El punto es que existe un escritor llamado Paul Auster que sigue vivo de milagro, que lo conocemos porque sencillamente no le tocaba a él partir del plano terrestre, calcinado, achicharrado, como sí le tocó a su compañero de camping. Imagínense la escena: un grupo de muchachos acampando en una montaña y de pronto comienza una tormenta de esas que arrasa con todo lo que hay en su paso, árboles, cabañas, piedras, mientras rayos y centellas hacen un festival de luces y estruendos. Los asustados excursionistas se colocan en fila, muy al azar, para pasar por debajo de una cerca metálica hacia un claro libre de árboles que atraigan los rayos. Pasa uno, pasa Ralph y luego Paul (cuando sencillamente era eso nada más, Paul). Ralph, quedó extrañamente inmóvil después de hacer tierra a través de la cerca metálica y el rayo fulminante de miles de voltios que lo calcinaron. Ralph, haciendo las veces de conductor eléctrico, le salvó la vida a Paul. Así de sencillo.
Así como estas son las historias contadas en El cuaderno rojo; hechos que de una u otra forma dieron paso a ese escritor consagrado que hoy día conocemos, el mismo que hoy está comiéndose las maduras gracias a la literatura, que antaño, no tenía dinero ni para comprar comida. Estos relatos, narrados con un tono intimista que no va a lo novelesco, porque de hecho el libro no va en esa dirección, llevan al lector a reflexionar sobre el por qué Paul Auster tiene un nombre bien ganado en la literatura actual. Evidentemente y en honor a la verdad, supongo que estarán los que no gustan de su trabajo, pero en mi caso, lo poco que he leído me ha dejado con ganas de seguir leyendo a este escritor (La trilogía de Nueva York, pendiente).
En el estupendo prólogo que le hace Justo Navarro, éste toma de una entrevista que le hicieran a Paul Auster lo siguiente: “Escribir es una actividad que parezco necesitar para sobrevivir. Me siento muy mal cuando no lo hago. No es que escribir me produzca placer, pero es un mucho peor cuando no lo hago”. El cuaderno rojo, el cual se puede leer de una sentada por lo breve que es, pareciera tener mucho de eso, de haberlo escrito por la imperante necesidad de contar y “contarse”, en este caso no con la intensidad de una novela, pero sí con la impaciencia de quien no quiere perder las anécdotas en el olvido.
2 comentarios:
Impecable la reseña, como siempre.
Pero me has fastidiado, con lo que me gusta a mí ir de camping. Pensaba que esas cosas no pasaban, que eran dichos del tipo "¡que te parta un rayo!", pero que no pasaban. A ver ahora dónde se esconde una cuando llueve ...
excelente, de su época buena
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