Dentro de mi lista de tareas –lecturas– pendientes estaba el libro La huella del bisonte, la primera novela del ínclito amigo Héctor Torres. El mismo que hace un par de años atrás compartía opiniones de lecturas y recomendaciones varias en una reconocida emisora de la capital. Ahora puede oírsele los días martes al mediodía en la 97.7FM haciendo lo propio, dando siempre un buen comentario y hallándole respuesta a todo –o casi todo– lo concerniente al mundo de la literatura.
Su novela asiste a la experiencia de cambio de unas jóvenes adolescentes que dan sus primeros pasos al encuentro amoroso, alma y cuerpo incluidos. Gaby y Karla, dos estudiantes de bachillerato y amigas no tan inseparables, acuden a su primera experiencia sexual con hombres ya ganados en caminos de este tipo. Surgen así sus incertidumbres, sus dudas y contradicciones morales, sin dejar de reconocer la delicia que les resultara de esa primera vez, en donde “el sexo es un placer en tanto ofrece vértigo, riesgo”.
Ambas asumen el riesgo y comienzan a vivir sus propios dilemas tan propios de la edad, tan legítimos cuando dos cuerpos se encuentran desprovistos de toda ropa, y uno de ellos, el femenino, acude a sus primeros estallidos hormonales. Cada personaje está bien delineado en cuanto a diálogo y actitudes se refiere, y sin duda, lo más relevante de La huella del bisonte, no es tanto el tema que aborda, que de por sí siempre será interesante y puede recordarse en otras obras literarias, como en Lolita de Nabokov, sino la manera, en el evidente despliegue narrativo que Torres desarrolla en su novela dentro de un contexto moderno, juvenil, y en donde la ciudad de Caracas es testigo de las historias de Karla y Mario por una parte, y Gabriela y Álvaro por la otra: “…esa ciudad sin estrellas ni libélulas, son ellos, junto a las ratas y los perros callejeros, los sobrevivientes de ese paisaje lunar en que se convierte el centro de Caracas cuando cae el toque de queda del instinto”.
Mario, que tiene mayor protagonismo en la obra que Álvaro, también entra en contradicción consigo mismo después de aquel extraño pero delicioso encuentro con Karla –la amiga de su hija. Comienza a atormentarse por lo que hizo, criticándose por haber cedido ante su instinto y ante la hermosa y firme desnudez de la quinceañera que se sumaba dos años de vida para sentirse más mujer.
En la novela hay sexualidad de sobra trazada con fino tacto, sin caer en la mojigatería pero sin pasar el límite superior que raye en lo obsceno. La huella del bisonte te hace tragar grueso en determinados momentos, tal como si el lector estuviera escondido tras una puerta de romanilla a través de la cual lo ve todo, o echando una mirada indiscreta por un huequito, por el ojo mágico de la puerta transfigurada en palabra precisa, en narrativa bien pensada.
Hace casi dos años mi compañera y colega Linsabel Noguera hizo también una reflexión sobre el texto, pueden leerla aquí.
Su novela asiste a la experiencia de cambio de unas jóvenes adolescentes que dan sus primeros pasos al encuentro amoroso, alma y cuerpo incluidos. Gaby y Karla, dos estudiantes de bachillerato y amigas no tan inseparables, acuden a su primera experiencia sexual con hombres ya ganados en caminos de este tipo. Surgen así sus incertidumbres, sus dudas y contradicciones morales, sin dejar de reconocer la delicia que les resultara de esa primera vez, en donde “el sexo es un placer en tanto ofrece vértigo, riesgo”.
Ambas asumen el riesgo y comienzan a vivir sus propios dilemas tan propios de la edad, tan legítimos cuando dos cuerpos se encuentran desprovistos de toda ropa, y uno de ellos, el femenino, acude a sus primeros estallidos hormonales. Cada personaje está bien delineado en cuanto a diálogo y actitudes se refiere, y sin duda, lo más relevante de La huella del bisonte, no es tanto el tema que aborda, que de por sí siempre será interesante y puede recordarse en otras obras literarias, como en Lolita de Nabokov, sino la manera, en el evidente despliegue narrativo que Torres desarrolla en su novela dentro de un contexto moderno, juvenil, y en donde la ciudad de Caracas es testigo de las historias de Karla y Mario por una parte, y Gabriela y Álvaro por la otra: “…esa ciudad sin estrellas ni libélulas, son ellos, junto a las ratas y los perros callejeros, los sobrevivientes de ese paisaje lunar en que se convierte el centro de Caracas cuando cae el toque de queda del instinto”.
Mario, que tiene mayor protagonismo en la obra que Álvaro, también entra en contradicción consigo mismo después de aquel extraño pero delicioso encuentro con Karla –la amiga de su hija. Comienza a atormentarse por lo que hizo, criticándose por haber cedido ante su instinto y ante la hermosa y firme desnudez de la quinceañera que se sumaba dos años de vida para sentirse más mujer.
En la novela hay sexualidad de sobra trazada con fino tacto, sin caer en la mojigatería pero sin pasar el límite superior que raye en lo obsceno. La huella del bisonte te hace tragar grueso en determinados momentos, tal como si el lector estuviera escondido tras una puerta de romanilla a través de la cual lo ve todo, o echando una mirada indiscreta por un huequito, por el ojo mágico de la puerta transfigurada en palabra precisa, en narrativa bien pensada.
Hace casi dos años mi compañera y colega Linsabel Noguera hizo también una reflexión sobre el texto, pueden leerla aquí.
1 comentario:
¡Hola vecino bloggero! Después de un grannnn break, aprovecho Semana Santa para revivir mi blog y ver cómo me organizo para no abandonarlo. Me alegra entrar acá y conseguir tantas novedades para leer. ¿Qué tal va Proust? Por mi blog dejé mi escueto "Reporte de lecturas" del año pasado y con ganas de leer mucho este año =). ¿Alguna recomendación en especial?
¡Saludos!
PD: Cuando vea a Johamy te mando con ella "Let The Right One In", que me contó que querías verla... (espectacular, de verdad)
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