Como casi todas
las cosas en el Caribe, el elemento dramático abre las puertas al lector en La maravillosa vida breve de Oscar Wao.
Es el tinte común a cualquiera de los países que conforman nuestro continente,
bien sea a través de la música: al bolero y a su fundamental desgarramiento por
el ser amado; a los golpes de pecho que se dan los protagonistas en todas las
telenovelas —sin excepción— por el amor perdido y que en muchas ocasiones
sobrepasan la barrera de lo cursi: dice el protagonista de Rating, novela de Alberto Barrera Tyzka en cuanto a la telenovela:
“Por fin entendimos que la cursilería también podía ser un producto de
exportación” (Barrera, 2011: 30); y
claro está, también en la literatura con sus diversas maneras de presentar “el
drama”. Parece que este temible ingrediente (temible porque implica pérdida,
dolor, fracaso, etc.) formara parte de una condición innata del ser caribeño y
que sin él, el discurso quedaría incompleto, o en todo caso, carente de la
fuerza motora principal que le mueve los cimientos (y los sentimientos) a los
receptores (escuchas-televidentes-lectores). En el bolero “se exhiben todas las
vicisitudes del duelo frente a la pérdida amorosa: infidelidad, abandono,
muerte, separación forzosa, desengaño, desencanto, traición” (Castillo, 1993:
105), y esto no dista mucho de lo que se
ve reflejado en la telenovela, que ajustando pequeñas partes de los guiones y
los nombres de los personajes, las historias parecen repetirse pero en otros
contextos o locaciones: “El sentido de la verdad y de la mentira en la
telenovela, sólo está dado por su capacidad de conmover. Lo real es lo
sensible. Lo verosímil reside en los afectos. Ésa es la única naturaleza de mi
trabajo: el exceso sentimental” (Barrera, 2011: 111).
¿Qué da el paso
(o quién) al drama en la historia narrada por Junot Díaz?, lo da una familia
signada por la desgracia, empezando por el abuelo Abelard, quien terminó en una
de las tantas cárceles del trujillato, pasando a la locura y después muerto en
patéticas condiciones; luego la abuela de Oscar Wao (OW para las próximas
menciones), Nena Inca, quien enviudó con apenas seis meses de casada: su recién
esposo murió ahogado en una Semana Santa, y según las buenas costumbres de la
época, la mujer jamás volvió a estar con otro hombre. Como del amor a la locura dicen que hay un
paso, la tía Rubelka era “una loca de amor” y para mayor dramatismo a la madre
de OW le dio cáncer. Así que el panorama
de entrada que ofrece la historia es la de un drama típico de telenovela.
Todas estas
situaciones complejas, más allá de lo doloroso y fortuito que pueden ser, son
justificadas a través de un elemento supersticioso llamado “fukú”, una extraña
e inexplicable maldición (pareciera una lexicalización del “fuck you”
angloparlante) que va tras los pasos de
la familia León, generación tras generación; es una condena ineludible que
lleva muerte y tristeza a donde quiera que estén, pero es el desamor el eterno
y duro castigo que se afinca con saña en OW. Ninguna mujer se fija en él, tanto
por su desagradable apariencia física, como por sus pueriles gustos por la
ciencia ficción, asuntos y preferencias típicas del “nerd”: fanático de los cómics,
de los video juegos, libros de fugitivos, etc. Es un joven que de niño sufrió
los rigores de una educación severa, llevado por la mano dura de Beli. Dice
Lola, su hermana: “De niño, Óscar y yo le teníamos más miedo a mi mamá que a la
oscuridad o al cuco. Nos golpeaba a dondequiera, delante de cualquiera, con las
chanclas y la correa, pero ahora, con el cáncer, ya no podía hacer mucho”
(Díaz, 2008: 51).
La fealdad de
OW, digamos, la física, dista mucho de lo que lleva en su interior; una
ingenuidad que en ocasiones puede llamar a la ternura, pero que contrasta con
su grotesca presencia exaltada por su obesidad. Lo “feo” en OW es proporcional
a sus sueños de volverse el “Tolkien dominicano” y hallar el verdadero y único
amor de su vida, ese que lo saque de las penumbras de la virginidad, pues
siendo dominicano, es un bochorno que no conozca las mieles de la pasión y la
carne. Esta situación se le vuelve un trauma, más aún cuando Yunior, su
“room-mate” y novio de su hermana Lola —por
el contrario—, “rapa” (término para referirse a tener sexo) todos o casi todos
los días con una mujer distinta. Como bien dice Lola: “Hay algo con lo que se
puede contar siempre en Santo Domingo. No con las luces, no con la ley. Con el
sexo. Eso nunca falla” (Ibidem: 172).
De alguna manera,
y retomando el tema de lo “feo”, la descripción física de OW parece estar
caricaturizada precisamente por la exacerbación de su aspecto físico y en este
sentido, “al poner el énfasis en algunas características del sujeto, pretende
lograr también un conocimiento más profundo de su carácter. Y no siempre va destinada a denunciar una
fealdad interior sino a destacar características físicas e intelectuales o
comportamientos que hacen amable y simpático al caricaturizado” (Eco, 2007: 152). Es el caso de OW. No puede
ser visto de otra manera ya que su ilimitada ingenuidad, más que lástima,
también produce un sentimiento de ternura hacia él; termina derivando cierta
comicidad pero no repugnancia aunque en determinados momentos así pareciera la
intención del autor. Priva más la impotencia o la rabia que genera el “bullying”
tan claramente descrito en la obra, que desprecio hacia este simpático pero
ensimismado gordo que sólo sueña escribir su “tetralogía de fantasías ciencia
ficciosas” y con hallar el amor: “Veía todos los días a los muchachos “cool”
torturar a gordos, feos, inteligentes, pobres, prietos, negros, impopulares,
africanos, indios, árabes, inmigrantes, extraños, afeminados, gays” (Díaz, 2008:
218).
Paradójicamente
en La maravillosa vida breve de Óscar Wao,
la voz narrativa principal no la lleva el referido personaje. OW es una excusa
para contar la historia de una familia dominicana que termina migrando a Nueva
York (Nueva Jersey, para ser exactos), y sobre todo, la remembranza de un
pasado en la isla que aún llevan clavada en el pensamiento dos mujeres de armas
tomar: la Inca y
Beli (Belicia) a través de sus voces y la narración de Lola, esa que da fe de
la dura relación madre-hija y la exigencia social hacia la mujer en República
Dominicana: “No saben lo que es ser la hija dominicana perfecta, lo cual es una
forma amable de decir la esclava dominicana perfecta… Ella era mi mamá
dominicana del viejo mundo y yo su única hija, la que había criado sola, sin
ayuda de nadie, lo que significaba que era su deber aplastarme” (Ibidem: 52).
Beli, enamorada,
fue incontenible. Su nivel de entrega no tuvo límites durante su juventud. La
descripción que hace el autor de este personaje deja sin aliento a cualquiera.
Su belleza desafiante, su piel brillante, las definidas piernas, su
particularísima manera de caminar, y como toda buena dominicana, sus posaderas
no tenían comparación (Junot es más directo y dice “culo”, sin ambages). La
corporeidad era su mayor tesoro a la vista de todos y una de las maneras que
tenía para sacarle provecho a sus virtudes era bailando: “¡Dios mío, cómo
bailó! Hizo llover café del cielo y agotó a pareja tras pareja. Hasta el
director de la orquesta, veterano medio canoso de más de una docena de giras
por América Latina y Miami, gritaba: ¡La negra está encendida! ¡Mira que está
encendida!” (Ibidem: 99).
Con tales dotes
físicas sabía que podía escoger al hombre que quisiera, pero como el amor se
torna ciego, posó sus ojos sobre El Gángster, el típico chulo y mafioso de
barrio con un pasado oscuro, experto en la trata de mujeres y dueño de muchos lupanares
en todo Santo Domingo y sus alrededores. Así que —como era de esperarse—, la Inca hizo todo lo que pudo
para que su alocada hija adoptiva se alejara de ese hombre de mal vivir. Por
tanto, la ingenuidad que tanto le critica Beli a su hijo OW, tiene hasta una
razón congénita. Óscar es enamoradizo y Beli en su juventud no era muy
diferente en este sentido.
No obstante, el
humor y la comicidad son elementos que están presentes en la obra para matizar
la dureza de lo narrado, sobre todo con la historia particular de la Inca y el abandono de Beli
por parte de sus padres naturales; las penurias que vivió ésta de niña en un
granero y quemada con aceite hirviente. La perspectiva de Lola con respecto a
su madre es dura, pero no por ello menos humorística y realista en cuanto a
esas relaciones de amor-odio entre madre e hija que parecen rivales: “Entonces
el gran momento, el que toda hija teme. Mi mamá me examinaba de arriba abajo.
Nunca había estado en mejor forma, nunca me había sentido más hermosa y deseada
en mi vida. ¿Y qué dijo la desgraciada esa? Coño, pero tú sí eres fea.” Luego
dice más adelante: “Con los padres uno siempre piensa que, por los menos al
final, algo va cambiar, a mejorar. Pero entre nosotras no” (Ibidem: 173).
OW, silente,
atestiguaba los encontronazos entre su hermana y su madre Beli. Ellas quebraban
su mundo de fantasía mientras imaginaba escribir los mejores libros de ciencia
ficción. Esto era su válvula de escape, así como soñar que algún día hallaría a
la mujer amada que le correspondiera con igual frenesí con el que él se
enamoraba sin mayor esfuerzo: “Nos abalanzamos una sobre la otra y la mesa se
cayó y el sancocho se derramó en el piso y Óscar, parado en una esquina, nos
rogaba, ¡Ya! ¡Ya! ¡No sigan! Hija de tu maldita madre, chillaba ella. Y yo le
contesté: Esta vez espero que te mueras” (Ibidem:
58).
Todo este
maremágnum de historias y situaciones giran en torno a un objetivo único que no
es otro que el amor; al amor único y definitivo que cambie para siempre la vida
de OW. Pero así como se le hace esquivo al personaje en sí, la historia va
postergando esa ilusión, que como lectores, tenemos hacia él, un deseo porque
el personaje por fin halle a alguien para entregarle su más puro e inmaculado
amor. Mientras esto sucede, el autor nos lleva al pasado de la Inca , a su juventud, a la
prematura viudez que le marcó la vida; a la férrea dictadura de Trujillo y a
las penurias del pueblo dominicano que se veía atrapado en la isla. Lola narra
parte de la historia con tosquedad, pero con una certeza que raya en lo cruel.
En una primera
mirada y partiendo desde título de la obra, ya el elemento irónico dice
presente con la adjetivación, “maravillosa”, pues más allá de lo “breve” que
resulta la vida del personaje —sin contar el fallido intento de suicidio—, no
tienen nada de gratas las penurias y frustraciones que encarna OW, y mucho
menos su inverosímil final, no tanto por algo que no pudiera suceder en las
condiciones que están dadas, sino porque como lectores nos impacta, nos resulta
inesperado y atroz. Dentro de su inocencia,
y sin dar mayores detalles del hecho, “sentía que su cabeza estaba a punto de
estallar, intentaba llegar a ella con sus energías telepáticas” (Ibidem: 251), refiriéndose a Ybón
Pimentel, una prostituta (el narrador le llama “puta”) semi retirada que le
confesó a OW, haber salvado su vida gracias a Paulo Coelho.
Ya ahondados en
la lectura, resulta clara la intensión del autor en cuanto a la historia
narrada. OW sufre y es víctima de sí mismo y de los demás, imbricando sus penas
con una parodia de su propia vida, en una constante negación y reafirmación de
sus deseos más anhelados. La conciencia irónica va marcando el hilo conductor,
bien a través de aquél, o de las voces de las mujeres que son las que llevan
gran parte del peso discursivo: “Cuando el hombre se topa con el sin sentido (y
la conciencia irónica es camino para ese encuentro), en el vértigo de esa
herida, de esa imposibilidad, el hombre intuye un sentido superior, alegórico,
o disfruta humorísticamente la percepción de la discontinuidad de lo
incongruente” (Bravo, 1993: 109) y esto queda muy claro en La maravillosa vida breve de Óscar Wao. Por más que determinadas situaciones nos
resulten exageradas o excéntricas, es precisamente allí donde se da el
encuentro con lo que se denuncia, se critica o con aquello con lo que se quiere
mofar y generar justo el efecto contrario: enaltecerlo.
Una segunda
mirada irónica en el texto tiene que ver con que Oscar Wao no se llama así, es
decir, no es su nombre de pila (tampoco es menester ni justo hacer dicha
revelación en estas líneas, forma parte del misterio). Se da una suerte de
enmascaramiento con su verdadero nombre; un asunto casi carnavalesco que
estalla de gracia con sus ocurrencias, pero que tras la máscara lleva dolor y
penuria, tanto las propias, como las que les toca vivir por el simple hecho de
haber nacido en una familia dominicana que se fue a probar mejor suerte a Nueva
York, huyendo de ese infranqueable “fukú” que los atormenta, pero hallándose
después en medio de las reyertas entre negros y latinos como para no olvidar
las que también existían —y existen— entre dominicanos y haitianos, a quienes
desprecian y sienten de baja ralea: “En
Bush Street, los Lambdas tuvieron una pelea con los Alfas por alguna idiotez y
durante varias semanas se hablaba de que habría una guerra negro-latina, pero
nunca se dio; estaban todos muy ocupados con los bonches y rapando” (Díaz,
2008: 167).
Como bien apunta
Víctor Bravo, “la fuerza negativa de la ironía pone en crisis el sentido, que
es consustancial con lo real, pero en esa negatividad, y el arte es uno de los
más claros expedientes de este eco, se produce la reconciliación, el proceso de
reconstrucción del sentido”, (1993: 70), y es lo que precisamente sucede con un
personaje como OW, que en su mundo de fantasía casi pueril, bien por sus sueños
de hacerse un gran escritor o por el hecho natural de querer conseguir el amor
de una mujer, va en sentido contrario de lo trágico a pesar de que él mismo
representa tanto su tragedia personal como la de su familia. El personaje es el
medio conductor para drenar
las penurias de
los León, el que reconcilia y “reconstruye” el sentido de lo narrado.
Resulta irónico,
y también un tanto inverosímil, que Yunior, el que fuera novio de Lola, la hermana
de OW, termine “dando clases de composición y escritura creativa en Middlesex
Community College” (Díaz, 2008: 264), un hombre que no tomaba un libro ni por
casualidad y cuyas principales virtudes eran “rapar” y engañar. A esto es
importante añadirle que más allá de la ironía presente, la obra muestra a los
personajes desde sus opuestos internos, es decir, desde el motor positivo que
los mueve a querer surgir en una metrópolis abrumadora y hostil a pesar de
todas las dificultades, hasta el lado negativo, el que los envilece, el que los
vuelve violentos, pesimistas y desconsolados. Tal es la grandeza —digámosle— la
heroicidad de OW, que a pesar de sus defectos no para de soñar.
La literatura del Caribe
puede leerse como un texto mestizo, pero también como un flujo de textos en
fuga en intensa diferenciación consigo mismo y dentro de cuya compleja
coexistencia hay vagas regularidades, por lo general paradójicas. El poema y la
novela del Caribe no son sólo proyectos para ironizar un conjunto de valores tenidos
por universales; son, también, proyectos que comunican su propia turbulencia,
su propio choque y vacío, el arremolinado black
hole de violencia social producido por la encomienda, la plantación, la
servidumbre del coolie y del hindú;
esto es, su propia Otredad, su asimetría periférica con respecto a Occidente
(Benítez, 1998: 43).
En esta obra
también pueden verse con claridad una serie de arquetipos que son comunes en la
literatura latinoamericana y caribeña. Uno de ellos tiene que ver con el padre,
específicamente con la ausencia de éste.
Beli no conoció, no sólo a su padre, si no a nadie de su familia
directa. Fue vendida y además nadie la quería por “prieta”: “La negrita más
pequeñita del mundo. Fukú, tercera parte” (Ibidem:
210); y el caso de Lola y Oscar, pues no
se queda atrás, el padre de ambos fue un hombre que le coqueteó a Beli en el
vuelo que la traía desde República Dominicana a Nueva York, y así como le
encargó a los dos niños, así mismo partió al tercer año de estar juntos. También está el chulo encarnado en El Gángster
y no podía faltar el de las relaciones extramaritales representadas por
Abelard, un respetable doctor y abuelo de Óscar, quien tenía a su esposa y a su
“querida”. Este personaje sufrió en carne propia la mano dura de Trujillo y sus
esbirros, siendo el protagonista de un éxito notable en todo sentido para luego
sentir la caída libre que lo enterró en la cárcel (en términos intelectuales es
a quien más se asemeja OW): “El reinado de Trujillo no era la mejor época para
ser amante de las ideas, no era la mejor época para entregarse a debates de
salón, para celebrar tertulias, para hacer cualquier cosa fuera de lo común,
pero Abelard no era nada si no meticuloso. Nunca permitía que se manejara
política actual (es decir, Trujillo), se aseguraba de mantener toda esa vaina
en un plano abstracto” (Ibidem: 179),
pero a pesar de ello, sucumbió al dictador porque éste se fijó en Jacqueline
y no permitiría que colocara una sola
mano en su hermosa hija.
La maravillosa vida breve de Oscar Wao
no es un libro ideológico, no obstante incluye por un lado, el tema político como el referido
anteriormente, el desprecio a los regímenes dictatoriales tan comunes en el
Caribe y Latinoamérica, y por el otro, el sempiterno conflicto entre haitianos y
dominicanos, el desprecio xenofóbico que hasta hoy día persiste entre las dos
naciones que —para su desgracia— comparten una misma isla. El texto también
desarrolla parte de su historia en los guetos dominicanos radicados en Nueva
York, lo que trae como consecuencia una sutil denuncia que colinda directamente
con los inmigrantes de la caribeña nación en Estados Unidos y su manera de
hacer vida allí: de qué viven, cómo viven, cuáles son sus sueños y cómo del
fracaso se le saca partido para reír y seguir disfrutando de la vida: “La
literatura sirve de mediación —activamente—, a través del imaginario, a los conflictos de lo real; o mejor, los articula
en otro tipo de relato y por ello lo real siempre está presente aún como
ausencia” (Montaldo, 2001: 78). La maravillosa
vida breve de Oscar Wao aplica a la perfección en este sentido.
Desde el punto
de vista de la estética de la recepción, teoría encabezada por Hans Robert Jauss y Wolfgang Iser, es
fundamental la dimensión o repercusión social que pueda tener determinada
lectura. No se puede ser tan ingenuo imaginar que Junot Díaz no condujo con
precisión los hilos conductores de esta obra como para que no calara
profundamente en la comunidad latina en Nueva York, y particularmente, la de
sus compatriotas dominicanos: “Toda obra contiene en clave lo que Iser llama el
“lector implícito”, y sugiere en cada rasgo qué tipo de destinatario se tiene
en la mente” (Eagleton, 1998: 106). Este el caso del autor que nos compete y su
lector en potencia no es otro que el inmigrante dominicano asentado en los
grupos pertenecientes a dicha comunidad. Empero, y aunque esto no haya sido una
idea premeditada del escritor —supongamos por caso—, es evidente que la lectura
resonará más en los afectos a la isla que a otros, amén que no son pocos los
dominicanos radicados en la gran manzana.
Obviamente, la interpretación que pueda hacer un lector variará de una
persona a otra dependiendo de las influencias culturales, sociales, políticas,
etc., que pueda tener, pero es un hecho innegable que incluso entre lectores
que manejen más o menos el mismo acervo cultural, pueden interpretar el texto
de maneras distintas, incluso disfrutar o no de los elementos humorísticos y
tragicómicos que ofrece la obra. Dos
ejemplos puntuales a esto pueden verse en la lectura de un inmigrante
dominicano y uno venezolano asentado en Nueva York; o la que haga una lectora
dominicana y la resonancia que cause en ella la visión y el rol de la mujer en
el texto, en comparación con la interpretación de un lector dominicano, que
asumiendo similitud en sus diversos referentes culturales, las reflexiones de
aquélla posiblemente sean distintas a la que haga el hombre.
En el proceso de
lectura nos topamos entonces con el famoso “horizonte de expectativas” del cual
habla Jauss en cuanto a lo que se lee: qué esperar que suceda o haga Oscar Wao,
se intenta suicidar pero falla en el intento (nos preguntamos si lo volverá
hacer, o nos preguntamos si por fin conseguirá el amor y dejará de ser virgen);
la lectura produce cierta ansiedad y desesperación por las actitudes y el
exacerbado candor de OW, sin dejar de lado a personajes que siendo secundarios,
su abuela y su madre Beli, llevan la batuta de la historia y terminan por
impactarnos igual o más que el propio Wao.
Todo esto enmarcado en un uso muy particular del lenguaje, que más allá
de conceptos o terminologías propias del dominicano, se complejiza con la
simbiosis entre el idioma español y el inglés produciendo ese “spanglish” que
termina por transformarse en esa lengua que identifica a miles de inmigrantes y
en cierto modo, termina legitimándose por quienes la usan, tanto en lo privado
o micro partiendo desde la familia, hasta lo macro, que son los grandes grupos
que forman la sociedad en que se desenvuelven. Nacen los mundos posibles a
través de la ficción que Junot Díaz expone y que desde el entramado principal
construido desde lo irónico, se ramifica para dar cabida a otras pequeñas y
posibles lecturas.
Racismo,
xenofobia, dictadura, sueños fracturados y sueños por cumplir, inmigrantes,
humor, machismo, entre muchos elementos más, forman parte de esta maravillosa
obra que partiendo de un adolescente poco agraciado, bonachón pero torpe,
soñador pero incapaz de actuar frente a las mujeres para despertar su atención,
un loser de cabo a rabo, se construye
todo un mundo que por duro que parezca, llama a la reflexión a través de estos
personajes profundamente humanos que cuentan cincuenta años de historia de tres
generaciones de una familia que partió de República Dominicana para
establecerse en Nueva York, huyendo de las penurias y el fukú. Eso que
intitulamos como “crónica de un loser
anunciado”, juega un poco con la superstición propia del caribeño, ese que es
capaz de endilgarle poderes mágicos a situaciones o a las cosas más
inverosímiles para justificar lo inexplicable. El hecho de que OW ya este
“anunciado”, predeterminado al fracaso, lo acerca a su propia redención, y en
este acto individual, se lleva consigo las penas de tres generaciones golpeadas
por las adversidades.
Bibliografía
Barrera, A. (2011). Rating. España: Anagrama
Benítez, A. (1998). La isla que se repite. España: Casiopea.
Bravo, V. (1993): Ironía de la literatura. Venezuela: Dirección
Cultural de la Universidad del Zulia.
Culler, J. (2000): Breve introducción a la teoría literaria.
España: Biblioteca de Bolsillo.
Díaz, J. (2008): La maravillosa vida breve de Óscar Wao.
España: Mondadori.
Eagleton, T. (1998): Una introducción a la teoría literaria.
México: Fondo de Cultura Económica.
Eco, U. (2007). La historia de la fealdad. España:
Lumen.
Montaldo, G. (2001): Teoría crítica, teoría cultural.
Venezuela: Equinoccio.
Zapata, R. (1993). Fenomenología del Bolero. Venezuela:
Monte Ávila Editores.
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