Ella es Elena, una perra.
Él es Mario, su esposo convaleciente.
Lito, es el hijo de ambos.
No es ningún juicio de valor personal puesto que Elena se reconoce así misma como una “perra” (en alguna parte lo dice, ¿o me lo inventé?), “soberbia y puta”, una “deshabitada” —calificativos textuales— que no necesita amor. Es, de estos tres personajes, el que más me gustó, por descarnado, por sincero, por humano. La voz de una mujer que sufre el estado terminal de su esposo, pero que aún necesita pasión, sexo; es una mujer que habla de sus orgasmos con una franqueza deliciosa y para complacer esta necesidad instintiva, animal, está Ezequiel, el médico tratante de su esposo, ese que le hace ver en sí misma lo que más nadie ve: “Eso es fundamental en la cama con un hombre. No lo que yo vea en su cuerpo: lo que él logre que yo vea en el mío”.
Hablar solos de Andrés Neuman es una estupenda novela que llama a la reflexión, a pensar en el tema eterno de la vida y la muerte; a la enfermedad como el boleto inevitable —anticipado o no— a otra instancia inaprensible. Mario es el portador de ese ticket inesperado y por ello trata de aprovechar al máximo su relación con Lito, su hijo de diez años con el que viaja a bordo de Pedro (el camión), sorteando carreteras en medio de las fantasías del infante que se aproxima a la adolescencia y de la cruda realidad de su padre cada vez más enfermo; un hombre que ya postrado en una cama de hospital, siente mancillada su dignidad: Entran, salen, te cambian esto, lo otro, no sé ni qué me ponen, ya ni les pregunto, es humillante, sólo me faltan los pañales... Desde el día en que te dan el diagnóstico, el mundo se divide inmediatamente en dos, el grupo de los vivos y el grupo de los que van a morirse pronto.
Una de las partes más sublimes de la novela es cuando Mario aconseja a Lito sobre qué hacer y qué no hacer en la vida para que sea medianamente feliz (una página entera que no voy a transcribir), de lo que cualquier padre le diría a su hijo en esa situación tan próxima a la muerte: Diviértete, ¿me oyes?, cuesta mucho trabajo divertirse, y ten paciencia, no demasiada, y cuídate como si supieras que no siempre vas a ser joven, aunque no vas a saberlo y está bien...
Crisis y miserias humanas retratadas en una novela breve pero profunda, narrada en un tono que sólo se logra gracias a la voz confidencial que genera el monólogo de cada uno de los personajes: desde sus perspectivas, desde el dolor y el miedo de cada uno. Elena, una gran lectora, va reconociendo sus dilemas y contradicciones en muchos libros que pasan por sus manos, entrando en un conflicto moral con lo que fue y ahora es, teniendo muy de cerca la inminente muerte de su esposo; Mario, se entrega a su destino fatal pero en ese devastador proceso hay espacio para reconstruir en sus pensamientos lo que fue su vida, aprovechando, además, hacer un último viaje por carretera con su hijo de copiloto.
Algunas frases célebres de Elena:
A veces tengo la sensación de que la maternidad es un agujero negro...
Pero un hijo es también una alcancía. Por muy interesado que pueda sonar, una deposita en él su tiempo, sus sacrificios, sus esperanzas, confiando en que en el futuro produzcan gratitud...
Entonces tengo unos orgasmos que me estiran los límites de la vida. Como si la vida fuese un músculo vaginal...
Cuando se muere alguien con quien te has acostado, las caricias que hiciste sobre su piel cambian de dirección, pasan de presencia revivida a experiencia póstuma...
La familia es un animal carroñero...
Él es Mario, su esposo convaleciente.
Lito, es el hijo de ambos.
No es ningún juicio de valor personal puesto que Elena se reconoce así misma como una “perra” (en alguna parte lo dice, ¿o me lo inventé?), “soberbia y puta”, una “deshabitada” —calificativos textuales— que no necesita amor. Es, de estos tres personajes, el que más me gustó, por descarnado, por sincero, por humano. La voz de una mujer que sufre el estado terminal de su esposo, pero que aún necesita pasión, sexo; es una mujer que habla de sus orgasmos con una franqueza deliciosa y para complacer esta necesidad instintiva, animal, está Ezequiel, el médico tratante de su esposo, ese que le hace ver en sí misma lo que más nadie ve: “Eso es fundamental en la cama con un hombre. No lo que yo vea en su cuerpo: lo que él logre que yo vea en el mío”.
Hablar solos de Andrés Neuman es una estupenda novela que llama a la reflexión, a pensar en el tema eterno de la vida y la muerte; a la enfermedad como el boleto inevitable —anticipado o no— a otra instancia inaprensible. Mario es el portador de ese ticket inesperado y por ello trata de aprovechar al máximo su relación con Lito, su hijo de diez años con el que viaja a bordo de Pedro (el camión), sorteando carreteras en medio de las fantasías del infante que se aproxima a la adolescencia y de la cruda realidad de su padre cada vez más enfermo; un hombre que ya postrado en una cama de hospital, siente mancillada su dignidad: Entran, salen, te cambian esto, lo otro, no sé ni qué me ponen, ya ni les pregunto, es humillante, sólo me faltan los pañales... Desde el día en que te dan el diagnóstico, el mundo se divide inmediatamente en dos, el grupo de los vivos y el grupo de los que van a morirse pronto.
Una de las partes más sublimes de la novela es cuando Mario aconseja a Lito sobre qué hacer y qué no hacer en la vida para que sea medianamente feliz (una página entera que no voy a transcribir), de lo que cualquier padre le diría a su hijo en esa situación tan próxima a la muerte: Diviértete, ¿me oyes?, cuesta mucho trabajo divertirse, y ten paciencia, no demasiada, y cuídate como si supieras que no siempre vas a ser joven, aunque no vas a saberlo y está bien...
Crisis y miserias humanas retratadas en una novela breve pero profunda, narrada en un tono que sólo se logra gracias a la voz confidencial que genera el monólogo de cada uno de los personajes: desde sus perspectivas, desde el dolor y el miedo de cada uno. Elena, una gran lectora, va reconociendo sus dilemas y contradicciones en muchos libros que pasan por sus manos, entrando en un conflicto moral con lo que fue y ahora es, teniendo muy de cerca la inminente muerte de su esposo; Mario, se entrega a su destino fatal pero en ese devastador proceso hay espacio para reconstruir en sus pensamientos lo que fue su vida, aprovechando, además, hacer un último viaje por carretera con su hijo de copiloto.
Algunas frases célebres de Elena:
A veces tengo la sensación de que la maternidad es un agujero negro...
Pero un hijo es también una alcancía. Por muy interesado que pueda sonar, una deposita en él su tiempo, sus sacrificios, sus esperanzas, confiando en que en el futuro produzcan gratitud...
Entonces tengo unos orgasmos que me estiran los límites de la vida. Como si la vida fuese un músculo vaginal...
Cuando se muere alguien con quien te has acostado, las caricias que hiciste sobre su piel cambian de dirección, pasan de presencia revivida a experiencia póstuma...
La familia es un animal carroñero...
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