Llevarle el pulso a la literatura en
nuestros días, no es tarea fácil. Más allá del ámbito mundial, de la cantidad
ingente de libros que se publican y de la tecnología tomando cada vez más
terreno, en nuestro país ese proceso se ha incrementado, bien por las nacientes
editoriales que se han arriesgado lanzándose al mercado o por los sellos
reconocidos que apuestan al talento local. Es innegable que el ambiente de
lectura se huele, se siente, se palpa, cada vez que hay un festival del libro o
un encuentro en donde se presenta o se bautiza un nuevo trabajo.
En este sentido, SACVEN convocó a sus
concursos literarios cuyo centro de interés son dos categorías fundamentales
dentro de las letras venezolanas, la poesía (II Concurso Nacional de Poesía
Tradicional) y el cuento (VIII Concurso Nacional de Cuentos), en donde quedó
demostrado el quehacer, el talento y la rebosante vida que tienen dichos
géneros en nuestra cultura.
A través de las palabras, del oficio de
la escritura poética y narrativa, el resultado que conllevó a un veredicto
final, logró juntar voces que se diferencian por sus estilos particulares y que
se distancian significativamente en edades puesto que son de generaciones
distintas. Así tenemos a los poetas que habrán visto correr más de un río, y a
los cuentistas, que en su mayoría, llegaron al mundo en los años ochenta. Este
encuentro propiciado por las letras, deja en claro que nuestra herencia
literaria siempre conseguirá nuevas y valiosas voces.
En el orden estricto de mi lectura,
primero llegó a mí la poesía de Camilo Balza Donatti, que en uno de sus
hermosos sonetos con embriagadora nostalgia dice: La sombra de mi voz es como un traje/ de
mar en la distancia que se apaga; Ángel Segundo Castillo hace fiesta con
parte de la historia del país y canta despreocupado: En el corazón del
cielo/ se formó la sampablera/ porque ahora está el Gordo Páez/ con su par Alí
Primera; César Enrique Acosta hace de las
décimas un deleite para los oídos y la lectura:
La décima y el soneto
se fueron a platicar
a un remoto lugar
del grandioso pensamiento
y en ese razonamiento
literato e iracundo
al no entender por qué el mundo
los ve como pacotilla
delante de la cuartilla
con su léxico profundo.
y Yorman de Jesús Tovar con sus coplas y “Soleadas
soledades”, nos recuerda la ineludible presencia del llano en nuestro país,
cuando dice: Y como
nadie se pierde/ tras la huella del baquiano/ el baquiano es el joropo/ himno
nuestro...soberano.
No quiero dejar de mencionar mi sorpresa
cuando vi el perfil y la trayectoria literaria de estos poetas, una suerte de
guerreros que se dieron a la tarea de rescatar la poesía tradicional, esa que
para algunos es fácil de lograr y a quienes les respondería que no es nada
sencillo, puesto que más allá de la sonoridad, del ritmo y la cadencia, la
imagen lograda debe acompasarse con lo formal de la estructura. En este libro se
conseguirán con fantásticas coplas con olor mastranto; con décimas que
enaltecen el llano y nuestra historia, y también con la semblanza de una poesía
que es música y raíz de la palabra poética.
Octavio Paz dijo: “El poeta no es un hombre rico en
palabras muertas, sino en voces vivas”. Y este libro, Juegos Florales de la Poesía
Tradicional da fe de ello, como un canto que retumba con voces de antaño que
siempre vuelven.
De la poesía paso a los cuentos, a estos
narradores herederos de los Garmendia, de Meneses, de Masianni y de tantos
otros que harían inagotable esta lista. Si la poesía tradicional tiene que
vérselas frente a frente con los versos, la métrica y los sonidos para lograr
cautivar al lector, el narrador de cuentos debe hacerlo con esa extraña
entelequia que es el tiempo, y mientras menos requiera de él para cautivar al
lector, más difícil será su trabajo. Por ello mismo manifiesto mi admiración
por aquellos escritores que en pocas páginas nos atrapa con una historia, nos
toma por el cuello y no nos suelta, dejándonos simbólicamente sin aire hasta el
desenlace final.
De los diez narradores ganadores y
finalistas del VIII Concurso Nacional de Cuentos, he tenido la suerte de
conocer a algunos de ellos y a otros al menos por referencia literaria. El
punto exacto al que me quiero referir, es que todos coinciden en un lugar en donde la palabra se transforma en calle, en día a día, en eso que le puede suceder a
cualquiera. La capacidad del narrador de cuentos es sacarle el mayor provecho
posible a la cotidianidad, que por repetitiva, no vemos que en nuestras propias
narices nos está hablando, es decir, nos está echando un cuento.
Eloi Yagüe Jarque nos regala una “Crisálida”,
en donde se da la típica conversación entre hermanos cuando uno de los padres
está hospitalizado. Aquí, y citando al autor, “no pensar es lo más importante”; Mario
Morenza nos cuenta “La verdad de las gacelas”, que si bien es cierto no caben
en un ascensor, es aquí donde comienza la historia de Sandiego, una suerte de
súper investigador; Miguel Hidalgo Prince se va con “Mi padre el veterano”, en
donde una relación tormentosa padre-hijo se pone los guantes de boxeo; Martha
Durán nos cuenta los efectos primarios y secundarios cuando un pintor es
asmático en “Un nombre para mi salud”; John Manuel Silva salta al futuro y
monta su propio negocio con “Afrodita, C.A.” un avanzado lupanar a
domicilio que ofrece androides sexuales; Eduardo Febres demuestra en “Final del
play”, que los juegos de video pueden resultar peligrosos sobre todo si sales
de casa y si te vuelves un experto con el joystick... Y así sucesivamente
transitamos por los textos de Giussepe Pastrán, Raymond Nedeljkovic, Carmen
Luisa Ugueto y Carlos Colmenares Gil a quienes también recomiendo leer en esta
estupenda selección de cuentos ganadores.
Haciendo honor a la brevedad posible,
sobre todo cuando no es uno, sino catorce escritores entre poetas y cuentistas
a quienes rendimos este humilde pero merecido agasajo, no me queda más que
invitarlos a entregarse a la lectura, al placer que nos produce el acercarnos a
la literatura, sin mayores pretensiones que disfrutarla, degustarla, bien sea a
través de un verso tallado casi en música o de una historia que trasciende el
pequeño espacio de un cuento. Tal como dice María Fernanda Palacios en ese
libro casi culinario de la palabra “Sabor y saber de la lengua”, “se necesita algo más para saber emplear
el lenguaje... Para recuperar el cuerpo de la lengua hay que irse a esos
suburbios del decir, irse a la frontera de lo verbal, donde la costumbre no ha
logrado instalarse”.
1 comentario:
Me aledgro de que estevento haya resultado tan exitoso. No podrías estar en mejor sitio. Me preguntas por un libro que elegiría, co que al final me dejaré aconsejar por ti. Lo que busco es una novela de tu tierra,que me haga entender un poco la situación de Venezuela, y que sea de la Venezuela de ahora.
Un abrazo, escritor.
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