9 sept 2011

Cocoon

Mi país rumia en secreto

el agua de los desastres

desencaja los dientes de las alas y rumia

los dientes que desangran

mucho más

que los remos

de un náufrago.

Hesnor Rivera


El impertinente sonido del teléfono celular haciendo las veces de despertador, no pudo cumplir con su función esa mañana. Cuatro detonaciones entraron en la habitación con la violencia de un enjambre de zancudos zumbándome al oído buscando alimento o interrumpir por capricho u ocio animal, mi sueño profundo. Eran las cinco de la mañana, para qué esperar treinta minutos, así me rendiría más el día. Me puse mi atuendo deportivo, audífonos listos y a trotar mis respectivos 5K para combatir el sedentarismo que toda oficina obliga.

Aún todo estaba oscuro; la avenida parecía estar dormida todavía, su flujo vehicular era casi nulo; pocos aventureros caminaban por ahí rumbo a sus destinos; en la esquina de enfrente un borracho tirado en una extraña posición, dos perros estaban cerca de él pero mantenían una distancia prudencial, tal como si una barrera invisible se los impidiera. Olisqueaban algo que no logré ver qué era.

Llegué a la pista de atletismo con más energía de lo normal. Aunque me haya levantado media hora antes, el hecho de que no sonara el ring tone X, estridente y bullicioso, es un alivio. Uno le toma idea incluso a los sonidos, forman parte de tu día a día. Y ese en particular, el que te dice, “fulanito, levántate y anda”, no es precisamente un canto de ángeles cuando estás de lo más sabroso en la cama. Lo cierto es que después de hacer mis respectivos estiramientos comienzo el jogging y justo en ese instante, la emisora que por lo general escucho, suelta esa maravilla que se llama I still haven’t found what i’m looking for. Una de esas canciones que en lo particular me resulta estimulante, tanto por su música como por su letra.

La pista comienza a recibir a sus asiduos visitantes de la hora. Es como si se convocara a un casting para una segunda entrega de Cocoon, ¿recuerdan aquella película? Me siento como un niño delante de todos estos abuelos que ya me saludan con la confianza que le han de tener a un nieto. Sudo. Siento mi respiración pero no la oigo, los audífonos con su efecto aislante es genial en este caso. Termina la música y comienzan las noticias: un individuó mató a su vecino porque se estaban disputando un puesto de estacionamiento en un edificio; un cliente insatisfecho hizo lo propio con el sastre de confianza porque el traje no le quedó perfecto. Joder, qué descomposición social tan arrecha. Cambio de emisora y salta un reguetón (zape); pincho de nuevo el radio y me quedo con una música dance, de esas que están hechas para poner a brincar a la gente.

Sigo trotando y entra a la pista el Comando Regional Número X de la Guardia Nacional, son como cien carajos (chicas incluidas). Veintiañeros todos en promedio, salvo los superiores, que en su mayoría están en condiciones aceptables menos dos de ellos que, válgame Dios, tienen unas panzas de alambique feroz. Si vamos a la guerra con ellos estamos fritos. Termina la música y entran “las gloriosas notas del Himno Nacional de Venezuela Gloria al Bravo Pueblo, letra de Vicente Salias y música de Juan José Landaeta”. Cambio, himno...cambio, himno... Apago, a nadie le gusta las cosas obligadas. Me quedo con el sonido de mi respiración, el canto de los soldados y mis zapatos al contacto con el desgastado tartán. 6AM.

Termino mis 5k y hago un par de vueltas más caminando para distender los músculos. Otra sesión de estiramiento y chao... Hasta mañana. Vuelvo a pasar por la misma esquina y el borracho continúa allí en la misma posición de contorsionista. Ya no son los perros quienes los circundan sino algunas pocas personas. Parecía un muñeco de ventrílocuo lanzado al azar dentro del baúl que lo resguarda, asumiendo una postura inadmisible para un humano. La barrera invisible que no dejaba acercar a los perros, y ahora a los curiosos, era un inmenso charco de sangre. Los cuatros detonaciones que me despertaron son las que están dentro del occiso: dos en la cabeza y dos en la caja torácica. Ya estaba un fotógrafo y una periodista de sucesos. Él era una versión masculina de Lisbeth Salander, tanto por la moderna cámara fotográfica que se gastaba, como por los nutridos piercings de su cara y los vistosos tatuajes; ella, de lo más normal.

Comienza el tráfico a frenarse para ver el triste espectáculo al que día a día estamos sometidos en este país. Recuerdo las palabras de aquella infame que dijo “lo que hay es una sensación de inseguridad”. El dueño de la fuente de soda que hace esquina y que tiene justo al frente al cadáver, quita un mantel de su docena de mesas y lo tapa. Llega alguien. Un familiar de la víctima. La hija. Se hace un extraño silencio y su llanto doloroso recorre todo el lugar. Se frena un bus, una camionetica como le decimos por acá, y apaga el potente reproductor que traía puesto ese clásico de la salsa “Calle luna, calle sol”. Cínico soundtrack para el momento, pero con una precisión insuperable por su contenido.

Al mediodía ya todo transcurría de lo más normal. Aumentan las estadísticas en ese patético rubro de la ciudad que habla de muertes a mano de la delincuencia. Pasa una señora con una niña de unos siete años justo por el lugar de los hechos. La mujer le dice “cuidado con ese charco de grasa”. Cierto, la oscuridad del color semeja al de la grasa que bota un motor, pero la realidad, es otro charco de sangre. Son las cinco y media de la mañana mientras termino de escribir. Suena el ring tone X y dudo en salir a trotar.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Puede que sea un poco torpe, pero lo encuentro algo surrealista, pero me gusta. Eso de estar corriendo, describiéndonos a la vez la ciudad que se despierta, y ser al mismo tiempo el momento en que el escritor está escribiendo. Está muy bien, aunque casi me vuelvo loca :D
¡Enhorabuena!