete la silla y el escritorio, me dirijo raudo hacia el vehículo para entregarme orondo a la impepinable cola caraqueña, que por lo general, me da algo menos de dos horas para llegar a casa. Escucho la radio. En horas de la tarde la mayoría de los espacios radiales son de opinión, algunos me aburren, otros son profundamente estúpidos y uno que otro llama la atención por el tema y la combinación musical que hacen.
Decido entonces apelar por la música, mejor aún, de escuchar nuevamente la “Colección Letra que Suena”, editado por Monte Ávila, número correspondiente al poeta William Osuna. Valga decir, qué estupendo trabajo, tanto por su poética, como por la presentación del CD. Ojalá todos los poetas consagrados, empezando por Rafael Cadenas, tuvieran una presentación de esta calidad. Me enteré que Eugenio Montejo, uno de los más grandes poetas venezolanos de todos los tiempos, también hizo algo semejante en México (¿y por qué no aquí en su país?). Habrá que buscar esta joya y darle respuesta a esta pregunta.
Salgo del estacionamiento lentamente, sin apuro, total, en menos de cinco minutos entraré a la autopista, sempiterna congestionada. Aire acondicionado, ductos directos hacia mi cara y comienza el poeta Osuna, caraqueño de nacimiento, a hacer su “Epopeya del Guaire”. Aquí entra el de pronto, la cosa extraña: la lujosa camioneta plateada que va delante de mí, comienza a dar violentos zigs-zags; pasa el rayado a toda velocidad, cosa que no es rara en Caracas, pero golpea al carrito de helados el cual bota sus grandes cubos de hielo seco, y la poca mercancía que le quedaba; casi atropella a unas cinco personas, ancianos y niños incluidos. La corneta del vehículo no cesa en su histeria pidiéndole paso a dos motorizados, que dueños de la ciudad, no se quitan y manotean groseramente al conductor del desesperado vehículo. Vengo detrás, viendo las terribles maniobras que hace cual “Cirque du soleil”. La puerta del copiloto se abre y también la puerta de pasajeros que va detrás del conductor. Me imaginé el vuelo torpe de las abejas cuando desde mi perspectiva, aún continuaba el zig-zag del carro con sus puertas abiertas, ya transformadas en alas metálicas.
Uno de los motorizados se da cuenta de lo que sucede y se aparta. El otro no y en su terquedad por no ceder el paso, la camioneta lo cedió a él, es decir, lo golpeó y se le montó encima. Vaya que uno se queja de los motorizados, pero ver aquel hombre pegar gritos debajo del automóvil, ya detenido, no fue grato. Veinte metros atrás ya me había frenado y puesto las luces de emergencia. Veo por el retrovisor y el vehículo más cercano al mío estaría a unos cien metros de distancia, bloqueado por unas luces rojas y azules que giraban en contrasentido. Voy nuevamente a la escena, y del lado del piloto sale corriendo un hombre con braga amarilla en dirección a la autopista. Alguien grita “¡Párate!”. En el acto veo el reflejo de una glock en el retrovisor de mi lado. El arma escupe su bala y veo el chispazo como una invitación a la muerte. El policía se ocultó tras de mi carro cuando el delincuente, atravesado en el distribuidor en el que finaliza la autopista, arremete contra él con dos atronadores disparos mientras los vehículos a alta velocidad tratan de no arrollarlo.
La puerta del copiloto se abre y de allí se baja el segundo delincuente. Se va caminando sin prisa, como si no pasara nada, y un perro se afana en ladrarle e intenta morderlo un par de veces. Sigue caminando buscando una ruta de escape. Le hago señas al policía para indicarle que el otro huye por la derecha, pero éste ya se internaba en la autopista tras el ¿ladrón? ¿secuestrador?, delincuente al fin. Un perro callejero le ladra con una rabia incontenible al que se escapaba sigilosamente. Sigue ladrando. En su idioma es como si dijera: “Hey, aquí va otro, coño se escapa, ¡¿no lo ven?!”. Fue justo eso lo que yo también pensé.
Luego pasaron veloces las patrullas por mi lado y me detuve breves segundos frente a la camioneta plateada. Pude ver a un hombre totalmente ensangrentado en la cara mientras la mujer de al lado le tomaba el rostro y lloraba con evidente conmoción. ¿Un robo o secuestro frustrado? No lo sé, pero frustrado que es lo importante. Para los que hemos tenido esa mala experiencia (pincha en el tag “crónicas” y ve) ver cómo al menos uno de tantos actos delictivos de la ciudad es arruinado es un aliciente.
El ánimo ya no era el mismo para seguir escuchando poesía. Lo intenté, pero al final de cada verso, volvía el chispazo y la detonación en el recién tallado recuerdo. Apago el radio. Silencio. Cola. Ya han pasado unos 45 minutos desde el suceso anterior. Veo por el retrovisor cómo un motorizado choca violentamente contra un vehículo que se cruza de canal sin ver primero hacia el lado. El conductor se baja a enfrentar su error y el motorizado arremete con furia, dándole fuertes cascazos al retrovisor del vehículo hasta que lo rompe. En segundos un enjambre de motorizados rodea el lugar. Enciendo la radio y el ambiente me regala la típica coincidencia que también me persigue: suena Bad Boys de Inner Circle.
Subo el volumen, la poesía me espera en casa.
Slogan turístico del vecino país:
“Colombia, el riesgo es que te quieras quedar”.
Slogan turístico de nosotros:
“Venezuela, el riesgo es que no puedas salir”.
Decido entonces apelar por la música, mejor aún, de escuchar nuevamente la “Colección Letra que Suena”, editado por Monte Ávila, número correspondiente al poeta William Osuna. Valga decir, qué estupendo trabajo, tanto por su poética, como por la presentación del CD. Ojalá todos los poetas consagrados, empezando por Rafael Cadenas, tuvieran una presentación de esta calidad. Me enteré que Eugenio Montejo, uno de los más grandes poetas venezolanos de todos los tiempos, también hizo algo semejante en México (¿y por qué no aquí en su país?). Habrá que buscar esta joya y darle respuesta a esta pregunta.
Salgo del estacionamiento lentamente, sin apuro, total, en menos de cinco minutos entraré a la autopista, sempiterna congestionada. Aire acondicionado, ductos directos hacia mi cara y comienza el poeta Osuna, caraqueño de nacimiento, a hacer su “Epopeya del Guaire”. Aquí entra el de pronto, la cosa extraña: la lujosa camioneta plateada que va delante de mí, comienza a dar violentos zigs-zags; pasa el rayado a toda velocidad, cosa que no es rara en Caracas, pero golpea al carrito de helados el cual bota sus grandes cubos de hielo seco, y la poca mercancía que le quedaba; casi atropella a unas cinco personas, ancianos y niños incluidos. La corneta del vehículo no cesa en su histeria pidiéndole paso a dos motorizados, que dueños de la ciudad, no se quitan y manotean groseramente al conductor del desesperado vehículo. Vengo detrás, viendo las terribles maniobras que hace cual “Cirque du soleil”. La puerta del copiloto se abre y también la puerta de pasajeros que va detrás del conductor. Me imaginé el vuelo torpe de las abejas cuando desde mi perspectiva, aún continuaba el zig-zag del carro con sus puertas abiertas, ya transformadas en alas metálicas.
Uno de los motorizados se da cuenta de lo que sucede y se aparta. El otro no y en su terquedad por no ceder el paso, la camioneta lo cedió a él, es decir, lo golpeó y se le montó encima. Vaya que uno se queja de los motorizados, pero ver aquel hombre pegar gritos debajo del automóvil, ya detenido, no fue grato. Veinte metros atrás ya me había frenado y puesto las luces de emergencia. Veo por el retrovisor y el vehículo más cercano al mío estaría a unos cien metros de distancia, bloqueado por unas luces rojas y azules que giraban en contrasentido. Voy nuevamente a la escena, y del lado del piloto sale corriendo un hombre con braga amarilla en dirección a la autopista. Alguien grita “¡Párate!”. En el acto veo el reflejo de una glock en el retrovisor de mi lado. El arma escupe su bala y veo el chispazo como una invitación a la muerte. El policía se ocultó tras de mi carro cuando el delincuente, atravesado en el distribuidor en el que finaliza la autopista, arremete contra él con dos atronadores disparos mientras los vehículos a alta velocidad tratan de no arrollarlo.
La puerta del copiloto se abre y de allí se baja el segundo delincuente. Se va caminando sin prisa, como si no pasara nada, y un perro se afana en ladrarle e intenta morderlo un par de veces. Sigue caminando buscando una ruta de escape. Le hago señas al policía para indicarle que el otro huye por la derecha, pero éste ya se internaba en la autopista tras el ¿ladrón? ¿secuestrador?, delincuente al fin. Un perro callejero le ladra con una rabia incontenible al que se escapaba sigilosamente. Sigue ladrando. En su idioma es como si dijera: “Hey, aquí va otro, coño se escapa, ¡¿no lo ven?!”. Fue justo eso lo que yo también pensé.
Luego pasaron veloces las patrullas por mi lado y me detuve breves segundos frente a la camioneta plateada. Pude ver a un hombre totalmente ensangrentado en la cara mientras la mujer de al lado le tomaba el rostro y lloraba con evidente conmoción. ¿Un robo o secuestro frustrado? No lo sé, pero frustrado que es lo importante. Para los que hemos tenido esa mala experiencia (pincha en el tag “crónicas” y ve) ver cómo al menos uno de tantos actos delictivos de la ciudad es arruinado es un aliciente.
El ánimo ya no era el mismo para seguir escuchando poesía. Lo intenté, pero al final de cada verso, volvía el chispazo y la detonación en el recién tallado recuerdo. Apago el radio. Silencio. Cola. Ya han pasado unos 45 minutos desde el suceso anterior. Veo por el retrovisor cómo un motorizado choca violentamente contra un vehículo que se cruza de canal sin ver primero hacia el lado. El conductor se baja a enfrentar su error y el motorizado arremete con furia, dándole fuertes cascazos al retrovisor del vehículo hasta que lo rompe. En segundos un enjambre de motorizados rodea el lugar. Enciendo la radio y el ambiente me regala la típica coincidencia que también me persigue: suena Bad Boys de Inner Circle.
Subo el volumen, la poesía me espera en casa.
Slogan turístico del vecino país:
“Colombia, el riesgo es que te quieras quedar”.
Slogan turístico de nosotros:
“Venezuela, el riesgo es que no puedas salir”.
6 comentarios:
Joder maese, relato estremecedor. A veces las artes no neutralizan el impacto de semejante contacto con la realidad. Definitivamente sos un Highlander, afortunadamente salió bien librado.
Merece particular atención el perro. ¿Símbolo?, ¿realidad?, a veces los animales son más sensatos y nobles que los supuestos HOMO SAPIENS.
¡Dios no es bloguero, Dios te acompaña en tus hazañas! Definitivamente lo certifico, somos todos unos valientes por no salir corriendo de este país, que cada día hace que nuestros estresores se incrementen sin medida alguna.
Jamás la cámara para algo así, no.
¡Menuda experiencia! de esas que prefiero escuchar a vivir. Me he incluso divertido, con esas "terribles maniobras que hacía el coche cual «Cirque du Soleil»", entre otras expresiones.
Pero conforme avanzaba, ya se me hacía más duro el que fuera algo real. ¿tuvo un buen final el motorista que quedó bajo la camioneta?
creo q me daría miedo solo salir a dar un paseo en tu ciudad , nada envidiable, sin duda tienes la mala fortuna de estar en momentos como ese, asi que pilas!. Lo bueno es que luego se transforman en musa, pero me gustaría mucho mas tener un país que te inspire para contar la grandeza de su gente, de sus mentes y aun mas importante de sus corazones. Cuídate en tus andares por ese valle de peligro
le eché un vistazo a tu tag "crónica citadina" y no quedé sorprendido, no porque no estuvieran bien redactadas, no por falta de humor, vaya si me reí, sino porque con el presi que se cargan, lástima por ustedes los venezolanos, no es raro que suceda lo que cuentas. Te sigo leyendo.
He legado, no sé cómo, a tu espacio. Gracias por recordar la grabación mexicana de Eugenio Montejo, admirado autor que nos legó la sorpresa de su poesía.
Saludos...
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