26 sept 2012

Santo oficio de la memoria


A más de uno le habrá sucedido que se encuentra con un libro y se dice: «¿Por qué no la había leído antes?». Esto me pasó con Santo oficio de la memoria de Mempo Giardinelli. Desde la primera página saltan las plurivalentes voces que narran, que cuentan desde su yo interno muy particular, la historia de la familia Domeniconelle y desde ésta, la argentinidad y su gentilicio con todas sus taras y grandezas.
La novela comienza relatando el asesinato del Nono Antonio y en torno a ese triste hecho, se va enarbolando el árbol histórico de un país formado por inmigrantes, especialmente por italianos, que llegaron con los sueños de grandeza en una maleta. Desde esta perspectiva, Santo oficio de la memoria, tiene mucho de novela histórica, pero sin ninguna pretensión académica, valiéndose de la ficción para que el lector sea quien compare, reflexione, investigue. Son los personajes los encargados de contar todo con una desenvoltura admirable, y muy especialmente, Ángela Stracciattivaglini (la Nona), que es centro de poder en la familia y timón de vida para muchas cosas. Es sarcástica, insoportable, brillante, impredecible  y nada se le escapa; habla con propiedad envidiable de literatura, de música, de historia y hasta de los ciclos hormonales de la mujer. Este personaje, la Nona, como muchas que conozco en la vida real, no tiene pelos en la lengua. Te la tenés que bancar sí o sí con todo lo que se le ocurre. Como hecho curioso, uno de sus libros favoritos es el Manual de urbanidad y buenas costumbres del venezolano Manuel Carreño, texto con el cual tortura psicológicamente a sus hijas y nietas citándolo en cada oportunidad que se le presente, con poca sutileza y mano dura.
Si bien es cierto que la novela es compleja, no deja de ser entretenida, llena de humor y pletórica de descollantes parrafadas que atraviesan todo el siglo XX con tres generaciones de Domeniconelle dando el parte de vida con sus ambiciones, sus fracasos, sus temores, los amores vencidos, los inconclusos y los imposibles. Inmigración y exilio son puntos de anclaje para desarrollar el contexto que abarca toda la obra, y Mempo Giardinelli, los traza con maestría literaria, incluso con picardía y sensualidad gracias a estos personajes densos, profundos e inolvidables, que en su mayoría, son mujeres, pues los hombres de este clan no son muchos: no me gusta recordar la desgracia de los hombres de esta familia: encima que son pocos, los matan jóvenes…hombres nada ilustres, todos signados por muertes trágicas…y por una vieja loca, admirable pero loca, que no se cansa de jodernos la vida cada vez que puede…
Lo rico de ver a esta saga de italianos inmigrantes en Argentina, es que son extrapolables perfectamente a cualquier país de Latinoamérica, que al menos en el caso venezolano, tienen mucho en común. Ver cómo interactúan entre ellos (en la novela) es ver a cuanta familia italiana vive en Venezuela, y valga decir, para beneplácito de nuestra cultura. No obstante, dentro del texto existe también una clara presencia de ese machismo italiano tan recalcitrante, sin dejar de lado elementos racistas e incluso clasistas, que están allí atestiguando todo un proceso de formación histórico y social.
La memoria es ese encuentro al cual el autor nos invita a ejercitarnos, y parte de esa lúdica propuesta, está presente en un personaje que sin nombre, se llama “El tonto de la buena memoria”, pues lo único que hace es escuchar y escribir todo, no olvida nada y por ello se le torna insoportable a su propia familia. Con este personaje se añade un elemento oral a la novela para el disfrute de todos, y como diría el slogan de un banco ya inexistente en Venezuela, “no tiene ni un pelo de tonto”. Como bien dijo: lo que no saben es que no escribo para matar el tiempo, sino para revivirlo. Yo hago la memoria, la construyo escribiendo porque olvidar es matar. Es quien reconstruye la historia gracias a los cuadernos que le sirven de terapeuta, y a través de éstos, abulta el haber de la memoria colectiva de los Domeniconelle.
Santo oficio de la memoria, novela ganadora del Premio Rómulo Gallegos en 1993, sencillamente una obra maestra fascinante.
Un trío de magníficas frases:
El silencio es como un chocolate hirviente que nadie quiere beber porque está envenenado.
La culpa es la ira sutil de Dios.
El amor, esa dulce obstinación que tenemos por encarcelar nuestra libertad.

21 sept 2012

Eso lo sé: ocurre a diario un sauce de versos


La poesía está allí. Indefectiblemente coquetea con todo aquel que disfruta de las palabras y su multiplicidad infinita de significados. Cualquier lector, por avezado o primerizo que sea, sabe que en ella –en la poesía–, hay algo inaprensible, algo que se escapa entre las manos y el pensamiento que no logra definir, pero que al oído del pecho y la conciencia, con brío y contundencia, no pasa desapercibida con esa sonoridad que invoca emociones inmemoriales que se repiten hasta el presente de cada quien. Esto mismo lo dijo Octavio Paz a la perfección hace más de dos décadas: “La poesía es la memoria de los pueblos y una de sus funciones, quizá la primordial, es precisamente la transfiguración del pasado en presencia viva”. Es tenerla aquí y en el ahora, con sus estratagemas envolventes, hablando de las cosas más sencillas de la vida pero sublimando al máximo cada verbo, cada sustantivo; predicando lo más elemental del día a día, lo que está al alcance de todos, pero que sólo el poeta sabe pintar con colores distintos al ocre común de los mortales.

Entonces por el camino de la poesía, que muchas ocasiones se torna tan esquivo para algunos, y tan certero, preciso e insuperable para otros al momento de andar sobre él para construirla, amasarla y pulirla para el disfrute de todos, llego a tres voces poéticas distintas pero que seguramente guardan entre sí el deseo entrañable de conquistarla y poseerla: un norte si se quiere absurdo, pues es ella quien –y repito el inciso: la poesía– termina poseyendo al poeta. La primera de ella es la de Miguel Marcotrigiano y su Ocurre a diario, una antología poética que da fe de una palabra fecunda y madura, que hace de los versos un acantilado de imágenes sugerentes, recurriendo a la memoria para lograr su propia “poiesis”, su constructo y su savia, en donde Una palabra atascada/ puede ser más peligrosa/ que una ciudad/ cercada por la jauría.

Luego llegué a Eso lo sé del poeta César Segovia, en donde nos damos cuenta que lo lúdico de la palabra está ahí, en cualquier parte, pero hay que abrir los ojos muy bien para darse cuenta. Este libro construido a fuerza de palíndromos, deja muy en claro la puesta en oficio de Segovia: horas de sillas, horas de lecturas, de escritura, de divertimento –y seguramente–, de cansancio y desesperación por llegar a un nuevo palin dromein en su forma griega. Y aunque “Orar no da paz, agazapa: don raro”, según canta el poeta, es innegable que tiene la virtud, el don, de ver palíndromos en muchas partes, aunque en ocasiones le cueste.

Por último y no menos importante, Olivia Viloria debuta con su Sauce de versos, un poemario que cautiva por su lirismo, su evocación sonora a través de los cuales expone alma, sentimiento y reflexión. Su poesía, aunque lleva consigo una fuerte carga romántica y en ocasiones erótica, no deja de ser profunda y con un dejo de tristeza que pone al alcance de todos la palabra sincera de alguien que siente y padece; que construye y sabe decantar con precisión qué decir y cómo decirlo: Me gustan las caricias de tus sustantivos.

Tres maneras distintas de hacer poesía, pero que miran a la misma meta: la pasión por la palabra poética. Debo comentar que tanto Eso lo sé como Sauce de versos, pertenecen a dos editoriales, Lugar Común y Lector Cómplice respectivamente, quienes están apostando fuerte a nuestras voces y ese esfuerzo merece el reconocimiento de todos los que de una u otra forma estamos vinculados a la literatura, sobre todo en un país catapultado en crisis de todo tipo y un largo tabú sobre si se lee o no poesía. Mi opinión: sí se lee, claro que sí.

6 sept 2012

Sodoma y Gomorra


Continúo con En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Finalizada mi lectura del cuarto libro de la heptología, Sodoma y Gomorra, quedo impregnado de esta resaca literaria antes de entrarle al quinto volumen. Como dije en la primera reseña que hiciera sobre Proust, el texto ofrece un sublime placer en el acto de lectura que sobrepasa la dificultad del mismo. Y esto se mantiene en Sodoma y Gomorra, donde el aspecto de la vida social parisina sigue siendo el plato fuerte de esta inconmensurable obra, a través de la cual, el autor incorpora los pequeños detalles del día a día: el amor, los celos, la envidia, los placeres, las perturbaciones, entre tantos otros tópicos, para construir el reflejo de ese mundo del cual fue parte.



Los personajes más destacados en esta cuarta entrega, son Palamedes y Albertina, y la extraña relación que se forja entre éstos. No obstante, la presencia de Albertina comienza a destacarse y a cobrar fuerza más allá de la mitad del libro,  y desde el punto de vista de su sexualidad, de los deseos que despierta en el narrador (¿Proust?), que en determinado momento se confunde por las emociones que le despierta a pesar de “los celos que le causaban las mujeres que acaso amaba Albertina”. El lector es interpelado, en ocasiones, para que reflexione sobre las ideas que van recorriendo las páginas, mientras las escenas se prolongan e imbrican una tras otra, incluyendo hasta el tema de la homosexualidad (seguro que por esto el título) enfocado particularmente en el barón de Charlus (Palamedes) y su affaire con Morel (y también con Jupien), a quien  le gustaban “las mujeres y los hombres lo bastante para satisfacer a cada sexo con ayuda de lo que había experimentado en el otro”.

En Sodoma y Gomorra hay espacio hasta para la etimología botánica, así que entregarse a una lectura como esta, es entregarse a una cantidad ingente de situaciones, ideas e historias que están en todas partes, pero que Proust las contó de manera única e irrepetible, tal como se refiere a Albertina en determinado momento: La conversación de una mujer amada es como un suelo que cubre un agua subterránea y peligrosa. Siempre se siente detrás de las palabras la presencia, el frío penetrante de un charco invisible; se percibe acá y allá su pérfido goteo, pero el agua permanece oculta.  

Esta obra es una de las más abandonadas por los lectores, pero una vez que te entregas a ella, el vicio proustiano te atrapa y no te suelta. Algunas frases memorables para el disfrute de todos:


El más peligroso de todos los recelos es el de la culpa misma en el ánimo del culpable.

Cuando se espera, la ausencia de lo que se desea hace sufrir tanto que no se puede soportar ninguna otra presencia.

Nos curaríamos de todo romanticismo si, para pensar en la persona que amamos, nos pusiéramos en el que seremos cuando hayamos dejado de amarla.

La enfermedad es el médico más escuchado: a la bondad, al saber, no se sabe más que prometer; al sufrimiento se le obedece.

Las perturbaciones de la memoria están ligadas a las intermitencias del corazón.

Las personas, a medida que las vamos conociendo, son como un metal sumergido en un líquido que  le ataca: se ve cómo pierden poco a poco sus cualidades (y a veces sus defectos).

En todo clan, sea mundano, político, literario, se adquiere una facilidad perversa para descubrir en una conversación, en un discurso oficial, en una noticia, en un soneto, todo lo que al honrado lector no se le hubiera ocurrido jamás ver en ello.

Cuando se tiene necesidad de los demás,  hay que procurar no ser tan idiota.

El enamorado, como un nadador,  pierde pronto de vista la tierra.

El amor causa verdaderos levantamientos geológicos del pensamiento.





3 sept 2012

¡Ay Margarita !


“Lleve la conserva de coco light... lleve la conserva de coco light”. Esto debe ser un milagro de la ciencia, pensé. Y el hombre de piel tostada tirando al negro azabache, apostilló: “Lleve la conserva de coco light: lay (la hay) con sabor a fresa; lay con sabor a parchita; lay con sabor a patilla...” Así que la deliciosa fruta, sin ambages, mantiene sus inestimables calorías más allá de la picardía del vendedor. Sol ardiente, mar azul, y “lleve su conserva...” mientras alguna ola se llevaba el coco y su promesa dietética.

¿De qué tiene las empanadas?... De la que tú quieras catire, de pepitonas, cazón, raya...Dame una de cada una...Ajá, echándole combustible al que te conté, salgo a las cinco, catorce años sin marido y cuatro sin ná de ná.
El público presente se reía de la ocurrencia de doña, llamémosle Jacinta, que con la bahía de Juan Griego de fondo y un aterrador vallenato a las seis y media de la mañana, levantaba una postal digna de fotografiar. Así que degusté de ese manjar margariteño con la candente insinuación de “Jacinta”. Aquí no todo es nalga, piernas, prótesis mamarias y botellas de licor cruzadas con franja roja.
Llega así el mediodía y el sol derritiendo toldos y almas veraniegas. A lo lejos se escucha: vuerve a la vida, vuerve a la vida; rompecorchón rompecorchón; levantapalito levantapalito; ermatacocoya ermatacocoya... Nada más por los cálidos colores del coctel de mariscos y moluscos, aquello promete. Pasa de largo y en calidad de relevo, una suerte de Kunta Kinte nativo, sigue ofreciendo el testigo culinario: ostraostraostraostraostraostraostraostraostraostraostraostraostraostraostraostraostraostra.

Buenas tardes caballero, ¿de qué parte del país nos visita? Vengo a ofrecerle un delicioso masaje anti “ex-tress” que lo dejará como nuevo; nuestra mágica crema a bases de productos naturales, extraerá todas esas toxinas molestas e irritantes; permítame hacerle una pequeña demostración -si la dama lo permite, no se me vaya a poner celosa-, para que vea err poder curativo de los masajes, que ni en Bora Bora va a conseguir uno iguarrr. Y si la señora lo desea también le damos uno gratis por toda la extensión de su cuerpo, aunque nos especializamos en los piesss. Se ven cansados, no? NO, PARA NADA. No importa, igual le haremos esta pequeña demostración para que luego le hagamos errr masaje completo por tan sólo bolívares...NO...          Masajes, masaje, masaj, mas....

Mar templado, transparente como la mirada de un niño. Al fondo, un cardumen de cientos de peces revolotean a mis pies. Uno que otro más atrevido que sus congéneres, picotea mis dedos. De pronto desaparecen ante el arribo de un corriente de agua tibia. Pienso en una inmensa ballena descargando su vejiga, pero aquello dura segundos y vuelve el agua fría. El verde se va mezclando con un azul indefinible, aunque siempre puro, deslumbrante. Los pelícanos están en plena faena. Formación aérea en V, naturaleza perfecta. Se lanzan en picada a mi alrededor y almuerzan. Miro hacia el norte, en donde algunos islotes dan la impresión de pequeños lunares en el mar. Floto, soy una cruz horizontal a la deriva. Bajo el agua el sonido viaja más rápido, y es cierto, algún motor suena cerca, muy cerca, aunque el peñero a la distancia es un pixel. Giro hacia la orilla y veo cuatro brazos hundiéndose. De pronto emergen, con fuerza, animados por el ímpetu propio de la adolescencia, una chica de catorce y un chico de doce (calculo): señor...(se hunden), le ofrecemos deliciosos...(se hunden), cocteles de todo tipo...(se hunden), daiquirí...(se hunden), cuba libre...(se hunden), piña colá...(se hunden), a cuarenta bolívares (se hunden)...
Ni en el agua uno se salva del comercio, pero estos sí son unos vendedores. 

Cae el sol y pienso en ese clásico de Ismael Rivera. Niños y no tan niños corretean a los carros que quieren disfrutar del fantástico escenario desde La Galera, para contarles la historia de Juan “err” Griego con ese extraño “cantaíto” a veces indescifrable: Y llegó un día, con los cañones, err de Sevilla, a defender, este lugar, en donde Bolívar, años más tarde, entró triunfante... Y bla bla bla para concluir con las palabras mágicas: y a la ula ula, a bajarse de la mula.
Para mayor referencia, no son BsF 20, mínimo 30... Y así me fui, con una fotos, maravillosas, que ya veré, si las coloco, por estos predios, medio escombrosos...

En ocasiones el marketing puede resultar imprevisible. Es la verdad. Yo, toda de plástico pero voluminosa, agotada por estar de pie todo el santo día -y la noche también-, noté como se agolpaba el público en la vitrina a mirarme. Algún turista infame me tomó una foto, qué se le hace. Yasir, el dueño de la tienda; primo hermano del propietario de la tienda del al lado (Taslim); cuñado del dueño del bodegón de más allá (Drizz) y compadre de Aziz, socio de la panadería Assum, le dijo a una de las vendedoras que hiciera algo con esa vitrina para llamar la atención. Lo curioso es que no fue con intención y mi hermoso polímero quedó al descubierto para el asombro de todos. Con mi pose y a pesar de mi cara de sobriedad, mis brazos en calidad de balanza parecen decir “puede pasar con confianza, va a verme desnudita como un sol”. Y es que a la hora de vender, vale todo. Salam, turco, bonita estrategia...,  le dice el turco de al lado (aquí todos son turcos aunque sean de Marruecos, Líbano, Arabia, etc.) Assalam alaykum, le responde Yasir, barato hermano, barato...

Y como dice Betulio Medina, me despido y vuelvo “arr” blog compai: ¡Ayyy Margarita!