6 jul 2016

San Saramago

Caracas, 6 de julio, Avenida Baralt, 1.15pm, aguacero. La crónica de hoy inicia así, citando a José Saramago: “Que yo sepa (y sé muy poco) ningún animal tortura a otro animal y menos a un semejante suyo.  Para quienes se empeñan en la existencia de algo a lo que, con los ojos en blanco, se atreven a llamar bondad humana, la lección es dura y muy capaz de hacerles perder algunas de sus queridas ilusiones”. Iba justo por allí en mi lectura cuando fue interrumpida de manera abrupta, cosa que no había logrado el reguetón que sonaba al fondo:

-Dame el celular, puta e mierda.

Así le gritó el malandro a la chica que venía sentada a mi lado pero en la otra columna de asientos. Cierro el libro, no lo suelto y veo la acción. El transporte aumentó la velocidad ante los gritos de los pasajeros, pues dos delincuentes más venían con intención de subirse. Ella no cedió, forcejeó con el malandro para no soltar el celular.

-Dame el celular o te quito la vida, becerra.
Y acto seguido se llevó la mano a la cintura. A todas estas, yo, inmóvil, esperaba el yerro que, en potencia, nos iba a intimidar a todos. Pero… ¡Oh sorpresa! Lo que sacó fue un cuchillo; no, un cuchillito, así lo vi, pequeño pero brillante y parecía afilado. Cuando amagó punzarla, estallé en rabia, la impotencia contenida por ver cómo nuestro país se ha venido a pique me hizo reaccionar violentamente. Un soberano coñazo le estampé en el rostro, en “el botón”, en la mandíbula. Ahí quedó, tirado.  El conductor iba rápido a través del río que atravesaba la avenida y tuvo que frenar de golpe pues por poco atropella a una señora. Allí le dio alcance al transporte el segundo malandro que antes no pudo subirse. Desde la puerta, mis golpes no lo dejaron subir. “Suelta el libro, suelta el libro”, me gritaba una señora. La última conexión lo tiro al charco de agua inmunda. El tercero ni lo intentó y se fue corriendo. El chofer gritó “Cuidado” y al girarme, el malandro uno se había puesto en pie y con el afilado metal me lanzó hacia la cara.

1. Reacción, acto reflejo, y el libro, Saramago, me tapó la cara. En la foto, lo que pudo ser una herida terrible en mi rostro.
2. Reacción, acto reflejo, y patada con pierna derecha al costado izquierdo del malandro. Se retorció del dolor, se echó al piso de nuevo y tomándolo por la cabeza lo lancé del transporte que ya se había puesto en marcha.

La caída fue estrepitosa. Rodó sobre el asfalto al menos cuatro veces. El río lo tapó a medias. A la distancia vi que el malandro dos se acercó para ayudarlo a levantarse. La chica del celular pidió al chofer que se frenara y acto seguido salió corriendo hacia ellos. Estos, cobardes como era de esperarse, huyeron al ver que con ella se bajaron dos hombres más que estaban de espectadores en el transporte. Volvió a subir con su aparato, aunque totalmente apagado pues había quedado sumergido en el agua por mucho tiempo. Lloró, temblaba de miedo, impotencia y rabia, aunque hubiera recuperado el teléfono.
Luego, de manera insólita, un negro fornido de al menos 1.90mts que iba al fondo del transporte, le dio por insultar al conductor. Le lanzó todo el repertorio de ofensas nacionales tal como si las hubiera tomado de Blue Label. ¿Por qué? Porque supuestamente era cómplice de los malandros ya que según su apreciación se había frenado para que se subieran el segundo y tercer malandro. De púgil pasé a réferi:
-Negro, quédate quieto, el chofer no tiene la culpa. Tuvo que frenar porque si no atropellaba a una señora que estaba cruzando la avenida.

El negro se calmó. Se bajó de la “unidad” sin pagar. Le dijo desde afuera: “Mamagüevo”. Todos nos bajamos en  Capitolio. Yo lo hice de último. El chofer me dijo:
-Gracias, varón.  



Nada grata la experiencia. Pudo haber sido peor para mí, lo sé. No es la primera vez que me sucede y deseo profundamente que sea la última, pero viviendo en Caracas suena a utopía. Las únicas tres veces, sí, tres veces, que me he quedado inmóvil (incluyendo un “secuestro express” a domicilio), ha sido con pistolas apuntándome a la cabeza. Por ello se agradece con el alma cuando los familiares o amigos te dan la cola hasta la puerta de tu casa. Recordé a Joaquín Sabina pues leyendo un libro de entrevistas sobre él, se refirió a José Saramago llamándolo “San Saramago”, por ello lo llamo así también desde entonces, desde hace años, y ahora más que nunca yo lo seguiré llamando así. No me siento bien, ni más ni menos valiente por lo sucedido. La verdad me siento terrible. Pues entre otras cosas más importantes, también le fallé a mi sensei.  Primera vez que lo menciono y escribo sobre él. Se me vino a la memoria cuando hace ya algún tiempo, empezando la veintena de años, nos decía “Solo defender, solo defender, nunca ataque en la calle”. Lo siento sensei, en donde quiera que estés, porque yo sigo en Caracas.