Cuando ingresé a la Escuela de
Letras de la Universidad Central de Venezuela, tenía claro cuál iba a ser mi
tesis de grado. Sin duda alguna esto hizo más placentera mi estancia en la
universidad durante los cinco años de carrera. A medida que iba avanzando en
ese constante descubrimiento de libros y autores, iba asociando, mejorando e
incorporando temas y vertientes, teorías y especulaciones con las que
enriquecer mi trabajo. Lo complejo fue, en todo caso, definirme por un sólo
marco teórico para no perderme en las diversas ramificaciones que mi tema
demandaba por estar vinculado a la cultura popular desde la música y la
literatura.
No obstante y desde el primer
semestre, coqueteé con cambiarme a un tema distinto, tanto por tener algunas
lecturas, como por el creciente interés por la obra de aquellos poetas que
decidieron poner fin a sus vidas saltando al vacío, inhalando gases, sumergiéndose
en el mar, atravesándose con pólvora, entre otras variopintas opciones. Leo, y
entro en el tema, Poesía y suicidio en
Venezuela: el caso de Martha Kornblith de Miguel Marcotrigiano. Por la
confianza que tengo con el poeta y autor, digo: ¡este hubiera sido mi otro
trabajo de grado! Miguel me comentó hace más de un año que estaba trabajando en
este libro y desde entonces quedé a la espera del mismo. Y aquí está,
fundamentado en el lecho poético que corresponde, como por un proceso de
investigación serio.
Poesía y suicidio en Venezuela... hace un arqueo del trabajo y la
figura de aquellos poetas, que como ya mencioné, decidieron suicidarse. Están
los más reconocidos y emblemáticos como José Antonio Ramos Sucre, Gloria Stolk,
Miyó Vestrini, pasando por otros casos de suicidio que hasta ahora para mí eran
desconocidos, como los de Ismael Urdaneta, César Dávila Andrade, Gelindo
Casasola, entre tantos otros, hasta llegar a Martha Kornblith. Por supuesto,
este trabajo hubiera quedado incompleto —y no es el caso— si el autor no
mencionara a aquellos poetas universales que también sellaron sus destinos con una muerte planificada, como Cesare
Pavese, Anne Sexton, Alfonsina Storni (la lista es interminable), para crear
una suerte de marco referencial hasta llegar a Kornblith, que entiendo, ha sido
el último caso de poeta suicida en el país.
La visión de Marcotrigiano en el
libro está exenta de moralismos, va a lo suyo desde las herramientas teóricas
que el tema ofrece, sin juzgar y desmerecer los motivos que llevaron a los
poetas al suicidio. Al margen de lo que el propio autor refiere cuando dice que
“hay que resaltar que en nuestro país el
suicidio representa una zona tabú”, debemos reconocer y esto también lo
dice pero con otras palabras, el grado de valentía de quienes deciden inmolarse.
Esto es indiscutible. Como dice Enrique Vila-Matas, "los suicidas, ya se sabe, no tienen placas, no se celebran ni conmemoran". Piénselo por un segundo y sientan cómo tragan grueso tan
sólo con imaginarlo. Hay una canción de Charly García que dice “todo el mundo
en la ciudad es un suicida”, y me pregunto, ¿quién no ha pensado en ello alguna
vez? Seguramente habrá quienes no, pero inclino la balanza a favor del sí.
Especulaciones aparte, el autor
ofrece algunos datos biográficos de Kornblith para ir armando el corpus del
libro y el posterior sustento teórico, como esa parte entretenida, degustativa,
que implica la lectura de la poesía que permita ir atando puntos de conexión y
referentes reales y simbólicos que apuntan hacia una apología del suicidio en
determinados versos. En este orden de ideas, cabe la pregunta, hasta qué punto
se da la despersonalización de la voz poética de Kornblith con relación a su
voz real, la que sufre, la que vive atormentada, pues como bien señala el
Marcotrigiano, “es difícil no deslastrar
el yo real de la autora, de la hablante de los textos” y es precisamente
aquí donde entrará la lectura reflexiva de cada quien para hacer sus propias
conjeturas. El libro aborda el miedo, la desesperanza, la reflexión, entre
otros sentimientos encontrados, que Kornblith plasmó en su poética y la trampa
que significó la lectura de algunas poetas también suicidas, que lejos de
responder a la distensión que en teoría debe procurar la catarsis, tuvo el
efecto inverso de más bien acercarla a una decisión que se fue consolidando en
el tiempo: poner punto final a su vida.
Ingresé a la Escuela de Letras en
1995 y desde el primer semestre hice buenas migas con el también poeta y
crítico literario José Antonio Parra. No recuerdo si fue en ese mismo semestre
o el siguiente, una conversación de pasillo entre él, Martha y yo. Parra, quien
ya la conocía, me la presentó (ella tenía 36 y yo escasos 22), nos saludamos
políticamente y acto seguido nos enseñó uno de sus poemas escrito a mano. Ojalá
recordara cuál fue. Pienso en cuánto de puñal, cuánto de soga, cuánto de salto al
vacío tendrían aquellos versos. Dos años después, en 1997, la noticia funesta
recorrió los bulliciosos pasillos de la Escuela. Semanas de silencio
transcurrieron con dolorosa lentitud.
Fantástico trabajo,
Marcotrigiano, chapeau.
2 comentarios:
Agradecido por la reseña, Jason. Un gran abrazo. Miguel Marcotrigiano
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