De los mismos creadores del “Síndrome de la escalera mecánica” http://palabrasyescombros.blogspot.com/2013/08/el-sindrome-de-la-escalera-mecanica.html ahora nos llega la pandemia del “Mirabolsismo”, hecho que se presenta a
cualquier hora, lugar y establecimiento comercial. Los más osados se atreven a
decir que es uno de los tantos avances, beneficios y éxitos obtenidos gracias a
la revolución bonita (en minúscula, no cabe la R ). Antaño, llamarle a alguien “bolsa” (tal vez
todavía), equivalía a decirle pendejo, tonto, entre otros epítetos un tanto más
soeces. Pero lo cierto es que hoy día, si usted va por la calle con su arsenal
de bolsas, o las lleva cómodamente en la maleta de su vehículo, está expuesto a
dos cosas: la primera, a que las personas que están en derredor le claven los
ojos (no a usted, claro) a sus bolsas, con miradas tipo rayos X para saber qué
lleva, qué preciado producto tuvo la suerte de comprar. Algunos se te acercan y
te preguntan, “¿dónde lo compró?; otros un tanto más insistentes te dicen;
“¿pero hay más, será que llego, no es muy larga la cola?”. Y así…
Yo, que no soy un mar de
simpatías, ante la invasión de acuciosa de los “mirabolsas”, me he detenido y
los he conminado a que vengan a ver. Sí, en serio, algunos se han sentido
incómodos y siguen de largo; otros, muy caretablas, se acercan, observan y se
van. En otras ocasiones cuando a la distancia ya intuyo que viene un
“mirabolsa”, le ahorro el esfuerzo biónico de su mirada y les empiezo a decir:
“no hay Harina Pan, leche, pañales, lavaplatos, toallitas húmedas, azúcar,
afeitadora, café, desodorante, detergente, insecticida…” Sí, soy un pesado, lo
reconozco.
La segunda cosa a la cual se está
expuesto es la siguiente (ya lo sabía por cuentos de terceros de terceros, pero
esta vez me lo contó una amiga, ella fue la víctima): estaba en un reconocido
“¿súper?” mercado (¿se puede seguir hablando de Súper Mercados en Venezuela?),
hizo su compra y después de un par de horas para pagar, comenzó a llenar la
maleta de su carro con las bolsas. Cuando ya
estaba por arrancar, dos individuos en una moto le impiden retroceder. Se
bajan, la apuntan con un arma y le dicen, textual, “bájate del carro, mamita,
abre la maleta”. Ella les ofreció su celular, uno de ellos lo tomó y dijo “ta’
fino este bicho, pero no, queremos es el mercado”. Todo ante la mirada de
quienes pasaban por allí. Comienza el desmontaje de las bolsas y ella les dice
“chamo, déjenme las toallitas húmedas y las toallas sanitarias, aunque sea”. Se
rieron y el comentario fue “Sí va, pero sólo las sanitarias, las otras son pal
negocio”.
Es una belleza este mar de la
felicidad en el cual nos han venido ahogando poco a poco. Incluso esta escasez
de productos, por las razones que sean, ha afectado a más de un hombre en su
desempeño sexual. Ayer conversaba con un amigo —es la tercera vez que lo
escucho en menos de un mes— y me decía que su padrino (sesentón él) no
conseguía ninguna de las pastillas que potencian la erección, ninguna marca,
ningún color, ningún tamaño. Lo cierto es que —me dijo— “el pobre hombre está
desesperado” y su pareja también. Entonces, como suele pasar en todo juego
económico distorsionado, producto de la falta de capacitación, planificación y
sensatez, nace la trampa. Le pregunté: “¿y qué hará? Está jodido”. Me respondió
“Parece que se consiguió un dealer
que le trae las pepas”… “¿En serio?”… “Sí, me dijo «todo sea porque se me
pare»”.
Mientras esto sucede, familiares
y amigos que han salido de Venezuela, bien de vacaciones, bien porque se fueron
definitivamente, te envían imágenes de productos que poco a poco son más
difíciles de conseguir (a menos que uno se resigne a comprarle a los buhoneros,
quienes sí tienen de todo. ¿Por qué?, ¿mafia?, ¿guiso?), como la de esta
entrada tomada en un Súper Mercado en París, cuyos dueños son africanos y le
lanzaron a quemarropa esta pregunta a la fotógrafa: “Pero si estos productos
los hacen allá, ¿cómo es que no lo consiguen? ¡Sacrebleu!”.
Entiéndase entonces que hay un
“miraflorismo” que nos tiene a todos sufriendo de “mirabolsismo”, entre otras
enfermedades. Está clarísimo: nos ven a todos con cara de bolsas.
1 comentario:
Así mismo, qué triste!
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