Todos nos imaginamos cómo serían
aquellas ciudades en que no existía el asfalto ni las grandes edificaciones que
hoy día forman parte del caos de diversas capitales venezolanas. Cómo sería su
gente, el día a día y la manera de entretenerse ante la ausencia de una
computadora, televisión o cualquier artefacto electrónico; cómo vestían, qué
comían y una larga lista de inquietudes ante la distancia temporal que impone
el texto. Catalina de Miranda va de
esto y mucho más. Nos invita a hacer un viaje en el tiempo en el que asistimos
a las aventuras de una joven y humilde sevillana que partió al nuevo mundo en
busca de aventuras; a un lugar inhóspito en donde aún abundaban temibles etnias
guerreras que desataban cruentas batallas, mientras la rivalidad entre los propios
conquistadores iba en aumento en una época en que prevalecía el poderío español
sobre el francés.
Xiomary Urbáez cuenta esta
fascinante historia desde la intimidad de una voz amiga que narra sin
pretensiones grandilocuentes. Sencillamente expone los hechos y ellos mismos
son los encargados de llamar al asombro, al impacto que producen los
acontecimientos a través de ese acuerdo natural entre la ficción y lo que ésta
pretende: cautivarnos, hipnotizarnos, hacernos creer que todo lo que cuenta es
verdad. El narrador, ese que todo la sabe, no se va con el léxico propio de
alguien que perteneció al siglo XVI, no; nos habla desde un argot actual pero
con la certeza de que atestiguó todos y cada uno de los hechos relatados.
Catalina de Miranda arranca con una gran retrospectiva —aparte del
propio hecho histórico que se narra—, pues el mismo personaje principal,
Catalina, ya octogenaria, cansada y sentada en su mecedora, hace memoria de lo
vivido consciente de que ya es abuela y bisabuela a inicios del siglo
XVII, “instalada de cara a El Ávila en
un corredor de su enorme caserón, en Caracas”. Desde de allí, desde la
tranquilidad que le da el pertenecer a la más elevada aristocracia caraqueña
después de tantos años de luchas, fundaciones y conquistas, la historia
retrocede hasta sus quince años cuando atraviesa un océano Atlántico azotado
por despiadados piratas.
El texto se ofrece desde el
principio como una novela histórica, pero también sale al paso el tema amoroso
y romántico, pues si hubo una mujer que despertó pasiones, fue Catalina. Tan
solo su presencia era suficiente para que los incautos hombres cayeran rendidos
a sus pies, tanto por su beldad, como por una personalidad avasallante. Así
nace el romance entre Catalina y Jean Françoise Roberval; Catalina y Juan de
Carvajal, cuyas escenas pasionales fueron capaces de generar un nuevo espanto
al tañir de las campanas en Maracaibo; Catalina y su amor imposible por el
indio Yeyibel; Catalina y don Rodrigo.
En esta novela, merecedora de ser
finalista en el premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casamérica 2012,
reviviremos la fundación de El Tocuyo, de Maracaibo, de Nueva Trujillo, de
Mérida y Variquisimeto, como su nombre autóctono indica; le daremos un vistazo
a Patanemo, Borburata y Valencia junto a los pioneros que recorrieron estas
tierras al lado de una mujer de armas tomar y de un pensamiento muy avanzado
para su época, la misma que deseaba una sociedad igualitaria y tolerante. Pero
además de este profundo sentido de libertad, Catalina, al mejor estilo de María
Lionza, invocaba los poderes de la naturaleza, “como las hechiceras antiguas,
como las ninfas de las aguas” y que además, “tenía su propia y particular
manera de hacer magia”; tenía dotes de cirujana y hasta diseñaba su propia
vestimenta.
Catalina de Miranda tiene todos los elementos antes mencionados
para atrapar la atención lectora de principio a fin, pasando incluso por la
fauna, la gastronomía, ritos de iniciación y pare usted de contar. Xiomary
Urbáez apuntó alto con este texto que va más allá de las aventuras por el
Caribe y los hechos históricos; ofrece un personaje profundamente humano y que
es capaz de ganarse la simpatía de los lectores por esa irreverencia que la
hace tan única e irrepetible.
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