Algunas personas son tan falsas que ya no son conscientes de que piensan justamente lo contrario de lo que dicen.
Marcel Aymé
La imaginería del espejo ha estado presente en gran cantidad de culturas, desde mucho antes de la era cristiana pasando por griegos y egipcios, hasta desembocar en la literatura siglos después incluyendo nuestros días. Por sólo citar dos ejemplos, está el caso de los vampiros, quienes carentes de alma, no pueden proyectar su corporeidad en el espejo y de más nueva data, su presencia en donde se proyecta lo deseado en Harry Potter.
Como objeto, el misterio y su encantamiento de lo que refleja, siempre ha sido motivo de leyendas e historias, y partiendo de dicha mitología, El falso cuaderno de Narciso Espejo no escapa de ese estratagema que busca proyectar algo, que a priori, es “doblemente” engañoso puesto que va sobre el espejo, y a la vez es “falso”. Desde el título se plantea ya ese carácter lúdico para enfrentar la lectura, el cual se multiplica a través de la construcción narrativa que Guillermo Meneses ofrece.
La primera parte del libro, ese “Expediente del cuaderno y del recuerdo”, pudiera verse como una señal de algo que ya pasó y que va a proyectarse desde la autocontemplación del espejo imaginario. Juan Ruiz, ese personaje que ya se desliga del “yo” de su creador (Meneses) y que no es más que una proyección, lo deja muy claro cuando dice: “Intento explicar el por qué de este trabajo”, para luego poner las cartas sobre la mesa diciendo que lo que escribirá es “algo más que un juego literario”.
El lector desde el primer párrafo se vuelve cómplice de lo que Juan Ruiz plantea, con lo cual comienza el espejo literario a hacer de las suyas. En “cierta manera (es) escritor” y por ello sigue adelante con el propósito de explicarse a sí mismo como entidad viva. Aquí hay un guiño en donde se ve el “yo” del autor, cuando en voz de Juan, dice: “no es la literatura actividad de la cual derive mis medios de subsistencia”, lo cual se corresponde claramente con el ensayo “El hecho de ser escritor”. Más elocuentes no pueden ser estas palabras: “todos los escritores venezolanos ejercen otras actividades como principal fuente de entradas”. Cuarenta y cinco años después de esta publicación, esto no ha cambiado mucho.
Retomando el punto que nos compete, el espejo en tiempos antiguos era símbolo de la verdad, ya que era esto lo único que podía reflejar: lo real, lo cierto. Juan Ruiz es la primera escisión ficticia que parte del oficio narrativo del autor (lo real), de “esa serie de apariencias a las que llaman realidad”. Pero luego multiplica su voz cuando se la cede a Narciso Espejo, con una suerte de reflejo múltiple similar a un espejo que se coloca frente al otro y la imagen se va hacia la infinitud: “Narciso, aquí tienes la pluma. Comienza...”.
Juan Ruiz como personaje que se desdobla, no huye de su realidad frente a la idea de suicidio, pero camufla la intención de hacerlo, la detiene imaginariamente al pasarle la voz a Narciso, que se vuelve personaje y se hace parte del espejo y su reflejo. Comienza así ese “yo” primigenio a duplicarse, a crear esa problemática de identidad y de juego retórico tan bien manejado por Meneses. Lo “falso” cobra un valor literario porque supone su aceptación más allá del conocimiento de la trampa que ello implica. Aquí la falsedad se enlaza con la imitación que se pretende genuina u original, a pesar de que hay pequeñas huellas que siguen emparentando la unidad de la misma voz que se desdobla: así como Juan Ruiz comienza su historia diciendo “Intento explicar”, Narciso Espejo hace lo propio cuando dice “Pretendo sentir la más sincera emoción al escribir estas páginas”.
El juego de la multiplicación de la imagen va más allá de la presencia y la voz de Narciso. Más adelante se vuelve un meta personaje de sí mismo, ya que se refiere a los textos que él está escribiendo, lo cual supone la voz narrativa de Narciso no como entidad ficticia, sino como autor: “toda falsificación supone un original, interesante -entre otras razones- porque mereció corrección y engaño”. El tema del “yo” va abriéndose como en un kaleidoscopio, es decir, se fragmenta. Es Juan, pero también es Narciso haciendo el juego de la palabra.
Hay un juego constante de auto reconocimiento de las voces y no sería nada temerario decir que ambos personajes, más aún si tenemos en cuenta la complicidad a la cual el mismo texto nos lleva, se reconocen en algunas ocasiones como una unidad que por antagónica se corresponden, o lo que es lo mismo, el reflejo de lo opuesto en el espejo: “Las últimas frases contienen peso de verdad indiscutible. Al salir del burdel yo me adornaba con una sonrisa. Juan Ruiz lloriqueaba”.
Pero el juego del “yo” y ese constante desdoblamiento, va más allá de los personajes como entidades y sus correspondientes características y particularidades; traspasa la linealidad del tiempo para multiplicar (reflejar) al personaje desde un punto de vista retrospectivo: “Conmovedora la escena...el hombre la mira a distancia de años y sonríe. Casi es capaz de acariciarse a sí mismo en la lejanía de los años mozos. Casi soy capaz de decirme a mí mismo “muchachito”.
El juego intertextual que se da entre Meneses/Juan/Narciso, está enmarcado en el devenir de lo literario por lo literario. La verosimilitud queda de lado puesto que el texto busca auto reconocerse desde la óptica de lo estético o al menos que se reconozca como tal; importa más lo que se está representando, que hallar verdades absolutas en la historia que se narra. Aquí los personajes llevan una fuerte carga psicológica con la cual dialogan entre ellos y desde un punto de vista simbólico con los lectores. Pero esto es un tema digno de ampliación, como bien señalara Gastón Bachelard, “Sería necesario un libro entero para desarrollar la "psicología del espejo"[1].
Juan y Narciso entran en el juego del doble, de sus correspondientes alternos y opuestos, el yin y yang clásico de la dualidad. Están allí para pasarse el testigo de la palabra y estetizar el texto, mientras Meneses hace las veces de ventrílocuo con ambos desde los diversos registros que se dan en la novela. Los personajes no compiten entre ellos, sólo se corresponde e interactúan desde el mundo de la ficción, pero desde la mitología de Narciso, y “delante del espejo (el libro) podemos plantearle siempre la doble pregunta: ¿por qué te miras?, ¿contra quién te miras? ¿Tomas conciencia de tu belleza o de tu fuerza? Estas breves observaciones bastarán para mostrar el carácter inicialmente complejo del narcisismo”[2], complejidad que hace de esta novela de Meneses, un texto fundamental dentro de dicha perspectiva.
Ya desde el título El falso cuaderno de Narciso Espejo, parten las pistas que el lector se conseguirá en buena lid con la lectura. Frases como “el juego de espejos de mi historia”, o “amigo de fingimientos”, por sólo traer dos ejemplos de muchos a través de las páginas, hablan perfectamente del objetivo que desde una representación dialógica y estética partió el autor. “La literatura no es un simple engaño, es el peligroso poder de ir hacia lo que es por la infinita multiplicidad de lo imaginario”[3]. Desde este punto de vista, esa cantidad de elementos ficcionales forman parte del pacto implícito entre las voces de los personajes y el lector.
Para terminar, esas “explicaciones” de lo apócrifo, esas tachaduras y críticas de los “documentos”, tal como se encabezan partes de la novela, vienen a refrendar el juego de ocultamiento que se pretende entre las voces, bien la de Juan, bien la de Narciso o de esa voz final que se hace llamar Pedro Pérez. “No era tonto Juan. Lo que logró al final fue ocultarse a sí mismo. Sólo un exceso de honradez le impidió llevar a término su plan”. El plan no era otro sino tapar el espejo con un manto de ideas, digámoslo de nuevo, con esas voces plurivalentes que impiden el reflejo de lo narrado, tal vez para confundir, o desde un punto de vista opuesto, reflejar tantas veces sea posible las voces para despistar al lector. Veamos esto como una travesura de Meneses desde el más alto nivel de la construcción literaria, que afanado en lo estético, lo que termina atrayéndolo es el proceso en sí mas no el resultado final. En palabras de Blanchot: “lo que atrae al escritor, lo que hace vibrar al artista, no es directamente la obra, sino su búsqueda, el movimiento que conduce a ella, la aproximación de lo que hace posible la obra: el arte, la literatura y lo que disimulan estas dos palabras”[4].
1 comentario:
Creo que para mí sería algo complicado, aún tengo que cumplir unos cuantos años más para entender algo así, creo, y encima, siempre esperando que las neuronas no vayan a menos, sino a más, porque si no ....
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