Anoche (miércoles 9 de enero de
2013) terminé de leer La soledad del náufrago,
aunque el verbo “leer” me resulta insuficiente, casi injusto, en este caso. Más
bien pudiera emplear la palabra “degustar”, pues a eso es a lo que gratamente
somete al lector este poemario de Miguel Marcotrigiano. Cuanto uno lee hace
trampa, que en mi caso, consiste en saltar páginas —siempre y cuando el libro
lo permita— o saltar de un libro a otro (en esto soy un tanto desordenado).
Pero también la trampa obedece en esta ocasión, a saltarme un par de libros a
los cuales les debo su respectiva reseña.
La resonancia que causó en mí el
empleo de las sombras, de los espejos, de restos de la infancia, de silencios,
me conminan a no dejar que ese eco tan propio de la buena poesía, la que se
queda rebotando en tus pensamientos, se difumine con el ruido del día a día por
el quehacer laboral y la multiplicidad de lecturas que siempre están en proceso.
Por ello mi trampa, esta necesidad de hacerle un guiño sencillo, pero honesto a
La soledad del náufrago, en donde
asistiremos a la comprobación de que la poesía es oficio, duro oficio, en donde
los meses o años de inamovilidad creativa terminan consolidando una obra clara,
definida y depurada.
Algunas de las incógnitas que
Marcotrigiano plantea en su trabajo, seguramente en algunos casos de manera
conciente y en otras oportunidades sin tal pretensión, como por ejemplo la
simbología y la presencia del “hermano”, son descubiertas hacia el final del
libro, en el apartado “La palabra y su sombra. En torno al hecho poético”, lo
cual no impide que una vez develada alguna duda, sigamos reflexionando sobre
cada metáfora o cada imagen que los versos despiertan. De hecho, la tonalidad
de este poemario, invita a la constante reflexión, por ello mismo hablé al
principio de degustación. Como bien dice el propio poeta: Cada poema es una llama temblorosa que ilumina a medias lo que nos
rodea en este reino de oscuridad.
Entregados a la lectura, podremos
ver cómo cada uno de los poemas va formando un todo concreto, coherente, y en
donde el proceso de identidad que cada cual pueda hacer con lo leído —supeditado
irremediablemente a lo singular—, dejará siempre un grato sabor a través de una
construcción poética sin duda alguna bien pensada, a pesar de que el “miedo”
como proceso creativo, esté siempre agazapado en cada palabra y cada verso. Esta
reflexión ya se me viene desde Ocurre a
diario (http://bit.ly/VN3oga) del propio
Marcotrigiano, y tanto en éste como en La
soledad del náufrago, el ejercicio recurrente de la “memoria” está presente
como gota de agua silente pero incansable.
Una vez que los libros ya están
publicados pertenecen a los lectores y no a sus autores. Alguien dijo algo como
esto pero no recuerdo quién y valiéndome de ello, me apodero de estos versos
para finalizar: Se acerca el final de la
lectura / y ya no soy terreno propicio / para unos ojos cansados. Para los lectores de poesía aquí mi primera
recomendación del año.
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