La ventaja de escribir en un blog
es que publicas lo que se te venga en gana sin un editor que te diga “Hey,
quita esa palabra”. No obstante, hay dos tabloides que pudieran publicar un
título como ese sin mayor vergüenza (no los mencionaré), lastimando el lenguaje,
y peor aún, “hablándoles” a ese público objetivo o potenciales lectores, como
si no fueran capaces de poder entender en un idioma, no digo exquisito, pero sí
menos ramplón. Así que “un país a los coñazos” sería el sinónimo soez a lo que
dijera en su momento el maestro Cabrujas (salvando la obvia distancia) y si me
permiten hacer la clara metonimia de la parte por el todo, de una Caracas-País
de “mientras tanto y por si acaso”.
La frase se me estampó
impertinente desde el amanecer cuando leyendo las noticias, quedo asombrado
(vulgar tautología en Venezuela, la de asombrarse) por el caso de la enfermera
que murió a causa de la golpiza que le dieran dos mujeres días antes. Una de
veinte y otra de veintidós años, que no conformes con agredirla brutalmente,
perforarla con una jeringa por varias partes del cuerpo como si le inyectaran
jugo de naranja a un pernil, la lanzaron escaleras abajo. ¿Por qué? Porque les
llamó la atención ya que estaban haciendo mal uso de un ascensor. Esto sucedió
en la maternidad Concepción Palacios (lugar en donde nací, valga la cuña). Pero
esta brevísima crónica estalla cuando a final de la tarde, usé el Metro en
plena hora pico (otro concepto absurdo si consideramos el perenne
abarrotamiento de los vagones a la hora que sea).
La imagen de la enfermera
apaleada volvió a mi memoria en medio de versos que por períodos del año, me
atacan inclementes para que los vierta sobre el papel en plena madrugada.
Pensaba en ello cuando dos voces masculinas conversaban lo de la enfermera, nunca
les vi las caras, yo estaba de espalda. Veníamos tan apretujados que pensé «si
este carajo se mueve un poquito más, me preña». Afortunadamente eso no pasó.
Como puedo tomo la foto que ven aquí y luego el cosmos hace lo suyo: coinciden
las palabras, se sincronizan con el pensamiento y van a dar con la patética
escena que ahora les refiero entre un mar de gente tratando de salir y un mar
de gente tratando de entrar:
Ella1: Coño deja salir, no me
empujes.
Ella2: Te empujo porque (Hoy) se
me da la gana.
Ella1: Si eres animal.
Ella2: Animal será tu madre
pedazo e …
Y acto seguido Ella2 le lanza un
gancho de izquierda que va a parar directo al mentón de Ella1. Le calculo a la agresora más de cincuenta
años y a la agredida un promedio similar. Así que ambas están en su ring. Ella2 se le abalanza encima y se aferra a la
cabellera de la mujer. Por un instante pienso que forma parte de la nueva secta
(no se le puede llamar de otra manera) que ahora aterroriza a cuanta melenuda
anda por ahí. El cuadrilátero improvisado se formó entre la raya amarilla (“el
límite de su seguridad”) y la entrada al vagón. Ella2 con la misma mano que
ahora tiene un largo mechón de su agresora, le arranca la blusa a Ella1 dejando
al descubierto dos senos depauperados y lánguidos. Al fondo veo a Bolívar —mal
llevado por Valero, según comentan algunos— promocionando su propia película
(tengo que verla) en una pancarta andante que cuelga de un muchacho que ve el
espectáculo. La señal del cierre de puerta se activa pero el par de fieras se
revuelca en el piso mientras algunos hombres intentan separarlas. No pueden. El
parlante chilla por la policía en el andén “dirección Propatria” y yo aprovecho
el maremágnum para escapar por los espacios vacíos que dejan los curiosos.
Reflexión: en un país en donde
los diputados —me disculpan que insista con el término— se caen a coñazos (es
que suena sabroso y duele cuando es contigo); se insultan a diestra y siniestra
sin importar que te vean por televisión a nivel nacional, qué puede pedírsele
al ciudadano común que ve en sus “elegidos” por voto popular semejante
ejemplo. Es como el padre que le dice al
niño que no pelee en el colegio, pero le cae a palos al pobre carajito por un
quítame esas pajas. A esto debo sumarle que ahora estallan algunas refinerías
en el oriente y el occidente del país, lo cual no es poca cosa; se inundan las
avenidas porque revientan las tuberías de agua o porque la lluvia inclemente
hace lo suyo (en esta ciudad mea un zancudo y todo colapsa), entre otros
avatares que ya conocemos de sobra y que vienen a redondear la suma de nuestros
problemas.
Inquieta que después de tanto
petróleo —una suerte de maldición—, el país se caiga a pedazos (que rima además
con el término en cuestión). Duele, este caos duele. No hay partidismo que
justifique esta debacle. No hay que ser de un bando o del otro para darse
cuenta que el camino transitado hasta ahora estaba errado. “Hoy da” indignación
vernos en una titánica lucha de unos contra otros; “Hoy da” rabia ver que la
corrupción cabalga a rienda suelta y en la asamblea se pelotean el sustantivo
como papa caliente; “Hoy da” pánico ver como el periodismo es arrinconado por
un contrincante que es tan venezolano como uno. El país está tan golpeado como
las dos mujeres del metro y se parece mucho a aquel mítico combate narrado por
Miguel Thoddé entre el venezolano Betulio González y el mexicano Miguel
Canto (ojo, cultura popular, yo no había
nacido): “—¡Pega Betulio! ¡Vuelve a pegar Betulio! ¡Sigue pegando Betulio! ¡De
nuevo pega Betulio! (...) Señores, se cayó Betulio”.
Así está Venezuela.
1 comentario:
El petróleo ha sido nuestra mala suerte, no el recurso como tal, si no la manera como lo hemos mal aprovechado, lo he llamado de la misma manera que tu.
En otros tiempos Venezuela "daba" de todo, tremenda madre, pero ahora en Venezuela "Hoy da" de todo amigo.
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