Un accidente
es un ladrón de realidad. En eso se asemeja al teatro: contiene en su
exaltación una catarsis.
Gustavo
Valle
Sembrar
la intriga en literatura —tal vez en la vida misma— es un arte, y esto lo logra
Gustavo Valle desde el primer capítulo de su novela Happening, texto ganador —debo decirlo— del Premio XIII Concurso
Anual Transgenérico. Como no puedo evitar mis digresiones, esta vez no será la
excepción: agradezco mucho que en todo el primer capítulo sólo hallara un
adverbio —cosa que se agradece— y lo digo porque mi lectura anterior (no diré
ni el libro ni el autor) fue todo lo contrario: casi un adverbio por línea.
Volviendo
a Happening, se me antoja como una road movie al principio, aunque en la
novela, no estemos precisamente frente a un viaje iniciático de su
protagonista, Alex (Alejandro), también Bruno, pero también Catire: “escapaba
por una carretera solo dividida por la línea imaginaria de los que no quieren
estrellarse”. Pero, ¿escaparse de qué? ¿De quiénes?, ¿o escapar de sí mismo? Estas
incógnitas atrapan al lector ansioso por descubrir la verdad, mientras la
historia ofrece destacadas pinceladas narrativas gracias a un autor que se tomó
el tiempo necesario para madurar esta, su más reciente publicación. No basta
entonces contar sobre un accidente fatal y de la víctima, Eladio Mena, sino de
contarlo bien y hacer notar el uso preciso de las palabras y la construcción de
imágenes.
Alex/Bruno/Catire
duda de sí mismo (deberán leer el libro para entender el porqué de este juego
de nombres: “Cambiar de nombre fue como sacarse una camisa sucia y gastada y
ponerse algo limpio”); saltan sus continuos monólogos en respuesta a ese juego
constante en donde el narrador pregunta y aquel le responde (y se responde);
sueña, tiene extrañas alucinaciones, muchas —en parte— producto de su
separación; Lupita (su hija) es el cable a tierra mientras el protagonista a
bordo de su camioneta Range Rover modelo 76 viaja y conoce al enigmático y muy
folklórico Morocho, obvio que no es su nombre, pero ¿cómo se llama?, ¿por qué
sus demenciales actitudes?; también conoce a la sufrida Rebeca y a Francis, una
suicida en potencia. Todas estas emociones y paseos mentales se encienden en
Alex/Bruno/Catire cuando la realidad aprieta.
A
diferencia de otras obras narrativas contemporáneas en nuestro país, Happening destaca, entre otras cosas,
porque el tema político, si bien es cierto que lanza algunos guiños, no abruma
al lector como si estuviera leyendo la prensa nacional; por el contrario, está
allí de manera solapada para crear determinados contextos sin volverse el
leitmotiv de lo narrado, mientras Alex se ve
motivado a cumplir una de sus metas, la representación a pie juntillas
del happening
escrito por su tío Tadeusz Kantor, hecho que se concreta en la oriental población
de Chacopata.
Pero
la máscara del nombre que la historia ofrece en cuanto a Alex, también está
presente en Morocho, hecho que cobra importancia hacia el final de la novela y
en donde Alex paga sus culpas, o como se intitula el capítulo final “El error”.
Alex salta con una facilidad asombrosa entre la realidad y sus pensamientos o
fantasías, tal vez en parte para contrarrestar su incredulidad hacia el destino
en general y, particularmente, el que le ha tocado. En Happening todos los personajes parecen ir a la deriva en sus vidas
y en esa sabrosa incertidumbre en la que te envuelve el texto, amén de la
lectura veloz que provoca, también ofrece de manera inesperada, una deliciosa apología a la rica cocina tan
propia del oriente venezolano que a más de uno —a mí me sucedió— le aguará la
boca. No obstante, me esperaba un final distinto (lo cual no le resta mérito),
pero lo que sí no es menos cierto es que el cierre es conmovedor, logrado justo
en el paroxismo absoluto por el amor que existe entre un padre y su hijo(a), en
este caso, entre Alex y Lupita. Sólo me quedan dos preguntas sin respuestas: ¿habrá
un discreto homenaje en Happening a
Bruno Schultz? ¿Por qué la fobia de Alex hacia las ardillas? Seguramente algún amable lector me responderá
esto. Buen libro.
PD.
Aunque también las hay en este texto, prefiero las ardillas de Alex a las
escalofriantes y robustas cucarachas de Bajo
tierra.
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