30 mar 2011

El mundo de Guermantes



Debo decirlo con la desvergüenza que me caracteriza: duro, ha sido duro seguir con este empeño de leer a Proust, pero la obra se torna más interesante e intensa a medida que avanza. Ahí la magia. Terminado de leer el tercer tomo de En busca del tiempo perdido, puedes perfectamente comenzar a establecer los vínculos, a empalmar esos eslabones que el autor ha ido dejando entre Por el camino de Swann y El mundo de Guermantes, que aunque parezca contradictorio, van de lo minimalista, desde el detalle sesudo del quehacer diario de sus personajes, de la descripción de acciones y pensamientos, hasta la vastedad que representa el tiempo que se va expandiendo con su prolija prosa.


En El mundo de Guermantes, lo aristocrático sigue siendo el carácter protagónico de la historia entre duques y duquesas, y las distintas personalidades de la alta alcurnia parisina de la época. Swann sigue inmerso en esa kermesse pseudo diplomática junto a su esposa, fingiendo un arraigado nacionalismo para indagar y descubrir, incorporándose a un entorno que si bien le resulta ajeno, se apega cada vez más al mismo.
Encontramos, por ejemplo, personajes como Charlus, que despunta una exagerada delicadeza en sus modales que rayan en lo afeminado, pero que no le resta en lo absoluto sus dotes de gran señor. Estereotipos como este, propios del universo elitesco que gira en torno al qué dirán, a las apariencias que hay que mantener en las altas esferas de la sociedad se hallan en El mundo de Guermantes, descollados con las pinceladas precisas que Proust traza al detalle sobre la trama.

Algunas de esas pinceladas que el autor dejó para la historia de la literatura universal:

“Una persona no está, como yo había creído, clara e inmóvil ante nosotros, con sus cualidades, con sus defectos, sus proyectos, sus intenciones frente a nosotros…sino que es una sombra en que jamás podremos entrar”.
“La lengua escrita, siente de tiempo en tiempo la necesidad de esas alteraciones del sentido de las palabras, de esos refinamientos de la expresión”.
“El sueño, ese benéfico acceso de enajenación mental”.
“Hay mucho menos ideas que hombres, y así, todos los hombres aferrados a la misma idea se parecen”.
“La defensiva no es más que el preludio del ataque y la victoria”.
“Nada nos incita tanto a aproximarnos a un ser como lo que de él nos separa, y ¿qué muro más infranqueable que el silencio? Se ha dicho también que el silencio era un suplicio capaz de volver loco a quien estaba condenado a él en prisiones”.
“Es un gran sufrimiento entonces dejar la vida sin haber sabido nunca lo que podía ser el beso de la mujer que más se ha querido”.
“El amor y el sufrimiento, tienen como la embriaguez, el poder de diferenciar para nosotros las cosas”.
“La perversidad no tiene probablemente en el alma del malvado la pura y voluptuosa crueldad que tanto daño nos hace al imaginárnosla”.
“El talento no es un apéndice postizo…es el producto vivo de cierta complexión moral en la que faltan generalmente muchas cualidades”.
“Un artista, por modesto que sea, acepta siempre verse preferido a sus rivales y se limita a tratar de hacerles justicia”.
“En las enfermedades es cuando nos damos cuenta de que no vivimos solos, sino encadenados a un ser de un reino diferente, de que nos separan abismos, que no nos conoce y del que es imposible que nos hagamos entender: nuestro cuerpo”.
“Los celos, que prolongan el amor, no pueden contener muchas más cosas que las otras formas de la imaginación”.
“Cuanto más corto es el tiempo que nos separa de lo que nos proponemos, más largo nos parece, porque le aplicamos medidas más breves, o porque simplemente pensamos en medirlo”.
“Las superficies y los volúmenes son, en realidad, independientes de los nombres de objetos que nuestra memoria les impone cuando los hemos reconocido”.

Son incontables las variopintas referencias que pueden sacarse de El mundo de Guermantes y de toda la obra de Proust. Con respecto a esta última cita, me queda la duda por saber si el autor tenía conocimiento del concepto de “significado/significante” que años antes ya había manejado Ferdinand de Saussure. Más allá de esto, y apartando quién fue primero, hasta semiótica hay en En busca del tiempo perdido.

23 mar 2011

La advertencia del ciudadano Norton


Estamos en la era de la web 2.0 entre otras cosas. Facebook, twitter, blogs, correos electrónicos y un sin fin de aplicaciones se dan la mano (virtualmente, cero contacto) para crear una comunidad de millones de usuarios. Seguramente usted conoce a más de una pareja que halló el amor por esa vía y que son de lo más introvertidos en la realidad, pero un mar de sociables frente al teclado. Son de aquellos que dicen, al mejor estilo de Roberto Carlos, tener un millón de amigos. También sabrá de casos en donde el plagio se ha colado tras la red.

¿Qué pasaría si por un descuido o desconocimiento absoluto, un escritor no protege su texto, mejor aún, su más reciente novela, y cae en manos de un hacker cuando ya estaba lista a pasar por los labios de la imprenta? Eso está en La advertencia del ciudadano Norton, y le sucede al escritor Max Moro. Un hombre hábil con la palabra, tricoronado en divorcios y ex estudiante del Colegio Humboldt.

Comienza así el chantaje entre el pirata electrónico y Max, trazando una estupenda dialéctica epistolar convertida en correos electrónicos que dan constancia de la audacia retórica, tanto del Jack Sparrow literario y el incauto narrador que no protegió como era debido su creación: “Recuerde que sin el antivirus, usted corre peligro, le había recordado el ciudadano Norton advirtiéndole sobre los virus ciberespaciales y las intrusiones de los delincuentes de la realidad virtual”, pero en su arrogancia digital se dijo a sí mismo: “...será cuando yo quiera...soy un hombre libre y un poeta”.

Nace así el blog http://comandomapuche.blogspot.com, en donde víctima y victimario hallan otro lugar de encuentro para proseguir en la dura negociación en pro de que Max se haga nuevamente de su codiciado archivo “Nueva Novela”. Con argumentos que saltan de la ficción y extraídos de la realidad, el hacker antiglobalizador y férreo anti imperialista, le increpa diciéndole: “...te estamos dando en la madre quitándote tu noveleta. ¿Qué clase de personajes has creado, todos extraviados en sus prejuicios de clase...? La literatura no puede estar al margen de los grandes problemas sociales de nuestro tiempo, especialmente en nuestro país tradicionalmente explotado por el capital internacional y sus cipayos locales”.

Con argumentos bien pensados, Max Moro va en contraataque y así se va la tónica beligerante en la novela entre agresor y agredido: “Tengo la impresión de que usted debe llevar a cuestas una suerte de hedentina ideológica que debe estar como su seguramente deshilachada y roída franelita del Che (a ese sí que le vendría bien lo de salvaje: sólo en uno de sus días “gloriosos” a cargo del paredón, presidió el fusilamiento de 600 cubanos, una bicoca pues. Pobre Ernesto, terminar convertido en T-shirt)”.

También La advertencia del ciudadano Norton, incorpora en paralelo dentro de su historia, la vida de Delfina, una joven junguiana argentina, hermosa, de esas que llevan a pensar si existe un ejemplar así en la realidad, la cual trata de desempolvar la historia de su familia. En su búsqueda de la verdad y mientras Max lucha por conseguir de nuevo su novela, entran en juego el oscuro pasado del Tercer Reich, la Gestapo y las vergonzosas implicaciones en la era peronista.

La novela está muy bien equilibrada en cuanto a la entrega de la intriga, aderezada con una prosa bien elaborada y pletórica de referencias culturales como Karl Krispin suele utilizar y distribuir con inteligencia a lo largo del corpus ficcional de la historia. Vale la pena preguntarse si al propio autor le sucedió algo similar a lo vivido por Max Moro, y si La advertencia del ciudadano Norton es una reflexión de algún gazapo similar. Hay algo de sátira a ese mundo virtual al cual más de uno ha sucumbido y que por una u otra razón, cada vez se va metiendo más y más en nuestro día a día. Lo delicioso del texto, amén de su final inesperado, tiene qué ver con la cabida de las voces opuestas, de lo ecléctico en cuanto a los pensamientos antagónicos, que aquí, hallan espacio para el debate.

21 mar 2011

UNA VENEZUELA BONITA Y EDUCADA QUE ME DÉ LOS BUENOS DÍAS...

Si del cielo te caen limones aprende hacer limonada. El punto es que no me cae la tan benéfica y ácida fruta, no. Estando en los destartalados colectivos de la ciudad, me caen los vendedores y me persigue la música de la hermana república, desvirtuada además, por múltiples agudos y la ausencia absoluta de los bajos. Crisis, crisis y más crisis. A vender lo que sea con tal de hacerlo honradamente, dignamente y otros excesos adverbiales que bien vendrían a tono.

La nueva estrategia para endulzar a los posibles y potenciales compradores, es demostrar una educación, que en la mayoría de los casos, es forzada. Trabajada de esquina en esquina y parada tras parada. París bien vale una misa y la educación -vaya por delante- también:

(En horas de la mañana)

-una Venezuela bonita y educada que me dé los buenos días.

...

-UNA VENEZUELA BONITA Y EDUCADA QUE ME DÉ LOS BUENOS DÍAS.

...

-Coño, aquí la gente si es burda de maleducada.

Hacia el fondo, alguien que se sintió aludido respondió con la intención de salvar su honor, pero temiendo a ser el primero a romper el silencio “...buenos días”. Con letras chiquiticas y con voz minúscula.

-Bueno, lo que mi hermano les va a entregar son unos ricos chocolates... Sin compromiso, oyeron? Y con la misma educación con la que se los da, se los devuelven, oyeron? (la repetición no es mía) Cero lacreo mi gente... Mi hermano es sordo-mudo, así que no se asusten cuando grite. Eso pasa sólo si no compran nada.

Una mujer de mediana edad, desprevenida en el trayecto, se dio cuenta que dejaba atrás su destino y se paró con la rapidez que ameritaba el caso. Tropezó sin querer al “sordo-mudo” y una inesperada lluvia de chocolates fue a parar a varias piernas y al piso...

-Coño señora, pero usted es ciega, no ve?

-y tú no eras “sordo-mudo”?

-con ese coñazo que me dio se me quitó todo.

-Chamo, tú eres loco? Cómo vas abrir la boca -le dijo su “hermano”.

Hubo risas, abucheos, insultos y otros desmanes de los que pueden escucharse en un momento como ese. El conductor, riendo a más no poder, frenó “la unidad” (así decían los forros azules: “Cuida esta unidad, y no ensucie, que usté no limpia). Al “usté” le agrego un necesario dixit.

Mismo día, horas de la noche, las de Pedro Navaja y Juanito Alimaña; horas en donde la paciencia y la poca dosis de ánimo quedan en cero y una especie de implosión anula cualquier resto de buen pensamiento en mis entrañas; quedo en modo Ciorán. Fue estúpido lo que hice, pero si me hubiera ido mal, no estarían leyendo esto.

En la esquina 1, un trío de hombres que tomaba ron en pequeños vasos de cafetería, comenzaron -entre broma y en serio- a burlarse por motivos desconocidos de un hombre que iba acompañado de su joven mujer embarazada. Hubo retos, insultos y chanzas para que se bajara del colectivo para ver “si eres tan machito”. El pesado ambiente, aderezado una vez más por la música referida en las primeras líneas (en serio, otra vez vallenato), era el soundtrack malévolo del irrespeto en su máxima expresión.

Ahora el mudo era yo. Venía supurando la obstinación clásica de un anacoreta, más aún después de ver la reciente ofensa al desconocido que más de uno tomó como propia. Me acompaña Enrique Anderson Imbert durante el trayecto y en más de una ocasión me ha salvado de bizarros espectáculos, pero en ese momento, pudo más la calle que el cuento que me leía.

Esquina 2, lisos.

Esquina 3, lisos y aquello era un gran enlatado de sardinas pertrechadas como en la canción aquella del gran Lavoe: “entren que caben cien, cincuenta paraos, cincuenta de pié...”

Esquina 4: par de malandros irrumpen con violencia al colectivo. El aspecto de los dos era el peor que pueden imaginar. Pensé en una Opera do malandro (pendejadas mías) devaluada y de bajo presupuesto:

-Epa chofer, la cola ahí...

-¿Tienen pistolas, vienen a robarnos? -dijo el conductor frenando de golpe y metiendo el parking que hizo chirriar la caja de velocidades.

-Tú eres güevón chofer, tú crees que si tuviéramos pistolas te pidiéramos la cola? Tenemos pero andamos sanos.

Mientras discutían todos los pasajeros comenzaron a bajar apresurados. Algunos pagaron y otros no aprovechando la coyuntura.

-Respeta carajito que puedo ser tu papá -dijo el conductor, que por sus rasgos, era fiel heredero de antiguos guerreros incaicos. Tengo cincuenta y seis años -añadió.

-Y qué sapo! Yo tengo treinta y cinco.

-Te me bajas de mi mierda.

Es curioso, por un instante pensé que iba en un bus.

-Todo el mundo se bajó, con esa pinta de malandros la gente se asustó. Bájense, bájense...-continuó el conductor, blandiendo una viga en la mano cual si le dijera a sus rivales angard.

El colectivo se puso en marcha mientras la discusión entre ellos continuaba. Todos los pasajeros se bajaron. Todos menos uno: yo.

-Cómo que todo el mundo? Aquí está este señor, dígalo ahí varón?

...

-Qué pasó jefe, no habla?

...

-Bien bueno pues, aquí tenemos a uno con cara de arrechito.

Paciencia off:

-Tienes pistola? -le pregunté.

-Qué?

-Eres sordo o güevón? Que si tienes pistola? -insistí.

-No, no tengo.

-Entonces cállate la boca o deja de hablarme, que a ti y a tu pana les caigo a coñazos y me quedan en deuda.

-Este si es cuatriboleao -dijo el chofer. Ajá, van arrugá? -dijo, arengando mi audacia o soberana idiotez.

-Y tú maneja... -le dije al fósil del Inca Garcilaso.

Silencio...

Qué grande eres Ciorán, qué grande... El Nobel de Elias Canetti era tuyo.

16 mar 2011

El legado de Mandela


Después de leer las calamidades sufridas por Nelson Mandela, cualquier momento difícil que le tocara vivir a cualquiera, pudiera parecer una nimiedad. Tan sólo decir que entró a la cárcel cuando tenía cuarenta y cuatro años y salió casi treinta años después a los setenta y uno, es más que dramático y desalentador. No obstante, Richard Stengel, el periodista que concreta su experiencia junto a Rolihlahla (nombre real del líder sudafricano como más de doscientos premios incluyendo el Premio Nobel de La Paz) en El legado de Mandela, nos hace saber de su valentía (que el propio Mandela no considera como tal), tolerancia, coraje y disciplina, por encima de cualquier arrebato de venganza y resentimiento que nunca tuvo.

Condenado a cadena perpetua por traición, sabotaje, entre otros cargos, quedó confinado en la prisión de Robben Island, en donde con el tiempo, se ganó a fuerza de empeño y venciendo la dura burocracia tras las rejas, un pequeño trozo de tierra para sembrar. Con el tiempo y aumentando el tamaño de aquel huerto, se volvió el surtidero de vegetales con los cuales se alimentaban a los presos. Historias como estas y la de Winnie, su esposa, quien también estuvo presa incluyendo un año de absoluto aislamiento, están inmersas en El legado de Mandela.

Richard Stengel cuenta su historia desde el privilegio fortuito que lo llevó a entrevistar a Nelson Mandela por primera vez, cuando el periodista designado, canceló a última hora. Allí comenzó lo que fue una travesía de vida condensada en este breve libro que dice mucho sobre la actitud y el pensamiento de un líder, que nunca quiso serlo, pero que le tocó serlo. De su experiencia con Mandela dice: “Él me enseñó que el coraje no es la ausencia de miedo. Es aprender a superarlo”.

Cada capítulo del libro está encabezado por una frase que sintetiza el pensamiento estratégico de Mandela. Algunos de ellos son: “El coraje no es ausencia de miedo”, “Meterse en el papel”, “Piensa bien de los demás” y “Renunciar también es liderar” (perfecta antítesis de autoritarismo). Sin duda El legado de Mandela es un texto estimulante que te deja un grato sabor en la boca. Seguramente las historias de un personaje como Nelson Mandela, símbolo inequívoco de la lucha contra el apartheid, han de ser infinitas. En este libro podemos acercarnos a algunos de los hechos que lo convirtieron en símbolo de lucha y vida, atestiguando la personalidad de un líder único e irrepetible.


14 mar 2011

Regalía oculta de su historia

el empaque de jabón

es un rostro ajado en la papelera

la hendidura de un amigo

que con encono

reclama la regalía oculta de su historia


el teléfono suena a media noche

buscando drenar alguna rabia desconocida

mientras el silencio

vacía su cacerina de mentiras

sólo la imaginación

escucha las balas cortar el viento

atravesar las fundas

de moribundas e incómodas almohadas


la seca percusión de la pólvora

es un ladrido a la distancia

un perro que muerde

tras el umbral de la puerta.

10 mar 2011

La revancha del silencio

En la recién terminada década pasada y en la que está comenzando, el tema político ha calado en todos los aspectos posibles del vivir y el sentir venezolano. Con añoranza, más de uno recuerda los tiempos cuando simpatizantes de los partidos políticos con mayor predominio en la escena pública, se entregaban a la beligerancia de las ideas y luego, como si nada hubiera pasado, se daban la mano y seguían siendo amigos, vecinos o familiares. El tema político da sus ventiscas en el deporte, con sus diversos y reconocidos atletas; también en talentosos músicos de talla mundial, entre otras figuras que se me escapan. Disfrutan -aunque no todos- del apoyo del estado (cosa que no tiene absolutamente nada de malo) y no obviemos a la cultura, y siendo más específico, a la literatura, que también se ha nutrido no tanto del beneficio económico que representa un patrocinante tan importante como el gobierno (ojalá este inmenso abanico rindiera una mayor sombra), sino más bien, de un gigantesco espectro de situaciones políticas, ideas, golpes, contragolpes, complots, triquiñuelas, descontentos, marchas, invasiones, conspiraciones y un sin fin de complejidades que dan a los escritores, mucha, pero mucha tela por donde hacer una inmensa cola de papagayo para mantener el rudo equilibrio que implica escribir, y escribir bien.

De allí, de esas historias que en más de diez años han traído alegrías para unos y tristezas para otros tantos, Liliana Fasciani construye La revancha del silencio. Una novela breve que se puede leer en un poco más de dos horas y que a medida que nos acercamos hacia la mitad del libro y luego a su final, colocamos freno en cada capítulo para seguir degustando de una narrativa propia de quienes escriben desde la pasión y con la consistencia verbal de una verdadera escritora. El tema central de su texto, si bien es cierto insiste en reflejar situaciones bochornosas que aún están latentes en la memoria colectiva de la sociedad, destaca por cómo está contada la historia, cómo la prosa de su autora va más allá del hecho que ha sido tomado en préstamo de una realidad para reconstruir el relato y su ficción, haciéndonos abordar en eso que llama “el esperado autobús de la bonanza” que nunca termina de llegar.

Marcela Grau, la protagonista, es juzgada en una plaza a la vista de todo el mundo. Las cámaras televisivas están en todos los ángulos posibles para llevar segundo a segundo el trascendental juicio. Ella es una mujer de armas tomar y en su propia defensa, comienza la apología en contra del desgobierno que la juzga con argumentos sólidos. Con un tono irónico (no podía ser de otra manera), Marcela desespera en más de una ocasión a su verdugo cuando repite: “En mi país, tu país, nuestro país...” pasan tales y cuales cosas, que se complementan con comentarios como “...los derechos humanos son artículos de lujo pagados precisamente por quienes no tienen derecho a utilizarlos”.

La revancha del silencio es una novela dura por lo que denuncia, pero que logra sublimarse más allá de lo fáctico por el buen manejo de la palabra de Liliana Fasciani, en donde las imágenes construidas dejan muy en claro que nuestro país es “un navajazo de fatídica hermosura... en donde la honorabilidad se vio forzada a cederle su escaño a la bellaquería”. También, y haciendo honor a la verdad, el otro lado de la moneda, el del disenso y por tanto protagonista por igual de un proceso que afecta a todos sin distinción alguna, refleja a esa “oposición dispersa y farandulera (que) puede causar mucho más daño que un gobierno con visos autocráticos”. El juicio de Marcela por el atentado simbólico se va desarrollando en un tiempo abstracto en donde caben los recuerdos que considera importantes para su defensa, memorias que se van transformando en argumentos explicativos de sus acciones. La revancha, ese aliciente que va más allá del silencio, que solivianta el conformismo dormido, le da voz a la supuesta víctima desde una perspectiva que más de uno seguramente ha imaginado, atormentándose con su propia arenga utópica y anacrónica ideología.

9 mar 2011

Sula



Hay libros que conmueven por el tema que abordan y, sobre todo, por la manera en que lo hacen. Este es el caso particular de Sula de la Premio Nobel de Literatura Toni Morrison. La historia va de dos niñas, Sula y Nel, quienes crecieron juntas en un miserable barrio negro en la ciudad de Ohio. Allí vieron de todo y aprendieron de todo, de lo bueno y lo malo, de las bondades como de las mezquindades de la gente. Sula y Nel eran esplendorosas, bellas, atractivas, en un mundo hostil que por encima de todas las cosas lo que buscaba era sobrevivir. “Ambas atravesaron un valle de ojos, heladas por el viento y acaloradas por el sofoco de las miradas apreciativas. Los viejos contemplaron sus piernas rectas como varas, deteniendo las miradas en los tendones de las pantorrillas... Y movieron los labios con una lujuria que la edad había trocado en gentileza, como intentando evacuar el sabor del sudor joven sobre la piel prieta”.
Con el tiempo cada una tomó su camino, la vertiente para forjar su propia historia. Por una parte, Nellie (Nel) se casó, se tornó comedidamente religiosa y se hizo a los ojos de la comunidad una mujer de bien, hasta el punto de ganarse el respeto de toda la gente del barrio. En sus sueños infantiles siempre quiso partir lo más lejos posible de aquel pobre lugar, pero eso fue antes de conocer a Sula, que por el otro lado, sí lo hizo y volvió años después para ser la envidia de muchas y el desespero de unos cuantos hombres. Sula, con su característica piel “color chocolate espeso”, volvió al barrio hecha una mujer imponente y desafiante, que ante el reclamo de Eva (su abuela) por no tener hijos, le respondió: “no quiero hacer otras personas. Quiero hacerme a mí misma”. Su manera innata de seducir era mal vista por todos, y el problema no era que se acostara con los negros, lo grave y mal visto era que lo hiciera con los blancos.
La narrativa de Toni Morrison en Sula es sencillamente magistral. Es ese tipo de libro que a medida que pasas las páginas vas descubriendo el delicado mecanismo de la escritura y el evidente oficio de la autora, que traducciones aparte, es innegable. Sula es un personaje que despunta humanidad más allá de su intrínseco lado ficcional; no deja de ser verosímil en su mundo, en su descripción, en el desarrollo de su lado oscuro y de su antítesis luminoso. Esa mujer desafiante, con una mancha en el párpado con forma de rosa, siempre entrañó un misterio para todos en el barrio y tan sólo fue cuestión de tiempo para que las vidas amorosas de algunos hombres prohibidos sucumbieran ante ella, incluyendo la de Jude, el esposo de Nel. En ellas dos todo cambió y los recuerdos de la infancia, de lo que fueron, combaten en un presente nada alentador.