¿Qué haría, cómo reaccionaría
usted al verse encerrado en un búnker antiatómico y la vida de la única persona
que sabe de su paradero pende de un hilo en un hospital? Esto le sucede a Nick
Bowen, el personaje del escritor Sidney Orr, que a su vez es el personaje de
Paul Auster. Tal como ya lo he comentado en otras ocasiones, el célebre
escritor neoyorquino es un maestro para construir grandes obras partiendo de
hechos triviales, y sobre todo, de las casualidades que el destino pone en el
camino de cualquiera. La noche del
oráculo, obra de Sylvia Maxwell dentro de la historia que va desarrollando
Sidney Orr, no deja de ser un título excusa para construir los episodios entre
John Strause (también escritor), Sid y su mujer, Grace.
El anclaje de toda la obra (la de
Auster permeada a través de su álter ego, Sid y el desafortunado Nick), se da a
través de una frase: “aquella mañana”, hecho temporal que nos va llevando de la
mano hasta un final duro e inquietante. Las conexiones que se dan entre las
diversas historias, llamémosle niveles, se presentan de forma magistral, con
una sutileza narrativa admirable, pasando de un peldaño a otro de un modo casi
imperceptible. Nick comienza a soltar los primeros párrafos de su novela en un
“cuaderno azul” que le resulta estético para su labor y al pasar de las
páginas, la historia de cómo Nick queda atrapado te sorprende. La imagen del
encierro se repite en La noche del
oráculo, tal como hiciera Auster en Viajes
por el scriptorium, o en La
habitación cerrada y esto resulta una gran metáfora de lo que sucederá en La noche del oráculo, o como se me
ocurrió imaginar, una novela de Paul Auster que realmente no tiene título, en
donde primero, se da la historia de Nick; luego, la de Eva (la esposa de Nick,
a quien abandona de una manera absurda e irracional); y por último, el libro
que Nick lee mientras las dos historias van desplegándose: la narración dentro
de la narración.
También la presencia de otros
personajes, como el taxista Ed, una suerte de Orfeo: “He bajado a las entrañas
del infierno, y he visto el final” y coleccionista de guías telefónicas; y
Jacob, hijo de John Trause, un yonki descarrilado, tienen un rol importante
dentro de la trama, sobre todo este último quien estalla de furia y locura
cometiendo casi un asesinato. Una papelería que desaparece extrañamente de la
noche a la mañana y su propietario, el señor Chang, no deja de ser menos
misterioso y todo este maremágnum sin sentido pareciera atribuible al extraño
“cuaderno azul”: “—Lo sé. Todo está en mi cabeza. No digo que no, pero desde
que me compré ese cuaderno, todo ha empezado a fallar. Ya no sé si soy yo quien
utiliza el cuaderno o si el cuaderno me está utilizando a mí”, dice Sid.
Difícil decantarse por una obra
favorita de Paul Auster, pero La noche
del oráculo es firme candidata a estar entre varias para tomar una difícil
—y tal vez imposible— selección. Termino citando a un ferviente lector de
Auster, el librero y amigo Jonathan Bustamante: “Las casualidades que se
convierten en destino, así me gusta definir la literatura del hombre que hace
un homenaje continuo al oficio de escritor. Auster ha sometido a sus personajes
a lo largo de su narrativa ha incontables vicisitudes, engañándolos,
haciéndoles creer que lo que ocurre son simples condiciones del azar hasta
llevarlos a un destino que han querido evadir y con extraña pasividad terminan
por aceptar.” (en http://lectormetalico.blogspot.com) .
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