26 mar 2013

Nunca más Lili Marleen



La narración que a continuación anoto no es una transcripción exacta, sino una historia organizada casi literalmente por mí, con mis comentarios explicativos, para una mayor comprensión de los lectores.
David Alizo

El tema eterno de la guerra ha estado, está y estará presente en la memoria de la humanidad, y más aún, en la literatura. Se ha escrito mucho sobre el tema, bien desde la perspectiva historicista, la testimonial, desde la crónica o la ficción. Por citar apenas un ínfimo ejemplo de esto, menciono algunas lecturas para mí fundamentales e impactantes: Sin destino, de Imre Kertész; Suite francesa de Iréne Némirovsky e imposible no mencionar El diario de Ana Frank, entre tantas otras. De estos tres autores, sólo Némirovsky murió estando en Auschwitz a consecuencia del tifus. Su esposo, después de infructuosas diligencias para liberar a Iréne, terminó asesinado en una de las abominables cámaras de gas.

Hago las referencias anteriores porque las atrocidades nazis también están contadas en Nunca más Lili Marleen, cuyo musical título creado por David Alizo, desentraña página a página —y literalmente desde el principio— el terror sembrado en cada uno de los corazones judíos y de quienes nunca estuvieron de acuerdo con semejante locura, incluyendo a muchos alemanes como el doctor Klemperer: “¡Qué espera usted de un país donde Mi lucha es el libro sagrado del nacionalsocialismo y de la nueva Alemania!”. Este libro sorprende, impacta, y no tiene nada qué envidiarle —desde el buen sentido— a cualquier título que se haya etiquetado como un “Best Sellers” en el mundo. Usted lo lee y piensa que es una extraordinaria traducción al español. Pero no, lo escribió un venezolano que narra la historia de un nazi, un criminal de guerra, prófugo del proceso de Núremberg, alguien que halló en el estado Trujillo el lugar para ocultarse.

Nunca más Lili Marleen, debo decirlo y aunque les suene trillado, es una obra maestra. Bien porque el tema ya de por sí sume cierta indulgencia ante los lectores, bien porque el libro es prácticamente una película narrada con precisión y sobrada elegancia retórica. Son estas dos cosas y mucho más. Desde la primera página, Alizo entrega el germen de la angustia por descubrir quién es Helmut Braune y cuál es su vinculación con Martin Fuchs (¿o son la misma persona?), que “desde las altas montañas del Tirol en Innsbruck hasta La mesa de Esnujaque”, arribó con un pasado de muertes y torturas.

La obra está colmada de varios referentes musicales, no sólo por la fascinación que Braune demuestra por la buena música (amén de ser un buen lector), sino  además, por ser oriundo de un país que ha dado geniales compositores clásicos, decimonónicos, de la música academicista.  En esta no podría falta Wagner; algunos exquisitos valses vieneses; la majestuosidad de Mozart; la sobriedad musical de Anton Bruckner hasta pasar por la inconfundible voz de Daniel Santos, el inolvidable swing de Benny Goodman y un clásico de la música colombiana como lo es “Cabeza de hacha”.

David Alizo pausa la historia para crear expectativa y curiosidad justo en el momento cuando el lector cree que le va a ser revelado algo importante. Este dilatamiento se combina con los capítulos imbricados entre los que van en primera persona, cuyo personaje principal que es Luciano (¿o Alizo?), dice: “Yo tenía inclinaciones literarias”; con los capítulos en tercera persona que nos rememora el Holocausto, la Segunda Guerra Mundial, incluyendo eventos históricos como el crash económico de Nueva York; la noche de los cuchillos largos; la Operación dinamo; la Operación León Marino, entre otros, así como hechos históricos locales como el golpe de estado a Rómulo Gallegos. Toda la historia de Nunca más Lili Marleen es el producto “de una simple curiosidad infantil” generada por el misterio de una fotografía.

David Alizo juega con la propia historia que va narrando, y lo que a primera vista luce como un gazapo, queda aclarado cuando el narrador dice: “El rostro de Braune —recuerdo bien que ya escribí sobre esto— me impresionó  desde mi primer encuentro con él...”  Así que la reiteración juega un papel importante dentro de la obra, tanto para enfatizar lo que se está contando, como para crear ese estado de incertidumbre por saber qué sucede y resaltar la indignación y la rabia que provocó “el parlanchín austríaco” o  “el hombre del bigotito”, con sus delirios de grandeza.  También la novela coquetea con el cine como tema, encarnado en Raúl Gilmas, un vendedor de cervezas cuya pasión por el séptimo arte lo lleva a formar parte del revelador desenlace gracias a sus múltiples y pedestres filmaciones.

Nunca más Lili Marleen puede intimidar al principio por sus más de quinientas páginas, pero más impresiona como la historia te envuelve y es el libro quien tal vez termine intimidado ante la voracidad lectora que es capaz de despertar. El relato encarna una época y se pasea por referentes literarios de primera, pasando por Thomas Mann, Flaubert, Góngora, Stefan Zweig, Poe, Kavafis y también por Andrés Eloy Blanco, Rafael Pocaterra, Rufino Blanco Fombona y “los poetas del Techo de la ballena”. A esta novela no le sobra ni una sola página. Por el contrario, cada hoja es un mérito a la calidad narrativa de su autor. Nunca más Lili Marleen es de lo mejor que se ha publicado en los últimos años en Venezuela, así que esta reedición habla por sí misma.

Mi agradecimiento a Cesia Hirshbein, viuda de David Alizo, quien tuvo la gentileza de darme a conocer esta fascinante novela. 


14 mar 2013

¡ Todos vuelven, Joselolo !


Hay libros de libros. Eso de seguro lo sabe usted anónimo lector, anónima lectora, que dedica buena parte de su tiempo libre a ese ejercicio del alma que se llama leer; y si no tiene el tiempo, pues se lo fabrica como sea en medio de su absorbente cotidianidad. Cuando es publicada la antología de un autor, siempre es bien recibida porque supone que allí lo encontrará todo (o casi todo) lo publicado por ese constructor de imágenes llamado escritor. Tal es el caso de Todos vuelven de Ángel Gustavo Infante, que amén de esa clara estética de la palabra trabajada, como del manejo absoluto de los mundos que representa, la obra tiene un prólogo maravilloso escrito por Carlos Sandoval titulado “Las edades de una escritura”. Así que con semejante introducción a la narrativa de Infante, la cual abre con un cuento estupendo que lleva por nombre “La muerte del tío cosa”, no es mucho lo que puedo decir que ya Sandoval no haya diseccionado con quirúrgica calidad verbal.

En todo caso y para no pasar de largo con esta brevísima nota, hay libros que después de leídos uno llega a catalogarlo de “fundamentales”, tanto por lo que narra,  como por el consabido y vital “cómo lo narra”. Este es el caso de Todos vuelven, que de ahora en adelante se me antoja imprescindible dentro de nuestra literatura nacional; un rescate y relanzamiento que la Editorial Equinoccio hizo con este autor y su obra, que tal vez por estar envuelto en sus avatares académicos que no son pocos, no anda con excesos mediáticos y falsas posturas de divismo intelectual. Tuve la suerte de conocerlo hace casi dos años en un taller de narrativa y para entonces sólo había leído de su autoría “Joselolo”, así que la inquietud por leer más de él estaba latente, y más aún, cuando de manera generosa nos dio a cada uno de los talleristas, una edición del mencionado cuento (yo me hice el loco, por supuesto, como si nunca lo hubiera leído) aunque me decepcioné un tanto pues esperaba otro de sus textos.

Pero así son las cosas de la vida y cuando menos lo espera, Todos vuelven llega a mis manos y comienzo a devorarlo. El libro abre, como ya dije al principio, con el cuento “La muerte del tío cosa”, un texto hilarante —aunque les parezca irónico con esa “muerte” en la cabecera— que ya te da pistas de todo lo que está por venirse.  Como en toda antología, tengo mis textos predilectos, pero sólo mencionaré algunos de ellos, como por ejemplo “Gracias Gallegos”; “Claudia hablaba de André Breton”; “Ella vino a matarme”; “Milanesas de pollo”; del libro Cerrícolas muchos de sus textos, incluyendo “Joselolo” y el memorable libro Yo soy la rumba en toda su extensión: sencillamente genial. Aquí la cultura popular a través de la música, hace de las suyas para construir un mundo que de lo cotidiano pasa a lo épico. Y si de humor se trata, se halla la apología perfecta de este recurso en todo el texto. Como bien señala Carlos Sandoval en su encomiable prólogo: “Todos vuelven deviene poética del conjunto y quiere señalar el arraigo a un sitio simbólico del ser”, hecho inexpugnable para aquel que como Ángel Gustavo Infante, trabaja la palabra con la paciencia de un orfebre para lograr esto: una joya literaria imprescindible. 

7 mar 2013

Doña Inés contra el olvido


    Hay historias que merecen ser contadas; historias que deben ser leídas y rescatadas por su indiscutible vigencia.  Ese es el caso de Doña Inés contra el olvido de Ana Teresa Torres, novela publicada en 1992 y que lleva consigo dos premios importantes: Premio de Novela de la I Bienal Mariano Picón Salas y el Premio Pegasus de Literatura. Pero más allá de los merecidos laureles del éxito y ya entrando en materia, en términos amplios, la novela abarca tres siglos de historia venezolana, casi trescientos años por los cuales el personaje principal se pasea para contárnosla a su manera, desde su punto de vista muy particular: una voz femenina que desde el más allá, desde la ultratumba, narra diversos episodios de una Venezuela colonial e incipiente hasta llegar a mediados de la década de los ochenta del siglo XX.


     El devenir de la historia nos muestra a un personaje que es víctima de su propio tiempo, es decir, de los paradigmas sociales de aquella época que hacían de la mujer un apéndice del hombre y las labores hogareñas. Surge entonces la necesidad en doña Inés de revelarse y contar la historia, y sobre todo, contarse a sí misma por encima de una soledad implacable y del tiempo: “Ahora todos me han dejado sola. ¿Dónde están mis hijos nacidos de mi quince partos?” (Torres, A. 1999, p.11) Para luego decirle a su esposo Alejandro (siempre imaginario, siempre en la memoria de doña Inés) que “A veces creo que las sombras que me rodean esconden los papeles, conocen su lugar pero deliberadamente lo niegan para que yo siga eternamente buscándolos, pero no importa, triunfaré sobre ellas, tengo todo el tiempo del mundo para entregarme a la búsqueda de mis títulos” (Torres, A. 1999, p. 13) Además, ella misma y de manera axiomática dice después: “El tiempo ha dejado de interesarme, no me inquietan ya sus movimientos, porque he muerto hace mucho” (Torres, A. 1999, p. 14).

     Doña Inés Villegas y Solórzano, una mantuana típica de la colonia, se torna omnipresente, poderosa; su voz y pensamiento traspasa la barrera lógica del tiempo mientras va narrando los hechos en una suerte de agradable monólogo en el que ella y sólo ella tiene cabida. Interpela a su principal interlocutor, don Alejandro Martínez Villegas y Blanco, pero en ningún momento le cede la palabra. Doña Inés le pregunta pero ella misma responde. No obstante y más allá del gracioso matiz que esto le pudiera dar al personaje,  su manera de relatar denota nostalgia por todas las cosas vividas y el tiempo dejado atrás, incluso por encima de cierta altanería que en ocasiones evidencia. La excusa para narrar la historia tiene que ver con unas tierras en Curiepe que su esposo le dejó a Juan del Rosario Villegas (hijo bastardo que tuvo con una esclava) y que el general Joaquín Crespo le “expropió”. Doña Inés, sin ambages, lo increpa: “Ganaste la batalla, Joaquín Crespo, pero no lo sabrás nunca y yo te estoy esperando en Caracas” (Torres, A. p. 109),  Así que de la mano de este hecho, doña Inés llega hasta el tiempo moderno del cual también hace crítica. “Tú también me has dejado sola Alejandro, y tú, Juan del Rosario, contradíceme, dispútame” (Torres, A. 1999, p. 25), les dice, increpándolos en ese proceso de búsqueda que se marca desde el inicio de la obra.

     Desde su posición de ultratumba, doña Inés se envalentona; sabe que desde su dimensión puede opinar de política: “No dio resultado el liberalismo, Alejandro, y tuvieron que inventar la dictadura” (Torres, A. 1999, p.107); dar juicios de valor y dirigirse a las más altas figuras políticas del país con altanería: “A mí Cipriano Castro ni me va ni me viene. Tengo por él un profundo desprecio, aunque confieso que hasta me hacen gracias sus desplantes...” (Torres, A. 1999, p.107) de quien también se mofa diciéndole que se creía Napoleón Tercero. No obstante, estar allí en esa suerte de limbo, tal vez le permite ver la historia y hacer un recorrido sobre ésta con una visión más crítica que si estuviera en carne viva. A través de este elemento  ficcional la autora recrea los hechos y nos deja ver desde la mirada de doña Inés, cómo era el entorno, los hombres y mujeres, las casas, los hogares y sus costumbres, dicho en otras palabras, se entrega a una clara descripción de una época. Más allá de esto y considerando que “las novelas son un mecanismo poderoso de interiorización de normas sociales” (Culler, J. 2000, p. 112) podemos notar claramente en esta obra, una puesta en escena de todo un entorno social con un largo recorrido de casi tres siglos.

     Ana Teresa Torres presenta a doña Inés bien perfilada desde su interioridad, característica muy destacada de la autora en cuanto a la creación de sus personajes. En este orden de ideas, su feminidad y su visión particular de ver el mundo, destaca por encima de muchas cosas así como la soledad que la embarga, sobre todo si consideramos la época que sirve de contexto a la obra en donde la mujer estaba supeditada a los designios del hombre y a las estrictas labores del hogar. El personaje se transforma entonces en una suerte de rebelde silente que se impone a la tradición, al canon de la sociedad machista tomando la palabra a través de un escribano a quien le ordena transcribir su relato, proyectando la memoria desde su propia familia hacia el país entero. Es un personaje todopoderoso pues todo lo ve, todo lo oye y todo lo sabe. Se siente venir el discurso claramente desde el más allá, capacidad que pudiera tomarse como un don o una cruel penitencia que la dejó permanecer en el tiempo más allá de su muerte. La polifonía a la cual alude Bajtin (Bajtin, M. 2003) con respecto a la novela, por su diversidad de voces y su forma dialógica, en Doña Inés contra el olvido hay que atribuírsele por completo a un sólo personaje principal, a la mantuana que narra la historia, pues es quien lleva el hilo conductor del texto por medio de ese juego conversacional que no es más que consigo misma.

    Ana Teresa Torres saca partido de principio a fin de un personaje que se muestra por completo en su interioridad, pero es a través de esa mirada única de doña Inés, que también describe una época con precisión tal como ya se ha comentado, destacando por supuesto el aspecto social que recorre las páginas de la novela: “Y es que había de todo Alejandro, en aquella Caracas gomera y provinciana, dividida entre los que soportaban el dolor de algún preso engrillado y los que se enriquecían a la misma velocidad con que el petróleo brotaba de la tierra” (Torres, A. 1999, p.139).  Ejemplos como este sobran. Desde esta perspectiva, la reconstrucción de los hechos que forman parte de la realidad histórica del país, están allí como soportes desde donde la ficción se apalanca para construir el relato que denuncia, que critica.  El juego literario exime aquí al lector de la diatriba que pudiera plantearse entre lo real y lo ficticio; importa más la verosimilitud que el texto ofrece, pues “la literatura sirve como mediación -activamente- , a través del imaginario, a lo conflicto de lo real; o mejor, los articula en otro tipo de relato y por ello lo real siempre está presente aún como ausencia” (Montaldo, G. 2001, p. 78). Aquí no se discute si lo que se narra es verdad o mentira, sencillamente los hechos están allí para formar un entramado coherente, que se sustente por sí mismo construyendo su propia verosimilitud, y aunque no fuera así —lo cual no es— “utilizar la mentira literaria para denunciar la mentira social es, en verdad, un privilegio muy antiguo heredado de los Escépticos y de los Cínicos”, (Blanchot, M. 1992, p. 53) y esto queda refrendado con cada una de las situaciones relatadas en la obra.

     Doña Inés contra el olvido traza una cosmogonía de la mirada femenina de la mujer venezolana a lo largo del tiempo. La novela se apalanca en diversos hechos históricos para darle un corpus consistente a la misma y a través de los cuales, de ese ejercicio constante de mantener la memoria, se vincula a los suyos, a su gente, al anecdotario que formó parte de su vida haciéndolo desde su propia voz, lo que en línea directa coloca  a la memoria en un pedestal para doña Inés como su bien más preciado. Quiere por medio de su remembranza reivindicar su imagen de mujer, y por tanto, el honor y la dignidad de todas las mujeres de una época cuya mirada no podía ir más allá de los barrotes de unas ventanas.  Doña Inés sabe del valor de la memoria para mantener los recuerdos vivos, los propios y los ajenos, es decir, los que le pertenecen al colectivo, por ello mismo se atreve a decir que “en este país de la desmemoria yo soy puro recuerdo” (Torres, A. 1999, p.238) y tal como le dice a su esposo a pocas páginas del inicio de la obra “Escucha, de mi profunda memoria, el destino de nuestro linaje” (Torres, A. 1999, p.53) La memoria de doña Inés se expande incluso hasta inmiscuirse en la vida de otros personajes, pero esta situación no es más que el resultado de querer combatir la tautológica soledad que va marcando el relato página a página, esa que hace sufrir al personaje.


Referencias


Bajtin, M. (2003): Problemas de la poética de Dostoievski. F.C.E. México.

Blanchot, M. (1992): El libro que vendrá. Monte Ávila Editores, Caracas.

Culler, J. (2000): Breve introducción a la teoría literaria. Biblioteca de Bolsillo, España.

Montaldo, G. (2001): Teoría crítica, teoría cultural. Editorial Equinoccio, Caracas.

Torres, Ana (1999): Doña Inés contra el olvido. Monte Ávila Editores, Caracas.

6 mar 2013

Las redes sociales son un cuadrilátero virtual


He visto por las redes sociales, sobre todo vía tuiter y feisbuk, cómo se dan con todo los que van de la mano del oficialismo y quienes lo adversan, es decir, la oposición. No me asombra en lo absoluto, para nada. Son años de insultos, de desmanes e injusticias, y sobre todo, de una larga lista de venezolanos y venezolanas que han muerto a manos del hampa (miles). No sé si es cierto, no me consta, pero los rumores de “saqueos” entre ayer y hoy fueron muchos, y la palabra como tal, me incomoda, me incordia. ¿Por qué? Porque la primera vez que la escuché fue en 1989 cuando el país se acostó en el fango del caos y todo lo que pueda decir ya es historia y muchos saben a qué me refiero.

Siguiendo la línea que me apasiona y me interesa que es la literatura y ese objeto casi totémico como lo es el libro, mis seguidores y a quienes sigo de una u otra forma están ligados a la misma tendencia, bien porque ya sean profesionales, escritores consagrados o en pleno crecimiento; librerías, libreros, periodistas, poetas o sencillamente entusiastas de la palabra escrita que no son pocos y que son —por lo general— los más sinceros en sus opiniones. Todos hallamos aquí un punto de encuentro, e insisto, hay de un bando y de otro. Pero, y aquí la discordia, las redes sociales son el cuadrilátero virtual en donde se puede ver el intento de concordia por un lado, pero la intolerancia radical por la otra. En mi opinión, esto último es vergonzoso sea del lado que venga. Si tanto queremos lo mejor para nuestro país, si somos capaces de aceptar que estos y aquellos libros son una maravilla, que este autor y este poeta son realmente buenos, ¿por qué no podemos dejar a un lado el radicalismo que tanto nos ha afectado a todos?

Entre las múltiples lecturas que siempre hago al mismo tiempo, está la de Nunca más Lili Marleen de David Alizo, y amén de comentarles que esta es obra pinta monumental al menos por la página que voy, asusta leer en el mundo ficcional del libro aquel radicalismo nazi que acabó con millones de personas y que el narrador refleja en las páginas a la perfección hasta llegar a las calles de Trujillo en Venezuela. Lo comento porque —y volviendo al punto—, algunos tuits se me antojan patéticos, del típico adolescente que le reclama a su enemigo y éste le responde con sorna, ironía y vulgaridad. Allí la intolerancia, allí el irrespeto, allí el camino que aún no está claro para nadie (al menos no para mí), en un país en donde se llama a la paz, pero fuera de la pantalla, hay amedrentamiento, burla y hasta presos políticos. Entonces, ¿a qué se juega?

Lamento mucho el fallecimiento del presidente por el simple hecho humanitario, porque esa enfermedad no se le desea a nadie y conozco algunas personas o familiares de éstos, que han muerto por la misma causa. No hay nada qué celebrar, no hay nada qué aplaudir. Da pena ver cómo se siguen cayendo a leña unos a otros en medio de esta dura noticia; da pena ver cómo un grupo de personas no identificadas, salieron a quemar las carpas de los estudiantes opositores. Hay que tener un alma miserable para caer en esto. Respeto absolutamente el dolor ajeno que al multiplicarse a través de los medios de comunicación, se siente, estoy en Venezuela y lo siento; respeto el luto, aunque aclaro, yo no estoy de luto, pero igualmente siento un vacío terrible como ciudadano. Como dijo el escritor Daniel Sada, “parece mentira pero la verdad nunca se sabe”, y lo comento porque si bien es cierto que tanto representantes del gobierno como de la oposición han utilizado el discurso correcto, el que llama a la concordia, al respeto y a la unidad, ojalá que sea así en los próximos días, semanas y meses hasta que las aguas vuelvan a su cauce.