26 jun 2009

El país de la canela


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La polémica siempre es atractiva porque reclama por parte de los espectadores –y en ocasiones también por parte de los protagonistas del dilema –una resolución: el descubrimiento del por qué causa escozor en el pensamiento de pocos o de muchos algún punto de vista, una decisión. En el caso de la literatura siempre sucede lo mismo cuando el jurado falla a favor de uno y no de otros escritores. Este es el caso particular de William Ospina quien recientemente ganó el Premio de Novela Rómulo Gallegos, uno de los más importantes de nuestra lengua. La polémica salta la talanquera puesto que el autor ha manifestado su simpatía por el actual gobierno venezolano. Incluso, reconocidas voces literarias venezolanas han manifestado su convencimiento de que el premio se ha politizado y de que el estado consiguió la fórmula para el otorgamiento de dicho galardón, pero marcando la respectiva distancia del tema político versus el literario y después de haber leído El país de la canela, no tengo más que decir “bien merecido” y que el hombre nacido en Tolima, Colombia, halló en este premio un justo reconocimiento en todo sentido por su dedicación y años de paciente investigación.


Casualmente acabo de releer Los detectives salvajes de Roberto Bolaño con la idea de refrescar las aventuras de Arturo Belano, Ulises Lima y compañía para ver qué tal resulta la ambiciosa adaptación al cine, novela que ganó el mismo premio hace diez años atrás (1999), tal como si aquella y El país de la canela las separara una década que se contara en segundos. La novela de Ospina ahora forma parte del selecto grupo de ganadoras y si bien es cierto que la relectura referida me llevó un buen tiempo, El país de la canela me atrapó de tal manera que concluí su lectura en apenas cinco días.

La impresionante historia de la novela nace de una carta que recibe el heredero de Marcos de Medina, conquistador de El Cuzco, en donde se relata gran parte de los hechos de la conquista sobre el reino incaico, casi medio siglo después de que Colón apareciera por tierras desconocidas. Esto ya presagia desde un principio mucha sangre e impunidad española sobre los indios: “se alargaban en fragmentos de batallas, una cuchillada súbita en un rostro, dedos saltando al paso de la espada de acero, un cuerpo que se encoge al empuje de la daga en el vientre, sangre que flota un instante cuando la cabeza va cayendo en el polvo”.

Esta situación se ve revertida en muchas ocasiones cuando el temerario grupo de europeos –en su afán de riquezas coronadas de oro y canela– se ve en la necesidad de atravesar grandes ríos en donde sucumben en terribles emboscadas repletas de cerbatanas y por la inclemencia de una naturaleza que les era ajena: “nosotros en la selva necesitamos armaduras, cascos, viseras y miles de cuidados para protegernos de los insectos, de las plagas, del agua y del aire. Vemos amenazas en todo…los indios se mueven desnudos en esa misma selva, se lanzan a sus ríos devoradores y salen intactos de ellos…La selva los acepta porque ellos son la selva”.
El país de la canela nos lleva de viaje a un pasado remoto, a un espacio y a un tiempo en donde comenzaron a germinar nuestros pueblos. Imposible leer esta novela y no sentir la presencia del Inca Gracilaso, sobre todo cuando hacen acto de presencia en las “planicies amarillas”, Manco Cápac y Mama Ocllo Huaco quienes alcanzan en palabras del poeta, así como en la novela referida, dimensiones indiscutibles de nobleza, tanto por sus actos, como por ser “hijos del sol”; de igual modo el trabajo de Juan de Castellanos –quien brevemente es mencionado como “el poeta”– halla en el relato de Ospina un digno eco de sus crónicas y versos en nuestra actualidad, para que aquellas voces primordiales nunca caigan en el olvido.

La descripción de la naturaleza, la narrativa de aquella odisea en el nuevo mundo a través de montañas nevadas, de inmensas planicies y de imponentes ríos, hace que la lectura sea una experiencia adictiva. Pensar en esos hombres atrapados por mares de agua dulce, que aún en nuestros días, son símbolos de una naturaleza virginal indomable, agita la imaginación lectora. El libro tiene además al principio un mapa que traza el recorrido de estos ambiciosos aventureros y llevar la lectura siguiendo la mencionada cartografía, deja en claro que aquello no fue más que una locura y una gran suerte que salieran con vida pocos hombres. Curiosamente el oro pasó a un segundo plano en el desenfreno y en la codicia que causaba, puesto que la canela, alcanzó niveles de deseo como si fuera el mayor de los tesoros: “la riqueza tiene todas las formas, pero ninguna para mí más extraña que esa corteza roja que altera las bebidas y da a los alimentos una dulzura exótica. La canela: oro, sí, pero astillado en aromas, el túmulo de leños que hace siglos borraba en sus humaredas los palacios del Tíber…Buscando canela habían venido las tres pequeñas barcas…como tres cascarones de nuez embanderados por un niño y arrojados sobre un azul sin bordes, pero hasta entonces la canela del Nuevo Mundo no había aparecido.”
La crueldad de estos hombres que fueron “residuos de una expedición arrogante”, ofuscados por una riqueza que nunca llegó y que cuando la hubo fue desperdiciada y perdida por los enfrentamientos, rayó en la insensatez cuando acabó incluso con las vidas de los únicos capaces de descifrar los laberintos de la selva, de conseguir gracias a los árboles y arbustos a través de la lectura perfecta del variado matiz del verde infinito, el sustento alimenticio del día: “como quien despierta de una embriaguez, sólo cuando los indios no eran más que carnaza humeante Pizarro comprendió que ahora no teníamos quien nos llevara la carga, que nos era forzoso a los españoles…avanzar pesadamente por arboledas que se hacían cada vez más impracticables…La expedición, flamante y ostentosa al principio, se había ido diezmando por la fatalidad, como si otro perro invisible devorara sus miembros”.

Los hechos fundacionales de nuestros países están muy bien relatados en El país de la canela, con toda la crudeza que ello representa, con sus masacres y hechos fantásticos producto de la imaginación desesperada de hombres que salieron del viejo mundo con la intención de llenarse de gloria, la cual sólo pudieron alcanzar gracias a las historias alucinantes que justificaron la conquista, la invasión o el saqueo. Esta novela es el recuento de nuestro pasado, contado con la destreza necesaria para camuflar la realidad con la ficción, trabajo encomiable que realiza a la perfección William Ospina, mezcla de su investigación y de una narrativa espléndida, tal como por ejemplo, se desprende de observar con detenimiento la naturaleza: “la montaña es más generosa y más grande que los hombres, y también a veces hace cosas ciegas, como arrojar llamas por sus pezones de piedra, como hacer cruzar lenguas de rayos por el cielo aborrascado, como traer en vuelo temible las bandadas de cóndores que presagian cambios turbulentos”.

Todo lo antes mencionado es apenas una muestra de lo que está inmerso en El país de la canela, una lectura necesaria para todos los hispanohablantes. Habrá que leer el texto precedente, Ursúa y esperar por el cierre de la trilogía con La serpiente sin ojos, que se insinúa hacia el final del texto: "Demuestra que vale más tu voluntad que la serpiente sin ojos en la que se refleja el abismo..."

6 comentarios:

Roy Jiménez Oreamuno dijo...

Bueno me llama mucho la atención este libro que has descrito, nunca pensé que con ese nombre tan oloroso a canela, relatara todo el horror de los pueblos indígenas.

Gracias por regalarnos este resumen de tan bella novela y no sé que pasa en este mundo, todos quieren politizar, atemorizar y infringir miedo con solo decir el nombre de Hugo Chávez, como que no hay una verdadera madures latinoamericana, de saber distinguir las cosas de lo político y de las ideologías.

Bien por el país de la canela, un abrazo para ti desde el país del mejor café del mundo.
Saludos

Luis Bond ∴ dijo...

Suena interesante esta novela, más allá del premio, supiste venderla jeje. La vi hace poco en una librería y no sabía si debía comprarla o no, ahora lo haré. Todo esto me recordó a Herrera Luque -más por el tema que por otro cosa. Le voy a dar una oportunidad. ¡Gracias por compartir tu review!

¡Nos vemos!

Anónimo dijo...

el libro es sumamente interesante ademas de abrirnos lo ojos a la realidad de nuestra historia y conquista , de la que muchos hablan de forma coloquial pero que otros como william hablan con la verdad sin rodeos....es muy interesante...maleja

Anónimo dijo...

el libro es sumamente interesante ademas de abrirnos lo ojos a la realidad de nuestra historia y conquista , de la que muchos hablan de forma coloquial pero que otros como william hablan con la verdad sin rodeos....es muy interesante...maleja

Anónimo dijo...

Me Lo Lei, Es sumamente aburrido para leerselo a los hijos y que se duerman

Anónimo dijo...

Buena libro, nos muestra lo cruda que puede llegar a ser la ambición