Toda
historia tiene un comienzo, algo que da pie al desencadenamiento de las
acciones. Por trivial que parezca, hay hechos que por simples resultan ser el
detonante de una historia. En Si yo fuera Pedro Infante, ese elemento es
un ruido molesto, una alarma de un vehículo que no para de sonar. Así comienza
esta obra en donde Eduardo Liendo, coloca como protagonista a un personaje que
por simple, termina transformándose en uno de los ídolos musicales más trascendentes
de todos los tiempos: Pedro Infante.
Perucho
Contreras es ese hombre que más allá del brazo roto producto de alguna
desventura desconocida, se siente y se piensa como “el ser más desamparado
del planeta” y lo único que se le ocurrió para consolar sus miserias,
fue imaginarse como ese ícono de la música ranchera y posteriormente
latinoamericana: “Dios mío, si yo fuera Pedro Infante”. Entonces salta
la pregunta obligada: y si lograra serlo, ¿pararía el estruendoso sonido de la
aguda alarma del automóvil? No, obviamente que no.
La
imaginación de Perucho Contreras comienza así a explorar la infinita cantidad
de posibilidades que es estar en los pantalones de un ídolo que se mantiene en
el tiempo. En este sentido, todo le resultaba fácil, pues con guitarra, alguna
botella de alcohol y una noche despejada y repleta de estrellas, le sería
suficiente para emprender ese largo camino ocurrente e imaginario.
Liendo
drena de una manera magistral la voz de Perucho con una sutileza tal, que de
ser ese Contreras anónimo (como lo sería cualquier Pérez o Rodríguez), pasa a
ser Pedro Infante y ni cuenta nos damos. Revive sus inicios musicales
cuando su nombre no decía nada en la conciencia del colectivo y cuando afirmaba
que “el silencio es la mayor humillación para el artista”. Liendo pone a
soñar a Perucho, pero éste a la vez sueña lo que Pedro Infante anhelaba ser
antes de consolidarse como artista popular destacado en México y más allá de
sus fronteras. No obstante, vivir esta fantasía no le impide recordar
cada cierto tiempo quién es en realidad: “Porque esta maldita corneta nunca
va a parar y ni siquiera puedo entretejer ociosamente una historia de
insomnio”. Y se da esa simbiosis Contreras-Infante con claro pero agradable
desparpajo: “Todavía ahora, apartando el ruido, puedo ver sus piernas
fulminantes”, dice Infante, mientras recuerda a la muchacha más bonita del
barrio. Así que dentro del texto, ambos personajes se fusionan y llegan a ser
uno solo.
Si yo
fuera Pedro Infante, es un texto que está lleno de musicalidad. Las
rancheras que en los tiempos de gloria entonó el recordado cantante, se pasean
por la obra en un claro acto evocativo que trasciende las fantasías de Perucho
para convertirse en un homenaje a una época y evidentemente a la imagen de
Infante, a pesar que en determinado momento de la novela y casi en un tono
peyorativo, éste dice: “Mi repertorio era el de un romántico trasnochado,
cantaba valses y boleros dulzones que los turistas bailaban a medio dormir
entre el piso y la cama”. Pero más allá de esto, las dos voces que
Liendo transforma en una, siempre hallan el momento para recordar el tiempo
real de la ficción en que se está relatando: “...esta infame corneta no
puede impedir que esta noche me transmute en el mito de Pedro Infante (mi
opuesto), mediante una alquimia de los sentimientos, e inventar una existencia
que, por momentos, parece la suya pero que me pertenece cabalmente, puesto que
soy yo quien la sueña, yo quien la nombra”.
Es
importante destacar que la historia revela una idolatría que trasciende lo
individual. Perucho Contreras es el conductor de un sentimiento que se
transforma colectivo; se torna en la voz que se multiplica a través de la gente
común y silvestre, la misma que madruga día tras día para ir a cumplir con sus
oficios o empleos. Recordemos que el mismo Perucho es una suerte de empleado
público que cataliza sus pesares a través de la noche, la misma noche de su
insomnio repercutiendo en la nocturnidad de Pedro Infante, esa en donde la
mayoría de los cantantes construyeron su imaginario de ídolos, unos
rotundamente exitosos y otros sin pena ni gloria.
El cine
tiene también su cuota de valor dentro de la estructura ficcional de la novela.
“Escuela de vagabundos”, “El inocente”, “Tizoc”, entre otros clásicos del cine
mexicano, también están allí presentes como un elemento aspiracional más dentro
del imaginario de Perucho que ya es colectivo. Como bien dice Pedro Infante: “Los
otros, aunque nos quieran, siempre nos miden por sus aspiraciones, y a casi
nadie le gusta marchar cuesta arriba”. Luego más adelante dice: “...cuando
luego han dicho que mis películas son fantasía, pienso que la mayor fantasía
fue mi propia vida”, y es la que Perucho Contreras toma prestada para soñar
e imaginarse otro, desdoblarse a través de una historia que considera
exitosa, para paliar la ingente cantidad de fracasos que cualquier humano pueda
tener en su historia de vida, desde el fracaso amoroso hasta el profesional.
Tal como lo dice textualmente Perucho: “Sustituir al héroe en una noche de
insomnio, mientras una corneta real nos devora la cordura”, para luego
complementar tajantemente: “Inventar nuestra propia ficción”.
Perucho
Contreras se transforma en un ídolo; un personaje que desde el más crudo
pragmatismo nadie conocerá con las dotes de un cantante famoso como lo fue
Pedro Infante, pero que en su fantasía cobra una voz distinta y se desdobla,
llegando a unir su factible penuria económica con la de Infante: “Uno quiere
torcerle el cuello a la miseria para no ser esclavo de los cien pesos de
alquiler de un cuarto”. Pero el texto va más allá de los símiles que a la
vista saltan con evidencia. También hay un melodrama intrínseco a la vida de la
gente más humilde; la misma que día a día vive con la esperanza de un mejor
mañana, esa que representa Perucho con su fantasía nocturna de charro famoso,
donde “ese desdoblarse en la vida de su ídolo, convierte a la noche y al
hastío, en la saudade de una alteridad que prolifera en la medida en que ella
sirve para afrontar la suerte de la verdadera realidad”[1].
Sorprende
que un texto como Si yo fuera Pedro Infante, fuera escrito por un autor
venezolano, más aún en un país como México en donde sobran plumas de alto
calibre literario y cultural. Ahí la grandeza del escritor, en este caso, del
maestro Eduardo Liendo, que seguramente transfirió su pasión por la música
ranchera, y particularmente por la de Pedro Infante, a un Perucho Contreras que
como se dijo al principio, pudiera ser cualquiera. Es así como lo popular, y en
este caso la música popular, trasciende esa barrera imaginaria que limita con
lo académico y la música culta; barreras que siempre estarán supeditadas a los
gustos particulares de quienes tienen el poder de catalogar dentro de un canon
cultural, bien por el poder que les da un estatus social o un estatus
económico. Empero, dichas barreras poco a poco se han ido limando con el
tiempo, aunque siempre dejando un remanente que raya más con la necedad de
quienes ostentan el poder dentro del mundo “cultural”, que con argumentos
contundentes para no hallar elementos educativos y culturales en lo popular: “No
se trata de una incorporación de lo popular en la llamada música culta, sino
también de unas elaboraciones desde lo popular que posibilitaron el desdibujo
de las fronteras... El surgimiento de las categorías “culto” y “popular”, y su
compleja interrelación, constituyen objetos centrales del análisis cultural de
la relación entre música y sociedad en la modernidad”[2].
Dentro
del imaginario del texto, también se da el espacio pertinente para que Perucho
Contreras (más cercano aquí a la voz de Liendo que a la de Infante), recorra
lugares que años atrás eran de su habitual visita. Así aparece el cine
Royal, el cine Jardines, la Plaza Miranda, el Coney Island o la sempiterna
Iglesia Santa Teresa en pleno centro de Caracas; o recuerde nombres como los de
Alfredo Sadel, Susana Duijm o Chelique Sarabia. Si yo fuera Pedro Infante
es una novela que a pesar de su brevedad, presenta de principio a fin un
personaje que se camufla, que se esconde imaginariamente en medio de una noche
ruidosa y cuyo postura camaleónica, nos lleva de paseo hacia el pasado para
descubrir en la ficción, la vida de un ídolo que no podía morir de otra manera:
trágicamente.
El
intercambio de apellidos que intitula estas breves palabras, no es más que el
juego propio que se da a lo largo del texto, “porque Perucho Contreras es el
gran artífice de los mimetismos, de las imposturas, de la invisibilidad”,
se dice a sí mismo en pleno soliloquio mientras la interminable madrugada
extiende sus horas; Perucho disfruta de su “insatisfecha mitomanía”, porque
además, “...el verdadero ídolo de Perucho Contreras, no es otro que Perucho
Contreras. Todo lo demás, no es más que un pretexto para pensarse a sí mismo”. La
construcción de la ficción va desde ese yo interno del personaje hasta el viaje
virtual de una vida llena de música, cine, y que va construyendo el mito que
hoy día conocemos como Pedro Infante. No obstante, hacia el final de la obra,
el anónimo personaje salva su honor cuando tajante sentencia: “Después de
todo, tampoco está mal ser Perucho Contreras”, alguien que puede llegar a
ser en tan solo una noche, un ídolo, un cantante famoso o sencillamente, Pedro
Infante.
1 comentario:
Al final me ha hecho reír la conclusión de este empleado público con aspiraciones de estrella, me ha hecho reír eso de: "Después de todo, tampoco está mal ser Perucho Contreras”
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