La pista estaba sola para mí, fui
el primero en llegar hoy. El agradable clima era producto del fuerte aguacero
de la noche previa y el azul del cielo comenzó a imponerse apenas despuntaron
las saetas doradas del sol. Los charcos que bordean la pista son inmensos,
lagunas en las que beben unos diminutos pajaritos amarillos, que en su vuelo,
parecen más un enjambre de abejas que una bandada de aves. Decir que “fui el
primero” es todo un éxito, lo que no resulta nada fácil, sobre todo cuando uno
es el menor de la partida en un lugar en que la mayoría de la gente —da la
impresión— es de la cuarta edad (no de la tercera): ochenta y cinco por aquí,
ochenta y dele por allá, uno que otro muchacho de setenta, y así. La verdad es
como sentirse un bebé que gatea.
Voy por mi carril 8 de lo más
inspirado, “Wherever I may roam” sobre todo cuando apenas llevas tres vueltas a
la pista. Sé que es en la quinta cuando empiezo a sudar y a sentir los efectos,
pero apenas inicio la cuarta. Comienza a llegar la parranda de simpáticos y
atléticos abuelitos. Muchos de ellos me levantan la mano en señal de saludo y
yo hago lo propio como si mi gesto les pidiera la bendición (como es tradición
en Venezuela a pesar de que me dejé de eso hace más de veinte años). Una de las
Joyner ochentosa me dice algo, supongamos que “buenos días mijo”, pero “Gimme
fuel, gimme fire, gimme that which I desire” no me dejó escucharla. Así que
respondí “Buenos días, ¿cómo está?” y seguí de largo.
Veo que un nutrido grupo ya
invade la cancha, que en su mayoría, va por los carriles 5, 6 y 7, caminandito
de lo más chévere. El carril 8 ya está ocupado por cuatro bebés (incluyéndome),
dos de ellos que siempre me dejan el pelero (siempre, insisto), claros
profesionales de la carrera y una bebé con unas piernas de piedra que siempre
me humilla pasándome por el lado al doble de mi velocidad y me saca una y hasta
dos vueltas (siempre, insisto otra vez). Ella le hace señas a una joven de unos
sesenta y pico de años, y me figuro que le dice que se pase al otro carril que
es para caminata. La respuesta gestual es de rechazo e indiferencia. Ya el sudor acusa el esfuerzo de mi cuerpo,
“I can't remember anything, can't tell if this is true or dream”, sólo quería
mantener mi ritmo y a medida que lo hacía, me acercaba a la protagonista que
caminaba por el 8. Justo la canción va terminando y el fade out deja un breve silencio que me permite escuchar. Osadía de
mi parte: Señora, la pista 8 es para trotar. Respuesta: camino por donde me da
la gana.
Quedé perplejo ante semejante
respuesta. Noté que el grupo de personas que iba por el 7 reaccionó también por
el comentario. Por esas sincronías inexplicables de la vida arranca “The
unforgiven” con ese maravilloso arpegio de Kirk Hammett, a la par que se
multiplican mis pensamientos con el episodio de hace segundos, mezclándose con
ese pastiche personal de lecturas, correcciones, escrituras, responsabilidades
laborales y proyectos que están por concretarse. La palabra “civismo” se me
atornilla con cada paso que doy al ritmo de la batería de Lars Ulrich. Los tres
carteles gigantes que bordean la pista con las normas de uso, se me antojan una
broma pesada, como una pancarta dentro de una comedia bufa, una tomadura de
pelo para hacernos sentir a los usuarios dentro de un marco de orden y
organización.
Así el país, grosso modo. Lo que es un hecho minúsculo lo termino proyectando a
sus variopintas posibilidades y semejanzas: se puede comprobar en el canal
“rápido” de la autopista en donde cualquier conductor “porque se le da la gana”,
va a velocidad de hombrillo; cualquier situación de irrespeto en el Metro de
Caracas (si ejemplifico no termino nunca) y ni hablar de comentarios y acciones
que emanan del gobierno, que como paradigma de nuestra sociedad, debería ser
integrante y conciliador. Sabemos que aún estamos lejos de que esto sea así
(entra “Master of puppets” siguiéndome el juego).
La meta está cerca, me esfuerzo
un poco más en la última sprintada y
marco la duodécima vuelta que pone fin a mi rutina matutina (me disculpan la
rima). 5k logrados con esfuerzo (pariendo, a decir verdad), pero lo logro y me
siento bien. El sedentarismo propio de la oficina hay que combatirlo. He
comprobado que las veces que escucho Metallica mientras troto, bajo de tiempo,
y en ocasiones, hasta me hace recorrer más distancia. Cada vez que llego a la
meta pienso en Murakami (¿por qué será?). Camino, me relajo, estoy hiperventilando.
A la distancia veo que el vigilante habla con la “señora” que me soltó de cuajo
semejante respuesta, ambos detenidos en mitad del carril 8. Acelero el
paso y escucho esto:
—Señora, el carril 8 es sólo para
trotar, ¿pudiera pasarse al otro?
—Pues me disculpa, el carril 8 es
de todos, que se pasen ellos...
“Ellos” éramos ya unas seis
personas que estábamos en la misma línea de trote. Pensé que la señora tenía
una severa confusión entre el canal del Estado y la pista de trote, que
mientras más se presume “de todos”, más se evidencia la mentira. Las normas en
el país parecen un adorno de bisutería barata.
La sincronía del universo sigue su curso, así como cuando un nombre que
hasta hace poco te era desconocido y ahora lo hallas en cada página y lo
escuchas a cada rato, Metallica hizo lo propio con su “Sad but true”, triste
pero cierto: el civismo, ser ciudadano en estos días, parece una excentricidad
de una banda de rock.
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