La infancia es como un rostro borroso
en una moneda de oro que suena
limpiamente.
Tadeusz Rózewick
Cuando estamos niños los días se nos pasan lentos. Deseamos ser grandes, adultos. Y cuando ya lo somos, nos preguntamos en qué momento se nos fue la infancia. Desde allí, desde esa etapa de la vida, J. M. Coetzee cuenta su propia historia, una suerte de autobiografía novelada de un momento no precisamente fácil de su vida. En el texto está el inevitable apartheid sudafricano haciendo de las suyas en todo el territorio, y la familia Coetzee en medio de aquel conflicto socio-político en donde la polarización era absoluta entre los afrikaners y los ingleses que aún querían mantener el dominio sobre la población negra, así que el segregacionismo y la discriminación racial están en su esplendor.
La obra transcurre a finales de
los cuarenta e inicios de los cincuenta (en plena infancia de Coetzee), momento
en que el Partido Nacional refrenda todas las políticas del país fortaleciendo
el apartheid. El miedo está allí presente en la mirada de un niño que quiere
pasar desapercibido, que cuando no está enfermo de verdad, finge estarlo para
no tener que ir al colegio. Paradójicamente quiere sacar las mejores notas, lo
que de por sí llamaría la atención, pero su mayor preocupación no es esto, sino
los terribles azotes que los profesores aplicaban a sus estudiantes. Por otro
lado, terminar por castigo en un salón de afrikaners sería la muerte, pues para
aquel niño, éstos eran terribles, bárbaros, casi unos salvajes.
En ese proceso de crecimiento y
aprendizaje surgen las dudas y las confusiones, no sólo por saber si identificarse
con los ingleses o con la raza africana, sino también con la religión, porque
de ello también depende su estatus en el colegio (y en la vida), su evolución y
por tanto, un mejor futuro. Infancia,
como muchos de los libros de Coetzee, es un texto duro, contado con una crudeza
y una maestría evidentes. Allí se reflejan los intríngulis familiares desde una
intimidad que sofoca por las diversas presiones que los aqueja. Está la madre a
quien el niño adora, pero que a ratos también odia y un padre del cual puede
prescindir por su falta de cariño y respeto hacia él. El niño Coetzee de la
historia trata de ser un ejemplo en el colegio, pero en casa deja mucho que
desear.
La manera que tiene el autor de
evocar su infancia, nos coloca en una situación de desconcierto al ver las
diversas calamidades que pueden sufrir una nación y una familia en medio de sus
crisis. La inocencia está allí, pero siempre despertando de bruces ante una
realidad inexorable y violenta. Se lee a
Coetzee con la predisposición de que cada frase es una joya narrativa, pero que
en cualquier momento te golpea y te hace tocar suelo. Tal como le dijo su tía
Annie: “Tan joven y sin embargo sabes tanto. ¿Cómo vas a poder
guardarlo todo en tu cabeza?”. Obviamente este Premio Nobel de Literatura
lo hizo: lo guardó todo y lo contó con destreza.
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