Hay libros de libros. Eso de
seguro lo sabe usted anónimo lector, anónima lectora, que dedica buena parte de
su tiempo libre a ese ejercicio del alma que se llama leer; y si no tiene el
tiempo, pues se lo fabrica como sea en medio de su absorbente cotidianidad.
Cuando es publicada la antología de un autor, siempre es bien recibida porque
supone que allí lo encontrará todo (o casi todo) lo publicado por ese
constructor de imágenes llamado escritor. Tal es el caso de Todos vuelven de Ángel Gustavo Infante,
que amén de esa clara estética de la palabra trabajada, como del manejo
absoluto de los mundos que representa, la obra tiene un prólogo maravilloso escrito
por Carlos Sandoval titulado “Las edades de una escritura”. Así que con
semejante introducción a la narrativa de Infante, la cual abre con un cuento estupendo
que lleva por nombre “La muerte del tío cosa”, no es mucho lo que puedo decir
que ya Sandoval no haya diseccionado con quirúrgica calidad verbal.
En todo caso y para no pasar de
largo con esta brevísima nota, hay libros que después de leídos uno llega a
catalogarlo de “fundamentales”, tanto por lo que narra, como por el consabido y vital “cómo lo
narra”. Este es el caso de Todos vuelven,
que de ahora en adelante se me antoja imprescindible dentro de nuestra
literatura nacional; un rescate y relanzamiento que la Editorial Equinoccio
hizo con este autor y su obra, que tal vez por estar envuelto en sus avatares
académicos que no son pocos, no anda con excesos mediáticos y falsas posturas
de divismo intelectual. Tuve la suerte de conocerlo hace casi dos años en un
taller de narrativa y para entonces sólo había leído de su autoría “Joselolo”,
así que la inquietud por leer más de él estaba latente, y más aún, cuando de
manera generosa nos dio a cada uno de los talleristas, una edición del
mencionado cuento (yo me hice el loco, por supuesto, como si nunca lo hubiera
leído) aunque me decepcioné un tanto pues esperaba otro de sus textos.
Pero así son las cosas de la vida
y cuando menos lo espera, Todos vuelven
llega a mis manos y comienzo a devorarlo. El libro abre, como ya dije al
principio, con el cuento “La muerte del tío cosa”, un texto hilarante —aunque
les parezca irónico con esa “muerte” en la cabecera— que ya te da pistas de
todo lo que está por venirse. Como en
toda antología, tengo mis textos predilectos, pero sólo mencionaré algunos de ellos,
como por ejemplo “Gracias Gallegos”; “Claudia hablaba de André Breton”; “Ella
vino a matarme”; “Milanesas de pollo”; del libro Cerrícolas muchos de sus textos, incluyendo “Joselolo” y el
memorable libro Yo soy la rumba en
toda su extensión: sencillamente genial. Aquí la cultura popular a través de la
música, hace de las suyas para construir un mundo que de lo cotidiano pasa a lo
épico. Y si de humor se trata, se halla la apología perfecta de este recurso en
todo el texto. Como bien señala Carlos Sandoval en su encomiable prólogo: “Todos
vuelven deviene poética del conjunto y
quiere señalar el arraigo a un sitio simbólico del ser”, hecho inexpugnable
para aquel que como Ángel Gustavo Infante, trabaja la palabra con la paciencia
de un orfebre para lograr esto: una joya literaria imprescindible.
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