Sépase que el sol de Puerto Rico
no es un refresquito de piña.
Luis Rafael Sánchez.
Para muchos fue una gran sorpresa —no sé si para todos— que la novela ganadora del Premio Rómulo Gallegos 2013 fuera Simone, del puertorriqueño Eduardo Lalo. Saltar desde el anonimato hasta recibir este prestigioso premio no es poca cosa, más aún si se está compitiendo con nombres que tienen un buen rato sonando en el medio literario internacional como Juan Villoro, Alejandro Zambra, el representante local José Napoleón Oropeza, entre otros. De las diez obras finalistas tan sólo leí cuatro y esto no me ayuda en absoluto a emitir un comentario más completo. No obstante, indagué con unos cuantos lectores (profesionales de la lectura, añadiría) sobre la obra y el autor, y el comentario común fue: “¡no sé cómo le dieron el premio!”. Me impresionó la unánime respuesta, así que me hice de un ejemplar para poder opinar. Hago la siguiente salvedad: un conocido de un conocido, magíster en Literatura Latinoamericana y especialista en literatura caribeña, me envió este mensaje: “es una gran novela”. Así que al día siguiente comencé a leer, más aún teniendo fresca la lectura de La noche oscura del niño Avilés del también borinqueño Edgardo Rodríguez Juliá, novela brillante, valga agregar.
El primer gran atributo de Simone es que te engancha desde un
principio, bien por la historia que se va desarrollando con sutileza; bien
porque la estructura en como están delimitados los párrafos, ese modo
fragmentario, te permite hacer las pausas que toda lectura requiere en el
momento que se le antoje al lector. Tal vez esto último suene tonto, pero no es
así: cuán importante es que un libro te ofrezca la oportunidad de tomarte el
descanso que el pensamiento ya te pide.
De entrada, el narrador de la
historia luce resignado ante la vida, pues “escribir” parece que es lo único
que le queda. No obstante, toma fuerza desde el mismo primer párrafo y señala
“...no importa que esté condenado a las esquinas, a las gavetas, a la
inexistencia” (Lalo, 2013: 5), de igual modo nos contará la historia de Simone y reafirma su postura cuando de
manera tajante dice “sé que luchar y escribir es lo mismo, haya o no haya algo
contra lo cual hacerlo” (Ibíd.6), tal como hace constantemente al decir y
des-decir a la ciudad (San Juan) en la que vive, otro personaje imaginario,
casi metafórico, que induce a la reflexión y a la tristeza de quien se sabe con
un raigambre que no termina de definirse. Se pregunta: “¿Alguien nos cuenta,
existimos para alguien los que vivimos en esta isla, en esta tarde sigilosa,
intentando separarnos del ruido, del calor, del polvo?” (Ibíd.17).
El protagonista, un escritor que
en ocasiones nos hace pensar que pudiera ser una suerte de alter-ego del propio
Lalo (“El que camina mirando al suelo”), comienza entonces a recibir una serie
de misteriosas notas que al pasar de las páginas se vuelven más originales,
firmadas por una tal Simone que termina por envolverlo con su prosa, y sobre
todo, porque “poseía un don especial para dar en el clavo” (Ibíd.31), así que
de sentirse perseguido, comenzó a añorar en conocer a la misteriosa remitente.
Este enigma atrapa al lector desde las primeras entregas y la gran sorpresa que
uno se lleva es el develamiento casi milimétrico del mismo en la mitad de la
novela. Esto nos lleva a pensar en que una vez resuelto el misterio, la
intensidad pudiera comenzar a decaer en el texto y resulta que es todo lo
contrario, un mérito más que loable del autor, pues a partir de allí, se agudizan
las reflexiones, el tema amoroso, el erotismo (breve pero muy bien descrito),
el lesbianismo, la sutil denuncia a una suerte de esclavitud vivida por la
comunidad china de la isla (aplicable a cualquier país del mundo): “Debe de
haber miles de chinos en el país (nada más hay que sumar los que trabajan en
restaurantes) pero son invisibles” (Ibíd.16). Estos y otros temas están
presentes en la obra, mientras se abre paso un segundo enigma que envuelve a
los protagonistas y tiene que ver con la entrega amatoria siempre a medias y el
abandono: “—Lo que no puedo decirte”, señala uno de los personajes.
Pero un telón de fondo
fundamental dentro de la obra es el sempiterno tema del concepto “nación” para
el puertorriqueño; la desgarradura emocional que siempre ha significado este
gentilicio caribeño amarrado históricamente a Estados Unidos, como apéndice o
una isla que siglos atrás sólo fue un lugar de paso; saberse de un país que
lucha por una identidad que parece negársele pero que sin duda alguna tiene los
elementos propios como cualquier nación: “Pienso en todas las veces que he
leído o escrito el concepto ‘Puerto Rico’. Son miles, acaso decenas de miles de
veces, y sin embargo, estas palabras apenas son leídas o escritas fuera de
aquí; es más, son prácticamente desconocidas o sugieren imágenes muy débiles,
que poco tienen que ver con lo que significan para mí estos vocablos” (Ibíd.13).
Todo el entramado de la historia
se da entre dos personas que aman la literatura. Él se queda prendado gracias a
la manera como lo contactan: “Con los mensajes había construido un fenómeno en
mi cabeza que sacaba de proporción la realidad” (p.80); y ella, por su trabajo
de literatura comparada: “—Te conocí en lo libros y luego te vi en la
universidad.” Amén de esto y para aumentar más la tensión de la historia, se da
una suerte de reflexión en cuanto al rol del editor en el mundo literario y una
intensa y maravillosa discusión entre un autor puertorriqueño (Máximo Noreña) y
un autor español (Juan García Pardo) que está en la isla promocionando su más
reciente publicación. Discuten
situaciones particulares del mundo del libro que dan mucho qué pensar, sin
dejar de lado el tema base antes mencionado. Dice Noreña (¿o Lalo?): “Somos un
país hecho a medias, en otras palabras, una sociedad que no ha podido pensarse
más que como una provincia” (Ibíd.162).
En esta brevísima reseña preferí
omitir el nombre del personaje que escribe las notas. El porqué resulta obvio:
mantener el misterio para que el lector sea quien lo haga. Esta novela, aunque
breve, aborda con fuerza los temas ya descritos y no deja de lado el desamparo,
la ilusión y la desesperanza, la frustración, el dolor, la degradación, la
intolerancia, la inmigración, la pobreza. También se dan sutiles reflexiones
sobre el arte de escribir, en una isla sumida en el caos y la indiferencia de
sus propios habitantes. Simone, en
resumen, es “una forma de amor y de rabia”, en donde la ciudad rutinaria,
calcinada por un “sol terrible”, llena
de demonios y enfermedad, está en constante lucha por alcanzar su identidad
definitiva.
PD.
Como en la variedad está el gusto
y nadando contracorriente, a mí sí me gustó Simone,
y mucho. Así que recomiendo su lectura. Y digo más, me gustó más que el texto
ganador de la edición anterior del Premio Rómulo Gallegos, Blanco nocturno de Ricardo Piglia, agregando que no es
lo mejor del escritor argentino, como sí lo es Respiración artificial o Plata
quemada, que son monumentales y también recomiendo leer. Suerte en el viaje, lector.
Lalo, Eduardo: Simone. Monte Ávila Editores. Caracas.
2013
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