5 jun 2008

Romance de la pena negra. El desconsuelo en esencia

Amapola De Un Trigal - Jose Merce

Hoy 5 de junio se cumple un día más del natalicio de un poeta extraordinario y uno de mis favoritos. Por ello tomé el riesgo y me aventuré en soltar unas breves palabras sobre la relectura que hiciera de Romance de la pena negra de Federico García LorcaVeamos cómo queda:

Como todo intento de interpretación, de acercamiento a la poesía, éste goza de todos los deslizamientos de la palabra en su afán de entender un poco más -o por lo menos de lograr una mayor claridad- la poesía de Federico García Lorca. Cuando hablo de deslizamientos me refiero al deseo de asir los versos, que de una u otra manera, me agradan; y es precisamente en ese intento donde percibo la multiplicidad de sentidos que puede dársele a una palabra, a un verso, o a un poema en su totalidad.

Ya el título del poema da el primer vestigio de lo que he llamado “el desconsuelo en esencia”, pues ¿de qué otro color puede ser la pena? No es una pena amarilla, verde o azul, no; es una pena que se acentúa con énfasis sobre el color negro. Además, no es cualquier pena, ni más grande ni más pequeña, es una pena muy singular que se humaniza en Soledad Montoya. Esos “…gallos que cavan buscando la aurora” parecen desesperados por huir de esa negrura que se avecina como un alud. La aurora paradójicamente no se halla en las alturas, por el contrario, está enterrada en un lugar profundo donde nadie puede verla. Lorca logra expresar con los colores y los metales imágenes desposeídas de rasgos alegres: “Cobre amarillo su carne / huela a caballo y a sombra”.

Siempre puede hallarse un elemento perturbador que se apodera de los versos del poeta, elementos que a la vez son sugerentes, pues la atmósfera que crean a su paso tales versos va dejando suponer continuas ideas que se imbrican sobre otras. Esta “pena” es única, casi virginal, ajena a cualquier otro tipo de pena. Es ella y más nadie. Parece que Soledad Montoya no quiere salir del abismo, de la pena misma que la embarga, pues no se deja consolar por esa voz que le habla:

“-Soledad ¿por quién preguntas

sin compaña y a estas horas?

-Pregunte por quien pregunte,

dime: ¿a ti qué se te importa?

vengo a buscar lo que busco,

mi alegría y mi persona.

Soledad Montoya no se deja compadecer. Prefiere seguir sumida en esa terrible pena a pesar de que busca su “alegría” en medio del “monte oscuro”. Lorca va sembrando verso a verso semillas que germinan en continuos desconsuelos y estados de insatisfacción, eso que la cultura española ha llamado “desengaño”. Soledad, que “al fin encuentra a la mar”, termina incluso hundida entre las olas, abrazada por la sal. El poeta no busca construir formas equilibradas dentro de un margen de belleza, es decir, que sean estéticamente hermosas, sino más bien, configurar cada una de las imágenes entre sí como para lograr una aleación entre la forma y lo que representa, para ser más exacto, entre el signo y la forma. El mismo Lorca dijo que esa pena “es un ansia sin objetivo, es un amor agudo a nada”, y esa nada se hace evidente cuando Soledad Montoya busca su “alegría” sin saber en dónde y para qué.

Esa pena es amarga, por algo “brota en las tierras de aceitunas” perfilándose bajo la mirada del mar que bordea Andalucía. El dolor, la pena misma que lleva como si fuera la “pena negra”, el mismo tuétano andaluz. Hay que suponer de dónde viene tal pena, pues el autor no dice claramente por qué sufre Soledad Montoya, y mucho menos que la pena sea sólo andaluza. No. Aquí la reticencia realiza una importante función para crear ese ambiente de insatisfacción que el autor proyecta en el poema:

“-¡Soledad, qué pena tienes!

¡Qué pena tan lastimosa!

Lloras zumo de limón

agrio de espera y de boca”

¿Qué espera Soledad? ¿Acaso aquella alegría incierta? ¿Una especie de redención? En realidad no lo sé. Lo que sí puedo afirmar es que en cada verso acecha la muerte esperando su turno, está siempre agazapada en cualquier palabra para salir a flote. Es esa “oscura raíz del grito” que se proyecta con fuerza, pero que a la vez sigue inmóvil de los versos.

Lo divino de este poema y de todos en general, es que no podemos ceñirnos a un método de análisis, es decir, no hay teoría o poética alguna que ayude a explicar de dónde nace ese grito trágico en la poesía lorquiana. Quizás por ello esté resaltado el carácter dionisíaco dentro del poema, lo cual a su vez, es factor que contribuye a mantener un tono que va de lo lírico a lo trágico.

Soledad Montoya no halla una manera de huir de su propia desesperación, corre dentro de su casa “como una loca”, y sin embargo, esto es inútil, pues si la pena es propia de “las tierras de aceitunas”, de nada le vale correr “de la cocina a la alcoba”, y a su vez la pena es ella misma, la lleva dentro como si fuera el motor que mueve sus acciones.

El poeta utiliza el color para reflejar la pena misma. A través de los colores las imágenes cobran más fuerza, pero una fuerza que refleja, como un espejo, la pena negra, el desconsuelo:

“¡Qué pena me estoy poniendo

De azabache carne y ropa”

Ya la piel de Soledad Montoya no es de color carne, sino negra como el azabache. No hay otro color en su indumentaria, pues hasta su ropa es negra. Es como si viéramos a una reina negra del ajedrez acorralada por los peones en una de las esquinas del tablero: sin escapatoria sin poder dar un paso. El lamento de su voz nos recuerda el “ayeo” del canto gitano, de esa “queja” que hurga en lo más profundo, en donde posiblemente nace “el cante jondo” y el lugar que resguarda el “desconsuelo” y la “oscura raíz del grito”:

“¡Ay, mis camisas de hilo!

¡Ay, mis muslos de amapola”

Este “Ay” no es corto, por el contrario, es largo y prolongado. Arrastra consigo toda la pena que viene de las entrañas. Bien se sabe que Lorca siente gran devoción por el mundo y la cultura gitana y esto permite verlo como un poeta trágico. La poesía del autor se mantiene, o por lo menos pasa en algún momento por estados de tensión líricos y trágicos.

También está presente la imaginería de la soledad, así como la del desconsuelo, pero en este caso, y quizás en muchos otros, uno conlleva a otro, o mejor aún, van de la mano dentro de la estructura del “Romance de la pena negra”. Esta imaginería es inevitable, pues la pena que lleva dentro Soledad Montoya la acorrala dentro de su “yo” para no dar cabida a más nada:

“¡Oh, pena de los gitanos!

pena limpia y siempre sola.

¡Oh, pena de cauce oculto

y madrugada remota”

Más evidente no puede ser el interés de Lorca por el mundo gitano. Aquí se concreta ese sentimiento que lo acompañó durante toda su vida y se puede observar que la imaginería de la soledad a la cual me he referido, aflora con cada una de las palabras que el poeta utilizó, así como el “desconsuelo en esencia” dentro del universo gitano y del propio Federico García Lorca.

2 comentarios:

Recomenzar dijo...

Me gusta Lorca, pero prefiero Becquer. Rs mas fácil de leer y recordar.
Es más simplemente simple
Abrazos desde el otro lado de tu luna

Lin dijo...

Excelente post.
Apasionada como soy por Lorca, no hay imparcialidad.
Cariños