No hay literatura sin una moral del
lenguaje.
Roland Barthes.
El tema de
la educación en una sociedad siempre abrirá su abanico ecléctico de loas y
quejas en cuanto a su funcionalidad, bien por lo que se esté enseñando o por
los sistemas aplicados con dicho fin. Desde el punto de vista de lo palpable y
cuantificable, el lado de las ciencias siempre tendrá sus puntos garantizados a
favor en este sentido, pero del lado humanístico, y particularmente desde la
literatura, siempre habrá reticencia en cuanto a su efectividad, y sobre todo,
en verle su aplicabilidad en el día a día, de manera tal que responda al
trillado y despectivo “para qué sirve”. Más allá del hecho placentero que
ofrece la literatura, en más de una ocasión lo más escépticos siempre se
preguntarán en qué beneficia la literatura a un colectivo, a la sociedad. La
literatura como exploración de Rosenblatt (2002), es un libro esclarecedor
en ese sentido; una suerte de oasis con respuestas a inquietudes que siempre
han rondado por la memoria de estudiantes y docentes; de padres y
representantes en cuanto a su función en términos didácticos, cognitivos y
emocionales. El texto responde a esa pregunta peyorativa que mencionamos líneas
atrás.
Antes de
desarrollar brevemente las ideas sobre su contenido, hay que mencionar que el
texto fue escrito a final de los años treinta del siglo pasado, reeditado y
revisado en 1995, y publicado por primera vez en español empezando ya el siglo
XXI. El punto en cuestión y por ello la remembranza de las fechas, es que el libro
mantiene una vigencia increíble y demuestra la lucidez de su autora por encima
de épocas, debacles sociales y avances tecnológicos. Esto denota
claramente la vigencia de un tema, que por irresuelto, despierta suspicacia en
cuanto al valor intrínseco que posee, pues de qué otra manera entonces puede
entenderse que la literatura forme parte del valor cultural de una sociedad;
del espejo humano que representa a través de las historias, las evocaciones –ficticias o no– que provocan los escritores
con su talento. Y por qué de ese extraño reconocimiento, valor o respeto, del
que gozan los autores una vez que se ven consagrados por su talento y
anunciados, palabras más palabras menos, por los diversos medios de
comunicación.
El enfoque
general de La literatura como exploración, aborda la enseñanza de la
literatura desde la perspectiva de las Ciencias Sociales entre otros aspectos.
En este sentido y siendo incluyente, sugiere que todo docente de literatura
debería tener un mínimo conocimiento de todas esas ramas que nacen del árbol
principal que las ampara, las cuales van desde la psicología, la sociología, la
antropología y todas aquellas áreas cuyo centro de estudio sea el accionar, el
pensamiento y el espíritu del hombre. Es más que entendible, a juicio de la
autora, que los maestros de literatura posean algunas nociones
básicas de estas áreas del saber humano, pues amén de que en los libros
se conseguirán con mundos tan complejos como el real, los alumnos o aprendices
de literatura no son menos en este sentido. Todo lo contrario, cada pensamiento
de éstos divagará en su propio mundo de conflictos y temas psicológicos no
resueltos cada vez que la lectura los lleve de paseo por distintos universos.
Tal como señala ese personaje que es un crítico literario en la obra El mal
de Montano de Vila-Matas (2002), que previamente a conseguir la armonía en
el mundo gracias a la literatura, recordaba que cuando ésta no existía para él “no
encontraba un lugar en el mundo, me sentía profundamente perdido y desolado...
No contaba con los recursos felices e imaginativos que nos regalan las lecturas
permitiéndonos escapar de las angustias que nos tienen a veces atrapados”.
La primera
inquietud del profesor ante sus alumnos es saber qué libros y autores
recomendar, bien porque vayan en línea con la parte formal de la academia y el
pensum de estudio, o porque en su criterio, proponga textos que a su juicio
puedan ser más atractivos para el grupo de estudio y procurarse lo que la
autora llama “dieta literaria” (como le sucediera al personaje anteriormente
referido, sólo que aquí, hablamos de alumnos de carne y hueso). Aquí es importante
señalar que el docente de literatura se enfrenta a otra gran barrera
inexpugnable para él, y tiene que ver con el perfil socio-económico de la
institución educativa en la que se encuentre. Esto es algo que no se expresa de
tal manera en el texto, pero haciendo la semblanza a las condiciones actuales
de los colegios venezolanos, sobre todo sin son públicos o del Estado, tal
situación afectará en las posibilidades de adquirir un libro cuando la
verdadera prioridad del estudiante y su familia es alimentarse, por decir lo
poco y sin entrar en mayores detalles. Caso distinto aplica en los colegios
privados en donde la mayoría tiene fácil acceso a los textos, bien sea en papel
o en digital, en un grupo de estudiantes, que además, manipula a la perfección
lectores digitales y las tan modernas tabletas y teléfonos inteligentes para
acceder a un mundo infinito de información que no es ajeno a la literatura. No
es temerario añadir a estas alturas de la humanidad, que lo que importa al
final de cuentas es que los estudiantes, y la gente en general, se aproxime a
la lectura –y mejor aún si es literatura– sin importar el soporte, es decir,
sea en papel o través de una moderna computadora o avanzada tableta tan de moda
en la actualidad.
Volviendo
al punto y obviando las condiciones antes mencionadas, el profesor de
literatura debe llevar al máximo su creatividad para despertar el interés sobre
los textos literarios, hacer la veces de psicólogo para poder discernir entre
un alumno y otro los posibles intereses de lectura; darle el incentivo
necesario que despierte esa chispa de la curiosidad, más aún en el caso de los
adolescentes que siempre la tienen a flor de piel. Durante este proceso, lo
quiera o no, el docente de literatura siempre apuntalará lo ético a través de los
textos, desde las diversas situaciones que planteen las historias y vivan los
personajes, lo cual no es más que una de las infinitas proyecciones que la
ficción puede hacer sobre la realidad. La vida del texto literario, lo que
presente cualquiera de sus anécdotas o situaciones posibles, no será más que el
reflejo de la vida misma, y por tanto, puede demostrarse a través de éstas,
valores literarios que no son más que el reflejo de lo que pudiera tocarle
vivir a cualquiera. En este sentido, ¿quién puede decir lo contrario si tomamos
como referencia a ese entrañable personaje de Salinger (2008) en El guardián
entre el centeno, Houlden Caulfield, o yéndonos más lejos en el tiempo y
dentro de la literatura latinoamericana, a Silvio Astier, personaje principal
en El juguete rabioso de Arlt (2004), en cuanto al factible paralelismo
que cualquier adolescente puede hallar en estos personajes de ficción? Creemos
que sería absurdo que alguien abogue por lo contrario. Los personajes referidos
atraviesan conflictos emocionales típicos de cualquier adolescente en el mundo
real.
La
enseñanza de la literatura, volviendo de nuevo al caso venezolano, y
particularmente al contexto capitalino, es vista por la mayoría como algo
inútil, incluso algo que en términos machistas, no va con la idiosincrasia de
los hombres. Dicho en palabras más crudas, algunas personas piensan que el
asunto de la literatura en los hombres es poco varonil, por decir lo poco. En
el caso de las mujeres, por el contrario, es visto como algo natural y propio
de sus condiciones, pero siempre tratado con distancia y poco práctico e
inservible. No obstante y paradójicamente, es común escuchar en voz de muchos
actores de la sociedad, quejarse en cuanto al decaimiento actual de la
educación, y desde este ángulo, esto implica también la enseñanza de la
literatura, lo que de manera contradictoria evoca un reconocimiento de su
valor, más allá del absurdo que raya con los salarios poco dignos de los profesores
cualquier sea su especialidad. Querer una buena educación sin lectura, más allá
del tema literario, es como querer broncearse a media noche.
Rosenblatt
también destaca en su texto el carácter emocional que despierta el acercamiento
a la lectura literaria, cuyo proceso generará la sensibilización de los lectores
hacia las historias leídas, proyectando a través de éstas, sus propias
realidades, canalizando y comparando situaciones que por semejantes en mayor o
menor grado, les procurarán una reflexión y un camino factible que los guíen hacia
una respuesta; una opción o una salida a un determinado conflicto; una
alternativa que antes no habían visto y que el entorno que los rodea no les
había dado. El docente, más allá del canon literario o lo que anteriormente
llamamos “dieta literaria”, nunca debería ver en esto una camisa de fuerza para
vestir la multiplicidad de pensamientos y conflictos que alberga el heterogéneo
espíritu humano. Por el contrario, el profesor de literatura deberá tener la
suficiente astucia y flexibilidad para saber qué texto ofrecer a los lectores
más renuentes. En palabras de la autora, “la
personalidad total tiende a involucrarse en la experiencia literaria”[1],
y considerando esto, es inevitable que algún texto sugerido con buen tino, le
brindará el mejor provecho al lector cuyas letras lo aluda en su yo interno.
Parafraseando
a Harold Bloom, quien en algún momento dijo que estar a solas con un libro da
la oportunidad de comprenderse a sí mismo, va en el mismo sentido considerar el
proceso de lectura por encima del gozo que pueda provocar en los lectores, como
un acto reflexivo que los lleve al encuentro con sus pensamientos, con los
infinitos aspectos de los cuales está hecha la vida y que forman parte de la
experiencia individual de cada quien. Por ello mismo, Rosenblatt hace hincapié
en una característica fundamental que va más allá del “conocer sobre”
literatura, lo cual no deja de tener su importancia y valor, y es lo que ella
llama “vivir a través de”, con lo cual alude a la necesidad de ver a la
literatura como un medio que ofrece más que conceptos. Aquí los estudiantes (y
lectores en general) pueden hallar el mecanismo ideal para lograr una suerte de
“liberación emocional” que los catapulte al disfrute que todo arte debe generar
y por consiguiente, a ejercitar los sentidos, a hacerse más humanos y con ello
aumentar la experiencia individual de cada quien. El proceso de lectura
procurará entonces una catarsis que tal vez la vida real –y esto no es taxativo–
no pudiera ofrecer. Como bien señala a la perfección Blanchot (1992): “La literatura
no es un simple engaño, es el peligroso poder de ir hacia lo que es por la
infinita multiplicidad de lo imaginario”[2].
El libro La
literatura como exploración deviene en un luminoso camino dentro del
proceso pedagógico de la literatura. Más allá del nivel de los
estudiantes, principiantes o aventajados, el fin principal de todo lo que emana
y produce la literatura en éstos, va en sentido de procurar la tolerancia entre
unos y otros, que en palabras de Rosenblatt es aprender a colocarse “imaginativamente
en el lugar del otro”, dentro de un mundo –el real– que en ocasiones no permite segundas
oportunidades. Esto conlleva a una evidente mirada sobre la consolidación de la
democracia en el entorno que nos compete, en donde el respeto y la dignidad, son
elementos que siempre deben estar por encima de cualquier estamento. Ese efecto
reflexivo y de razonamiento (obviamos ya el efecto placentero) que nos
produce la lectura de un libro, tal como comentáramos líneas atrás recordando a
Bloom, termina siendo de un valor incalculable dentro de una sociedad que vive
en un estado perenne de aceleramiento, caos y poco tolerante.
Todo el
texto nos lleva hacia un final, que por lógico, tal vez no se vea con claridad
desde el principio. El mismo apunta hacia el tema de la “democracia” desde
cualquier perspectiva que se le vea, y sobre todo desde la literatura que es lo
que nos compete. Aquí puede resumirse en su totalidad lo dicho
anteriormente. Es el punto desde el cual reflexionamos y toleramos al otro o a
lo otro; es desde donde asumimos posiciones éticas, conciente o
inconcientemente; el lugar en donde aprendemos de la vida partiendo de los
valores literarios y en donde el docente halla el punto de apoyo para motivar
la lectura, con lo cual se pretende lo que la autora llama “lectura “eferente”,
la que se quiere “llevar afuera” y hacerla aplicable, práctica y que en el
diario vivir pueda ofrecer la toma de conciencia sobre algo particular. “Ninguna
literatura es eficaz si no provoca en quien la lee ese efecto de eco, si no
repercute de algún modo en quien la lee. Sabemos que lo importante de la
literatura es lo que desata y no lo que denota”[3].
En este sentido, tenemos entonces un elemento motivador como producto del
encuentro con la literatura, lo cual generará una mayor “sensibilidad social”
dentro de un entorno global cada vez más complejo y convulso, en donde
aspectos como éste sumarán ventajas en aquellos lectores con una visión del
mundo más heterogénea.
Lo dicho hasta ahora, debería
entonces fungir de una u otra forma, como estímulo al momento de enfrentar al
joven lector con el texto literario. No se trata de arrojarle una cartelera de
panegíricos a seguir, puesto que de esta manera el efecto que produciría
seguramente sería el contrario al que queremos. El acercamiento que el docente
ofrezca hacia la literatura, por sutil que sea, siempre llevará un inmenso
potencial que se abrirá en múltiples vertientes que sólo el lector reconocerá
en su fuero interno. Merece particular atención en este sentido, la enseñanza
de la poesía o el ofrecimiento de ésta, a lectores sin distingo de edad que se
acerquen a este importante género literario. En este sentido, el tino del
profesor de literatura es vital para no espantar sobre todo a los más jóvenes,
que por su naturaleza inquieta propia de la edad, tenderá más temprano que
tarde a buscar otra forma literaria, o digámoslo de esta manera, otra vía para
entretenerse o el abandono total del texto.
Buscando una analogía de la poesía
con algo que forma parte del entorno cultural de los más jóvenes, es
sorprendente ver en la actualidad el auge que han tenido algunos géneros
musicales cuya raíz primaria se desprende del rap o el hip-hop tan
propio de las calles más humildes de la ciudad de Nueva York, por dar el
ejemplo más clásico. Allí puede notarse con perfecta claridad y salvando las
distancias, una suerte de poesía trivial, urbana o callejera, que viene a
representar una expresión cultural que ha cobrado fuerza y se ha transmutado en
Latinoamérica en algo que se llama reguetón.
Aunque parezca desproporcionada la comparación, qué hacen los cantantes o
raperos de dicho género (obviemos el contenido de las letras, que ciertamente
en la mayoría de los casos no tienen mayor valor poético) al momento de
expresarse, de cantar: rimar, conjugar formas sintácticas que devienen en
poesía, buena o mala, pero poesía al fin.
En este orden de ideas, es curioso
ver cómo en la actualidad existe preferencia por el llamado verso libre, aquel
que se libra de las ataduras métricas que conforman las normas decimonónicas de
la poesía rimada, trátese de sonetos, décimas, églogas y un sin fin de estilos
más, pero que en términos musicales, los más jóvenes manejan a la perfección o
disfrutan a plenitud de quienes sí poseen ese extraño don de “rimar”. Entonces,
resulta curioso y contradictorio, que ese género musical nacido en la dureza de
las calles en las grandes ciudades –incorporemos ahora a Venezuela–, tenga
mucho de poesía en la construcción métrica de lo que se canta. Salvemos la
distancia académica que de por sí existe entre la poesía escrita (sobre todo en
lo simbólico, desde lo metafórico hasta lo alegórico) y lo que pudiera llamarse
poesía cantada, pero lo que sí es indudable, es que a través de la musicalidad
de las canciones, los más jóvenes se acercan a un canto que ancestralmente
remite a la poesía: “La cultura de masas
es la cultura de la mayoría; la música rap ha introducido en la práctica de la
poesía a miles de personas”[4].
Retomando entonces la principal
línea de lo que hasta ahora se ha expuesto, la enseñanza de la literatura en
general, y en especial de la poesía, debe ser aplicada en un primer
acercamiento desde un panorama más lúdico que estrictamente formal. Con el
tiempo y gracias a los pasos seguros del docente, a través de su emotividad,
interacción e integración con los alumnos, terminarán por llevar al grupo hacia
sendas más intrincadas dentro de la literatura misma. Éstos pedirán otras
cosas, querrán conocer otros mundos posibles a través de los libros, puesto que
el nivel de exigencias sobre sí mismos –que es lo ideal– irá aumentando. El
respeto entonces que el docente de literatura demuestre hacia la nueva camada
de lectores (pensemos sobre todo en el caso de jóvenes en bachillerato), es de
vital importancia. No olvidemos además, que la cultura como gran abanico de
enriquecimiento humano, no es excluyente en cuanto a sus formas o expresiones,
dicho de otra manera, aquí entra la literatura, sí, pero también lo hace la
música y el arte en general. Desde esta perspectiva e insistiendo con el tema
del respeto y la tolerancia, el docente podrá con mayor facilidad, darle las
herramientas, la “dieta literaria” que aludía Louise Rosenblatt, el estímulo
necesario, a aquellos que están prestos a seguirle los pasos a la literatura.
[1] . Rosenblatt (2002): La literatura como exploración. Fondo de
Cultura Económica. México. Página 206
[2]. Blanchot (1992): El libro que vendrá. Monte Ávila
Editores. Página 111
[3] . Palacios (1987): Sabor y saber de la lengua. Monte Ávila Editores. Página. 31
[4]. Kozak (2001): ¿A
dónde va la literatura? en Revista Iberoamericana, Vol. LXVII, número 197. Página
16.
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