La palabra
“desasosiego” ya encierra en su propia sonoridad, lo que devela su dura,
melancólica y triste acepción. Un estado
de inconformidad e intranquilidad absoluta del alma, los sentidos e incluso del
cuerpo. Ahora imagínense un libro en
donde se condensan los pensamientos más intensos, profundos y discordantes de
una de las voces poéticas más excelsas del siglo XX, la de Fernando Pessoa en
su Libro del desasosiego, una lectura
pendiente, como tantas otras, que no quise postergar más.
Asistimos en este
libro a un conjunto de ideas, reflexiones, imágenes, razonamientos aforísticos,
poesía, narrativa, prosa poética y cuantos calificativos se puedan imaginar, de un hombre reconocido
mundialmente por su heteronimia, es decir, al uso de heterónimos para separarse
imaginariamente de su propio trabajo o producción literaria. En el caso de El libro del desasosiego quien escribe
es Bernardo Soares y en la fragmentación de este maravilloso libro inconcluso,
destacan también las divagaciones del poeta, así como una suerte de diario del
propio Soares, un oficinista que lo menos que siente por su trabajo, su entorno
y la vida es tedio.
Es un libro que
hay que leer con verdadera calma y paciencia, pues así como puede elevar al
lector al encuentro con estupendas imágenes a través de una prosa prodigiosa,
del mismo modo te puede lanzar al encuentro con el piso y más abajo, con ese
estado de cansancio espiritual, de un “tedio” irremediable por la vida que se
repite constantemente a lo largo del libro. Esto, además, se ve potenciado con
esa doble personalidad imaginaria que recorre las páginas.
Lo fragmentario es
aquí, entre otras cosas, lo que precisamente lo hace más atractivo, pues justo
en esos párrafos inconclusos, en el inevitable pensamiento de “¿qué vendría
allí?” que cualquier lector se pudiera plantear, saltan las suposiciones, el
ejercicio mental por darle un final a esos puntos suspensivos que quedaron para
la historia del mundo literario. Su complejidad no es menos que atractiva, y
esa falta de “devoción” que siente el autor por el día a día que vive, por las
cosas y el entorno que lo rodea, a mi juicio, no es más que una trampa en la
que el lector cae irremediablemente para seguir anclado a cada una de las ideas
que se van imbricando una tras otra.
Pessoa murió sin
ver publicado El libro del desasosiego,
y creo que precisamente por ello, el mismo está impregnado de un halo de
misterio, de una sensación apócrifa de quien presintió en vida lo monumental
que llegaría a ser su obra, tanto esta, como su poesía en general. Un trabajo
duro para sus editores quienes tuvieron que ordenar el maremágnum de textos
para darle el corpus a lo que hoy día disfrutamos.
Soares el
oficinista, o su ortónimo, Fernando Pessoa, dice dentro de las primeras páginas
de su libro, “Considero a la vida como una posada en la que tengo que quedarme
hasta que llegue la diligencia del abismo… La vida me disgusta como una
medicina inútil”. Esto es tan solo una mínima muestra de ese extraño y
¿fingido? desapego que ronda las líneas de un texto sin duda complejo, pero fascinante.
Sería
interminable traerles aquí algunas citas de El
libro del desasosiego, pues cada una puede resultar mejor que otra. La
intensión de estas breves palabras es que se acerquen a este maravilloso libro
con la disposición de quien se encontrará con un objeto curioso, distinto,
único. No obstante, y en honor al juego de heterónimos que manejó a la
perfección Fernando Persona (Pessoa en portugués), cierro así: “Dios mío, Dios
mío, ¿a quién asisto? ¿Cuántos soy? ¿Quién es yo? ¿Qué es este intervalo que
hay entre mí y mí”.
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