Ayer fue la presentación de Silencio en el convento del escritor puertorriqueño Luis Saldaña. Después de dar los respectivos agradecimientos, tanto al propio escritor por considerarme para ser su corrector de estilo y a la Editorial FB Libros para ser el presentador –y luego de hacer una brevísima síntesis de lo que es Puerto Rico tanto en la música como en la literatura–, estas fueron mis palabras:
Una buena obra comienza por el título y Silencio en el convento no es la excepción. Todo aquello que alude a lo religioso despierta suspicacia e intriga en el lector, y Luis Saldaña, hace justamente eso: entregarnos una novela en donde el misterio comienza a forjarse en el siglo XVIII y deviene hasta el presente tras la negativa de la Iglesia en cuanto a la construcción de un lujoso hotel sobre tierras que considera sagradas.
El misterio, el complot y la confabulación, están bien manejados, en un tono casi fílmico que hace de la lectura un perfecto entretenimiento a medida que pasan las páginas. El ritmo de lectura nunca decae; todo lo contrario, quieres saber qué sucede con las monjas, con el Arzobispo y demás personajes.
Otro elemento a destacar en Silencio en el convento, es la delicada y bien definida estrategia en cuanto a los tiempos utilizados por el autor dentro del mundo ficcional, un aditamento que demuestra su pericia en el oficio de escritor para hacernos saltar de unas instancias a otras, de siglos pasados al presente, sin perder el ritmo, la intención narrativa y por tanto, el hilo conductor.
Armando San Miguel, un connotado periodista que acepta la investigación ofrecida de manos de su amigo y constructor Joaquín Sabater, será el encargado de desvelar el oscuro pasado que encierra aquel lugar protegido por un alto clérigo, “un hombre cansado y atormentado por un perenne sentimiento de culpa cuando regresó a Puerto Rico el veintitrés de abril de mil ochocientos tres. Trataba de exorcizar sus demonios entregándose a extenuantes andaduras pastorales por los pueblos de la Isla y sufragando obras de caridad con las que pretendía lavar su alma de pecador”.
Silencio en el convento ofrece además, un delicioso carácter epistolar en el desarrollo de la trama que viene a enriquecer la lectura, llevándonos hacia un final sublime aderezado con un toque sobrenatural.
Digno de un buen escritor, una vez culminada la historia y son atados los cabos sueltos que el lector debe recolectar, cual si fuese un antropólogo literario, Saldaña cierra con un epílogo que da fe de su esfuerzo y compromiso como escritor, dando el merecido reconocimiento a quienes lo merecen y en donde incluso el título, producto de algunos tragos extras, tiene su historia.
PD.
La estupenda foto de la portada tomada por María Elena Velasco, es la puerta de la casa del Inca Garcilaso.
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