17 abr 2012

TRIPACK

Las tres fueron rechazadas al primer carajazo contra el asfalto, se volvieron leña. Juntas se fueron al casting de “Termineitor 3” y en la primera escena de acción, sus miembros salieron disparados por todas partes. El director se molestó como nunca –coño tenía razón–: «¡CORTE!» –dijo, iracundo, mientras brazos, piernas y cabezas rebotaban sin un patrón definido, pero pa’ lante, siguiendo el curso de la inercia. Así fue como escogieron a esa T-X rubia despampanante.

Con el tiempo buscaron trabajo en una tienda erótica. Estaban de lo más emocionadas. Serían el juguete oculto de cuanto hombre solitario, que por harto de usar sus manos, quisiera entregarse al peor es nada polímero termoestable; o quizás de alguna mujer que jugando para el mismo bando, el cavernoso no sería de primera necesidad para colmarse toda. Pero hubo un defecto de fábrica y aunque las tres lo sabían, las muy descaradas se hicieron las locas. Sólo recuerdan a los clientes, algunos con sombreros y lentes oscuros, armando el merecido zafarrancho al dependiente de la SEX SHOP: «Vino sin vagina»...«¿Cómo?»... A lo que los ofendidos clientes reiteraban: «Sin vagina, sin la rayita».

En su desesperación y dado el elevado costo de la vida algo tenían que hacer; producir el dinero necesario para el sustento y justificar sus existencias en este reino “full empty” como decía una de ellas. Por algo Dios –bueno a decir verdad las máquinas–, las trajo al mundo. Tras un anuncio de prensa y el vertiginoso tiempo de los cuentos, fueron seleccionadas como Cheerleaders de un equipo de baloncesto venezolano (no de la NBA, no se crean). Todo iba de maravilla hasta el medio tiempo. La música cabilla comenzó a sonar para que se tongonearan como la anatomía manda, pero sus rígidos movimientos no pasaron desapercibidos por el público, que entre chiflas, abucheos e infinitos vasos de cervezas, las corrieron del lugar. «Chama, lo que más me arrechó no fue tanto eso, sino que me pusieran la cancioncita esa, la del panameño, la que dice “Ella era una chica plástica...” Su madre».

Fueron mesoneras, pero las despidieron por el inevitable baño de café caliente que caía sobre los clientes cuando intentaban servirlos; salvavidas tipo “beiguach”, pero todos los bañistas imprudentes se les ahogaban puesto que no podían sumergirse a las profundidades para rescatarlos; lo intentaron en un escuadrón de bomberos, pero a la primera alarma de incendio salieron corriendo; también de trabajadoras sociales pero nadie les creía por plásticas...

Fueron días muy difíciles. Estaban conversando sobre el duro proceso de conseguir empleo en la ciudad. Rememorar sus anécdotas ahora sí les resultaba gracioso desde la comodidad de su vitrina, salvo por la prima Dilcia, que como la canción del Puma, perdió la cabeza, los brazos y las extremidades inferiores, no por amor, sino por una fuerte insolación que agarró en la playa. Literalmente se derritió. La pobre está allí al lado izquierdo de la foto y casi nadie la toma en cuenta.

«Chama, menos mal que conseguimos este trabajito, aunque ya me duele el brazo por tenerlo alzado... ¿Y yo, que tengo los dos arriba?, deja la quejadera chica... Yo lo que necesito es darme un buen baño, ya me apestan las axilas, uff...Por cierto, no te vendría mal hacerte una lipo...Ay sí, plasticamo diciéndole a morrocoy polimerúo, mírate en el reflejo, deberías hacerte las lolas que se te están cayendo... Pero bueno, dejen la discutidera que las tres somos iguales y aquí nos pagan por posar. A trabajar, que hay gente viéndonos, a trabajar...»

9 abr 2012

Rosas y duraznos

Uno de los lugares más visitados por los caraqueños a la hora de pasear, de recrearse, es la Colonia Tovar. Este pequeño refugio en medio de la naturaleza y frías montañas del Estado Aragua, halló en Marisol Marrero la vía para vincular la historia, real o ficticia, con la literatura. Su prosa nos envuelve con sutileza a través de imágenes oníricas, esas que coquetean con el lector y lo hace dudar entre verdad o fantasía. En Rosas y duraznos vuelven las voces fundadoras de una estirpe de mujeres de carácter trágico; impetuosas pero irremediablemente melancólicas, las mismas que Marrero dio a conocer en Lotte von Indien: La coloniera de Tovar y Niebla de pasiones. Una trilogía que enaltece la literatura desde el punto de vista estético e histórico.

La genealogía descendente que va desde Lotte, María Manuela y Kina, hasta llegar a la nieta (Eugenia), y el relato de la bisnieta (Inés), cierra el ciclo de pasiones y sufrimientos de una historia verosímil pero que siempre le hace un guiño a lo fantástico. Las casas, esos personajes que hablan, que sienten, son ese aditivo que hacen de la lectura un verdadero placer. “Allá veo la casa. Desde que regresé de Alemania, ella empezó a llamarme... se viste para mí, se pone dominguera con los rayos de sol que atraviesan sus techos derruidos. Cuando me dirijo al que fuera mi cuarto, respira fuerte como si suspirara, su pulso se acelera...”. En éstas, se reviven los cuentos y los episodios que formaron parte de hechos fundacionales del lugar. Los personajes se mimetizan, especialmente Kina, con la dura y noble madera de la casa y los muebles, y muy seguramente Marrero, aprovecha con elegancia el momento para disimular su propia voz: “¡Tengo que escribir para poder vivir!...Con la escritura he sustituido todas mis carencias...” .

El elemento epistolar también está presente en Rosas y duraznos, que aunque en menor grado, complementa al libro como unidad artística. Esto nos transporta en el tiempo y crea el contexto necesario para enmarcar la historia. María Manuela de Tovar en una de las cartas dice: “en este momento que le escribo soy una casa deshabitada”, pues el desarraigo, la distancia con aquel pueblo aislado en las montañas de Aragua pero con sangre germana, la sigue llamando. Este capítulo, además, abre con un epígrafe más que elocuente sobre la imaginería que de principio a fin recorre la novela: “La imaginación se insinúa en la realidad, la contamina y termina por crearla”, Julia Kristeva.

La recreación de estas pioneras fundadoras de la Colonia Tovar y sus historias, no podía estar exenta del tema erótico en medio de las casas de madera, la fría niebla y el perfume de exóticas flores: el ambiente perfecto diría cualquiera. El momento para vivir el amor en la novela le cierra el paso por instantes a esos fantasmas que rondan los cafetales, los mismos que se cuelan a través de las paredes para interactuar con los personajes. Marrero despliega su arsenal literario y hace que estas mujeres emprendedoras expongan su lado más íntimo: “Estoy muy preocupada con lo que está pasando en mi cuerpo, arriba una voz, abajo otra más primitiva que arde. Parece un animal bramando. Con esa voz froto mi cuerpo, adoro su fragancia, la unto entre mis pechos como si fueran flores, para sacar el olor del humo que hay entre ellos”.

Rosas y duraznos, un título por demás hermoso, cierra esta trilogía que pudiera enmarcarse en muchos estilos literarios: en lo epistolar, en lo histórico, en lo testimonial o todas las anteriores. Cuando una obra está bien hecha, sucede precisamente eso, que en cualquiera de las categorías calaría a la perfección. En todo caso y por encima de estas definiciones, lo importante es disfrutar de una obra hecha desde un alto nivel de conciencia por la palabra. El camuflaje de las voces nos hace dudar a veces entre la voz de un personaje y otro, y Marrero, lo hace con destreza desde ese aspecto lúdico, en donde incluso ella y otros escritores y poetas, están presentes en el devenir de los hechos. He allí el acuerdo, el pacto como lectores, dejarnos atrapar por la red imaginaria de la escritora para retroceder en el tiempo hacia una hermosa historia de Rosas y duraznos.