Así nos recibía el país el
viernes pasado. Para la fortuna de muchos, el número no era en la escala de
Richter, no; mientras esperaba que las maletas hicieran su acto de aparición en
la correa, alguien que estaba a mi lado, reconocido en el ámbito deportivo,
dijo “coño qué bolas”. Le pregunté que qué pasaba y me dijo, “mira”, y me
enseñó el fatídico tweet que anunciaba el ajuste cambiario a BsF. 6,3 por
dólar. El temblor no fue físico, insisto, para nuestra dicha; pero sí lo fue
psicológico y también moral, sobre todo después de tantas mentiras, engaños y
supuestos avances en nuestra economía, que cuando entra en comparación con la
de otros países, da pena.
Para nada iba a comenzar esta
brevísima crónica hablando de ajustes cambiarios y devaluaciones, no; aún venía
pensando en beisbol con sabor a bacanara; en desiertos y cactus que por hostil
que parezcan, siempre son una caricia a la mirada y al pensamiento (al tacto,
lo dudo); y en ese “mande” con el cual todos los sonorenses -y supongo que los
mexicanos en general- inician su conversación con propios y extranjeros. El
sabor del triunfo por el título alcanzado en nuestra pelota, más allá del rol
en Hermosillo con un equipo totalmente distinto al que alzó la copa el pasado
30 de enero, aún estaba allí, sobre todo cuando en mi caso particular, estás
involucrado con los intríngulis que implica armar un equipo.
Superando los escollos del primer
día entre ajuste climático (4 grados en la noche y 30 al mediodía) y algunos
detalles de la organización del evento que se escapaba de nuestras manos, el
contraste-país entre lo que tenemos y lo que no tenemos, afecta, y mucho. Te
dices a ti mismo y constantemente, por qué tu ciudad no está así; por qué la
gente no es cortés o educada como ésta; por qué en las calles no hay ni un
papelito y allá en Caracas, ni hablar (basta caminar cualquier avenida para
darse cuenta de que no exagero); por qué los colegas de una emisora mexicana se
sorprendieron cuando después del primer día de transmisión nos ven recoger los
cables y equipos por si acaso no nos fueran a robar. Respuesta: “¿Qué? ¿Robar?
¿Quiénes? Nosotros nos vamos y miren la caseta, ahí dejamos todos...” Sí, qué vergüenza.
En medio de la zafra deportiva,
agotadora por una parte pero gratificante por saber que lo estás haciendo bien,
por la otra, siempre queda el tiempo para visitar, conocer, y en mi caso,
buscar con un placer casi infantil una librería. En las dos primeras que
encontré admito que mi frustración fue grande, pues no hallé en ellas nada
particular, distinto a lo que puede encontrarse por aquí, además que el par de
libreros quedaron ponchadísimos con dos autores universales por los cuales
pregunté (allá también pasa), pero como a la tercera va la vencida, así fue
cuando abrí las puertas de la librería Unison (Universidad de Sonora): una
suerte de Scrat entrando al cielo repleto de bellotas, pero cambiándolo todo
por libros. A la fuerza me sacaron mis compañeros que nada tienen qué ver con
literatura y libros, sólo beisbol, beisbol y más beisbol... Así que sólo me
llevé ocho libros y presto partí al Venezuela-México en el cual los dejamos en
el terreno, valga recordar.
1 comentario:
Un escombro picante...como siempre un gusto!
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