9 ago 2011

Agua viva

Soy inquieta, áspera y desesperanzada.
Clarice Lispector.
Estaba escuchando a Caetano Veloso y algo me decía que tenía una reseña pendiente. ¡Claro! Terminé de leer Agua viva de Clarice Lispector y el tiempo a veces no llega o sigue de largo haciendo que las lecturas se adelanten a las reseñas. Este libro es de aquellos que “dice todo y dice nada” o a la inversa, que en donde piensas que no hay nada, sobran maravillas. Lo que de allí como lector uno pueda disfrutar y aprehender, va en proporción directa al amor que se tenga por la palabra. Remembranzas aparte que tienen que ver con una estupenda banda venezolana de los ochenta por el encomillado, Clarice Lispector es sublime en su prosa, y este texto particular, es poesía, es pensamiento, es prosa y un sinfín de elementos literarios que supera en su brevedad a cualquier libro. Incluso, en más de una ocasión –y aunque parezca aventurado– hay en esta obra mucho de sofisma, de un intento por convencernos de algo (etéreo la mayoría de las veces), de persuadirnos con el dominio absoluto que tiene la autora sobre la palabra acerca de los temas que aborda con una facilidad sorprendente. Como bien señala a escasas hojas de iniciar el libro, “escribir es la manera de quien usa la palabra como un cebo, la palabra que pesca lo que no es palabra”, ergo, lo que es imagen, alegoría, metáfora.


Lispector reconoce su juego y por ello incita al lector a seguirle la pista. Sabe que en ocasiones se excede, pero también sabe que en otras tantas (la mayoría diría yo), acierta, no tanto en lo que dice, sino en cómo lo dice. Porque como buena escritora, sabe que en ese mundo excéntrico que aborda en Agua viva, está soltando rayos de luz para impactar y sorprender a sus lectores con su oficio, con lo que mejor sabe hacer, escribir: “Sé qué estoy haciendo aquí: estoy improvisando. ¿Pero qué mal hay en eso? Improviso como en el jazz se improvisa la música, jazz furioso, improviso en el escenario”. Sabe que en su fantasía, que en su elucubración letrada, el hilo conductor se pierde en más de una ocasión, pero ello no es motivo para dejar de demostrar con justa altivez, su capacidad para retomarlo y empalmarlo con otros temas con una facilidad impresionante. Ella misma reconoce que “este texto mío está atravesado completamente, de punta a punta, por un frágil hilo conductor, ¿cuál? ¿el de la inmersión en la materia de la palabra? ¿el de la pasión? Un hilo lujurioso, soplo que calienta el discurrir de las sílabas”.
En Agua viva la autora se desdobla, se torna palabra y se embeleza en ella misma. Ya el significado queda a un lado, reconoce el poder semántico pero le da mayor valor a la forma estética, al carácter artístico que logra línea tras línea, cual si fueran pinceladas, perfectas armonías musicales o la talladura precisa sobre un trozo de madera o una dura roca. Admite estar limitada por su identidad, pero es “elástica y separada de otros cuerpos…soy puro éxtasis”. Por instante toma distancia, pero se reencuentra a sí misma para guiarse y para guiarnos en eso que ella misma reconoce como una “fuga” musical en su texto, esa que se repite sobre sí misma pero que no deja de ser sublime y el centro de atención.
El sueño y la vigilia; esa nostalgia secreta por haber querido nacer animal; la religión y Dios; el arte como fuente máxima del conocimiento; el terror a sus fantasmas y lo sobrenatural; amor y pasión, y muchos temas más, están en Agua viva. Este libro es inclasificable. No es una novela, no es un diario, tampoco son ensayos y relatos cortos. Es lo que su lector quiere que sea, que aunque pudiera considerarse algo desordenado en algunas ocasiones, jamás podrá tildarse de aburrido y creo que precisamente era eso lo que Lispector quería lograr, transmitir ese efecto de desprendimiento y caos (porque de esto también hay bastante en el libro) en donde se atreve a confesar que “Dios es de un silencio tan enorme que me aterroriza”.
Agua viva es un libro para ser degustado poco a poco, como si el paladar tuviera que catar cada una de sus imágenes, hallando ese sabor –que es el saber– de la lengua (María Fernanda Palacios dixit) en cada una de sus líneas. Este libro puede verse como la perfecta referencia de lo que es la escritura como arte, como una entidad que se auto reconstruye dentro de un imaginario plurivalente, una suerte de vademecum de la angustia y lo moderno. En la brevísima reseña que hiciera sobre Felicidade clandestina, (http://palabrasyescombros.blogspot.com/2010/12/felicidade-clandestina.html), decía como hecho anecdótico que Lispector se perfumaba antes de escribir, y en Agua viva se evidencia, deja de hacerlo por un instante y le dice a ese “ser” fuente de amor y rechazo al cual le escribe: Para escribirte antes me perfumo toda. Este libro lleva de principio a fin la fragancia inequívoca de su estilo en la literatura.

1 comentario:

Ruth Hernández Boscán dijo...

la leo, justo ahora.

PD. Quedó lindo el programa!

un beso