“Petare”, que en cierto lenguaje aborigen que no recuerdo quiere decir “De cara al río”, es un poemario que se pasea por la ciudad que todos conocemos. Así que uno de sus tantos hijos oriundos de esta popular parroquia o municipio, se atrevió a hacerle loas desde el sublime lenguaje poético, que en ocasiones te arranca una sonrisa y en otras tantas, te hace sucumbir ante una sentida añoranza.
La ciudad aquí es epicentro, y desde su feminidad, la voz poética va recorriendo esos lugares por donde seguramente más de uno tiene algún recuerdo, ha pasado por ahí, se ha tomado un café o sencillamente sabe de su existencia. Así que este abanico de imágenes, sin ínfulas de grandilocuentes pretensiones, nace de una acera, del ladrido de un perro, de un puente, del siempre prestigioso CCCT, desde la pretenciosa Prados del Este, desde una plaza, y por qué no decirlo, desde el asqueroso pero siempre venerado río Guaire que atraviesa a Caracas como una vena yugular hinchada de colesterol y otras yerbas más escatológicas. Así que aquel falso proyecto de saneamiento, resulta desde nuestra propia idiosincrasia, casi una ofensa.
Este amplio espectro que va desde Petare hasta Antímano, con su respectivo este-oeste, pasando por el norte encumbrado en Galipán y rayando el sur que le corresponde a Macaracuay, Chula Vista y otros lugares más, no deja de tener la chispa que siempre da el humor de Joaquín, un tanto más delicado a lo que habitualmente nos tiene acostumbrado, pero que está allí como sutil herramienta. Así que los cuatro puntos cardinales de nuestra capital quedan cubiertos con esta poética sencilla pero siempre inteligente. No obstante, en De cara al río, nos topamos más bien con una evidente y clara melancolía que desahoga pero que paradójicamente oprime en algunos versos. Ya desde la portada, más allá del concepto de la línea editorial, y de lo estético que siempre logra ser el blanco y negro, notamos la desgarradura que en parte ha sufrido la ciudad. Por solo nombrar un práctico y gráfico ejemplo: la bola de Pepsi y la taza de Nescafé ya no existen.
Aquí lo femenino está presente de principio a fin, más allá del concepto de “ciudad” como objeto, como cosa palpable, lo cual ya es bastante decir; está por lo que ya mencioné antes desde la perspectiva de la melancolía, de esa abstracción que todos sabemos qué es, que sabemos lo que genera en nuestro yo interno y que nadie sabe cómo librarse de la misma. Ésta llega a su punto cumbre cuando el poeta rinde un sabio homenaje que se explica por sí mismo: A la Caracas que amó Montejo/ le están sobrando atardeceres... Y por aquí pudiera irme con unos cuantos poemas más, que sólo mencionaré para sembrarles la curiosidad: “Los jardines”, “Can Havilah”, “Civitas Dei”, “Tere la Santa”, “Plaza de Chacao”, entre otros.
Como bien dijo Octavio Paz: La poesía no exige ningún talento especial sino una suerte de intrepidez espiritual, un desprendimiento que es también una des-envoltura. Queda claro entonces, que Joaquín se la jugó desde dicha intrepidez, asumió el riesgo y salió ileso. Su desenvoltura, esa que menciona Paz, está en la palabra, y cobra mayor mérito cuando la fuente, el núcleo que dio vida a este poemario, es algo tan abstracto e inmenso como una ciudad. El desprendimiento está allí como oficio, el poeta expone sus versos y los lectores se hacen cómplices de cara a las imágenes, de cara a la sonoridad, y por supuesto, de cara al río.
1 comentario:
Una suerte para este poeta tenerte a ti para hacer este pedazo de reseña.
Algo aquí llega de todos estos artistas que nos pillan (a los españoles) tan lejanos.
¡Así que Caracas tiene también su río, como París, Lisboa, Roma, Londres, Budapest.....! Madrid no :(
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