Hay historias que
merecen ser contadas; historias que deben ser leídas y rescatadas por su
indiscutible vigencia. Ese es el caso de
Doña Inés contra el olvido de Ana Teresa Torres, novela publicada en
1992 y que lleva consigo dos premios importantes: Premio de Novela de la I
Bienal Mariano Picón Salas y el Premio Pegasus de Literatura. Pero más allá de
los merecidos laureles del éxito y ya entrando en materia, en términos amplios,
la novela abarca tres siglos de historia venezolana, casi trescientos años por
los cuales el personaje principal se pasea para contárnosla a su manera, desde
su punto de vista muy particular: una voz femenina que desde el más allá, desde
la ultratumba, narra diversos episodios de una Venezuela colonial e incipiente hasta
llegar a mediados de la década de los ochenta del siglo XX.
El devenir de la
historia nos muestra a un personaje que es víctima de su propio tiempo, es
decir, de los paradigmas sociales de aquella época que hacían de la mujer un
apéndice del hombre y las labores hogareñas. Surge entonces la necesidad en
doña Inés de revelarse y contar la historia, y sobre todo, contarse a sí misma
por encima de una soledad implacable y del tiempo: “Ahora todos me han
dejado sola. ¿Dónde están mis hijos nacidos de mi quince partos?” (Torres, A. 1999, p.11) Para luego
decirle a su esposo Alejandro (siempre imaginario, siempre en la memoria de
doña Inés) que “A veces creo que las sombras que me rodean esconden los
papeles, conocen su lugar pero deliberadamente lo niegan para que yo siga
eternamente buscándolos, pero no importa, triunfaré sobre ellas, tengo todo el
tiempo del mundo para entregarme a la búsqueda de mis títulos” (Torres, A. 1999, p. 13) Además,
ella misma y de manera axiomática dice después: “El tiempo ha dejado
de interesarme, no me inquietan ya sus movimientos, porque he muerto hace
mucho” (Torres, A. 1999, p. 14).
Doña Inés
Villegas y Solórzano, una mantuana típica de la colonia, se torna omnipresente,
poderosa; su voz y pensamiento traspasa la barrera lógica del tiempo mientras
va narrando los hechos en una suerte de agradable monólogo en el que ella y
sólo ella tiene cabida. Interpela a su principal interlocutor, don Alejandro
Martínez Villegas y Blanco, pero en ningún momento le cede la palabra. Doña
Inés le pregunta pero ella misma responde. No obstante y más allá del gracioso
matiz que esto le pudiera dar al personaje,
su manera de relatar denota nostalgia por todas las cosas vividas y el
tiempo dejado atrás, incluso por encima de cierta altanería que en ocasiones
evidencia. La excusa para narrar la historia tiene que ver con unas tierras en
Curiepe que su esposo le dejó a Juan del Rosario Villegas (hijo bastardo que
tuvo con una esclava) y que el general Joaquín Crespo le “expropió”. Doña Inés,
sin ambages, lo increpa: “Ganaste la batalla, Joaquín Crespo, pero no lo
sabrás nunca y yo te estoy esperando en Caracas” (Torres, A. p. 109), Así que de la mano de este hecho, doña Inés
llega hasta el tiempo moderno del cual también hace crítica. “Tú también me
has dejado sola Alejandro, y tú, Juan del Rosario, contradíceme, dispútame”
(Torres, A. 1999, p. 25), les dice, increpándolos en ese proceso de búsqueda
que se marca desde el inicio de la obra.
Desde su
posición de ultratumba, doña Inés se envalentona; sabe que desde su dimensión
puede opinar de política: “No dio resultado el liberalismo, Alejandro, y
tuvieron que inventar la dictadura” (Torres, A. 1999, p.107); dar juicios
de valor y dirigirse a las más altas figuras políticas del país con altanería: “A
mí Cipriano Castro ni me va ni me viene. Tengo por él un profundo desprecio,
aunque confieso que hasta me hacen gracias sus desplantes...” (Torres, A.
1999, p.107) de quien también se mofa diciéndole que se creía Napoleón Tercero.
No obstante, estar allí en esa suerte de limbo, tal vez le permite ver la
historia y hacer un recorrido sobre ésta con una visión más crítica que si
estuviera en carne viva. A través de este elemento ficcional la autora
recrea los hechos y nos deja ver desde la mirada de doña Inés, cómo era el
entorno, los hombres y mujeres, las casas, los hogares y sus costumbres, dicho
en otras palabras, se entrega a una clara descripción de una época. Más allá de
esto y considerando que “las novelas son un mecanismo poderoso de
interiorización de normas sociales” (Culler, J. 2000, p. 112) podemos notar claramente en esta obra,
una puesta en escena de todo un entorno social con un largo recorrido de casi
tres siglos.
Ana Teresa
Torres presenta a doña Inés bien perfilada desde su interioridad,
característica muy destacada de la autora en cuanto a la creación de sus
personajes. En este orden de ideas, su feminidad y su visión particular de ver
el mundo, destaca por encima de muchas cosas así como la soledad que la
embarga, sobre todo si consideramos la época que sirve de contexto a la obra en
donde la mujer estaba supeditada a los designios del hombre y a las estrictas
labores del hogar. El personaje se transforma entonces en una suerte de rebelde
silente que se impone a la tradición, al canon de la sociedad machista tomando
la palabra a través de un escribano a quien le ordena transcribir su relato,
proyectando la memoria desde su propia familia hacia el país entero. Es un
personaje todopoderoso pues todo lo ve, todo lo oye y todo lo sabe. Se siente
venir el discurso claramente desde el más allá, capacidad que pudiera tomarse
como un don o una cruel penitencia que la dejó permanecer en el tiempo más allá
de su muerte. La polifonía a la cual alude Bajtin (Bajtin, M. 2003) con respecto a la novela, por su
diversidad de voces y su forma dialógica, en Doña Inés contra el olvido
hay que atribuírsele por completo a un sólo personaje principal, a la mantuana
que narra la historia, pues es quien lleva el hilo conductor del texto por medio
de ese juego conversacional que no es más que consigo misma.
Ana Teresa Torres saca partido de principio a fin de un
personaje que se muestra por completo en su interioridad, pero es a través de
esa mirada única de doña Inés, que también describe una época con precisión tal
como ya se ha comentado, destacando por supuesto el aspecto social que recorre
las páginas de la novela: “Y es que había de todo Alejandro, en aquella
Caracas gomera y provinciana, dividida entre los que soportaban el dolor de algún
preso engrillado y los que se enriquecían a la misma velocidad con que el
petróleo brotaba de la tierra” (Torres, A. 1999, p.139). Ejemplos como este sobran. Desde esta
perspectiva, la reconstrucción de los hechos que forman parte de la realidad
histórica del país, están allí como soportes desde donde la ficción se apalanca
para construir el relato que denuncia, que critica. El juego literario exime aquí al lector de la
diatriba que pudiera plantearse entre lo real y lo ficticio; importa más la
verosimilitud que el texto ofrece, pues “la literatura sirve como mediación
-activamente- , a través del imaginario, a lo conflicto de lo real; o mejor,
los articula en otro tipo de relato y por ello lo real siempre está presente
aún como ausencia” (Montaldo, G. 2001, p. 78). Aquí no se discute si lo que
se narra es verdad o mentira, sencillamente los hechos están allí para formar
un entramado coherente, que se sustente por sí mismo construyendo su propia
verosimilitud, y aunque no fuera así —lo cual no es— “utilizar la mentira
literaria para denunciar la mentira social es, en verdad, un privilegio muy
antiguo heredado de los Escépticos y de los Cínicos”, (Blanchot, M. 1992, p.
53) y esto queda refrendado con cada una de las situaciones relatadas en la
obra.
Doña Inés contra el olvido traza una cosmogonía de la mirada femenina de la mujer
venezolana a lo largo del tiempo. La novela se apalanca en diversos hechos
históricos para darle un corpus consistente a la misma y a través de los
cuales, de ese ejercicio constante de mantener la memoria, se vincula a los
suyos, a su gente, al anecdotario que formó parte de su vida haciéndolo desde
su propia voz, lo que en línea directa coloca
a la memoria en un pedestal para doña Inés como su bien más preciado.
Quiere por medio de su remembranza reivindicar su imagen de mujer, y por tanto,
el honor y la dignidad de todas las mujeres de una época cuya mirada no podía
ir más allá de los barrotes de unas ventanas.
Doña Inés sabe del valor de la memoria para mantener los recuerdos
vivos, los propios y los ajenos, es decir, los que le pertenecen al colectivo,
por ello mismo se atreve a decir que “en este país de la desmemoria yo soy
puro recuerdo” (Torres, A. 1999, p.238) y tal como le dice a su esposo a
pocas páginas del inicio de la obra “Escucha, de mi profunda memoria, el
destino de nuestro linaje” (Torres,
A. 1999, p.53) La memoria de doña Inés se expande incluso hasta
inmiscuirse en la vida de otros personajes, pero esta situación no es más que
el resultado de querer combatir la tautológica soledad que va marcando el
relato página a página, esa que hace sufrir al personaje.
Referencias
Bajtin, M. (2003): Problemas de la poética de Dostoievski.
F.C.E. México.
Blanchot, M. (1992): El libro que vendrá. Monte Ávila
Editores, Caracas.
Culler, J. (2000): Breve introducción a la teoría literaria.
Biblioteca de Bolsillo, España.
Montaldo, G. (2001): Teoría crítica, teoría cultural.
Editorial Equinoccio, Caracas.
Torres, Ana (1999): Doña Inés contra el olvido. Monte Ávila
Editores, Caracas.
1 comentario:
Certera reseña, no conocía a la autora, veré si encuentro sus libros por aquí. Nos leemos.
Saludos.
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