La noche comenzaba a extender sus sombras…
y los ojos verdes brillaban en la oscuridad.
Gustavo Adolfo Bécquer
Desde la portada, Verde que me muero, novela de Jason
Maldonado, advierte que la soledad es un punto fundamental en la trama. La
hermosa chica sola, sentada sobre la valija, hace pensar en el abandono, en la
espera por alguien que nunca llegó, pero también remite al exilio y al recuerdo
de todo aquello que se dejó tras la partida. La chica se encuentra frente un
puente, no obstante, la perspectiva lo hace ver como una especie valla sólida
en su intrincada estructura de metal, como un vaticinio de que no hay salida.
Ella mira hacia lo alto con los ojos verdes que encadenaron a Tony, y tal vez
recuerda con Leopoldo Marechal que, de todo laberinto se sale por arriba.
Jason Maldonado combina con
soltura dos épocas: la década de los años setenta con toda su historia de
libertad, sexo, drogas y rock and roll, que seguía el pacto con la libertad
invocado por la diosa del rock Janis Joplin, y el segundo período del año dos
mil con sus calamidades y la seriedad instalada en los protagonistas, antes
jóvenes, convertidos por el paso del tiempo en señores con más de medio siglo
de vida. El autor utiliza varios registros de un lenguaje vital y desenfadado
para condimentar la historia con coloquialismos y modismos intercalados en el
discurso formal. Los visajes experimentales que subyacen en la obra contienen
su dosis de denuncia y crítica, pero ambos temas están subordinados a un
segundo plano.
Verde que me muero articula sentimientos, tanto femeninos como
masculinos, que a veces se contraponen y otras fluyen como correlatos perfectos
de pasiones envueltas en la locura y los deseos. Esta suerte de desdoblamiento
emocional de los personajes se aprecia con fuerza en la complicidad y
desacuerdos entre madre e hija, y entre padre e hijo. El entrecruzamiento de
planos va desde la euforia producida por las drogas hasta la depresión por los
desencuentros. El punto cardinal de estos cruces está marcado por el absurdo
que representa la partida de la
Auristela , arrastrada por un motivo que en una primera
lectura parece irracional. Sin embargo, al tomar en cuenta el marco histórico e
ideológico de los años setenta signado por la toma de conciencia sobre el rol
de lo femenino, que retomó las premisas de El segundo sexo de Simone de
Beauvoir, y el existencialismo de Sartre resumido en la frase: La vida es una
pasión inútil, se comprende la situación y la posición asumida por Auristela.
Jason Maldonado inserta imágenes
atormentadas, pero también imbrica el humor que se mantiene en toda la trama.
La narración transcurre entre varios ritmos que van desde el rock, hasta la
cadencia de los boleros y entrevera, brevemente, música caribeña. Verde que me muero está contextualiza
entre Maracaibo y Caracas, dos ciudades tan importantes como las dos mujeres
que dejaron huellas transcendentales en la vida de Antonio: un fantasma de ojos
verdes como un mar, que encuentra su doble en Mariana La Rocca , la vecina que también
tiene ojos verdes y brillantes como estrellas furtivas, dispuesta a compartir
sus caricias en la solitaria cama de Antonio, porque para ella la libertad no
está supeditada a la soltería ni a la negación de la maternidad. Para Mariana
los delirios de la soledad son un combate de esgrima a los que jamás se les
debe permitir que penetren en el corazón, y se refugia en su imagen, en la piel
como metáfora que la une con el mundo y con el cuerpo de Antonio con su verde
simbolizando las pasiones vivas y latentes aun en la vida como un estornudo.
Publicado originalmente en http://lalinternaliteraria.blogspot.com/2013/12/encomiendas-en-verde-que-me-muero.html?spref=tw
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