21 oct 2009

Por el camino de Swann


Me comprometí conmigo mismo a leer al menos un clásico al año, y no se me ocurrió otra cosa que cometer la osadía de comenzar con En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Más allá de lo intimidante de sus más de cuatro mil páginas inmersas en sus siete tomos, mi atrevimiento se vio por una parte compensado en mi ejercicio lector frente a la obra insignia de la modernidad; y por la otra, noté cómo mi concentración y atención eran totalmente vulneradas frente a los largos incisos y paréntesis a los cuales el narrador recurre para armar su historia. Es necesario en todo momento volver atrás para no sentirse perdido, por algo En busca del tiempo perdido es una de las obras más abandonadas por los lectores que se acercan a ella.
Leer a Proust, ahora sí puedo decirlo, no es nada fácil. Me exigí a mí mismo a buscar la mejor ocasión para leer Por el camino de Swann, en un momento del día en donde el silencio y la soledad me permitieran la mayor concentración posible y hecho esto, el texto se develó a sí mismo como una obra sublime e inconmensurable por encima de su complicado estilo. Paradójicamente, amén de la elegancia del lenguaje utilizado, el texto ofrece un sublime placer en el acto de lectura que sobrepasa la dificultad del mismo.
Por el camino de Swann –e intuyo que los restantes seis tomos– va de la memoria en términos generales, es decir, en hacer historia con las constantes reminiscencias inmersas página tras página, en la exploración de la psique humana e indudablemente del amor. En esto, Swann, como personaje principal, se desarrolla como un perfecto Dandy, como un hombre de gustos refinados que ve poesía en todo, en la pintura, en el teatro, en la música y por encima de todo, en el amor. Amor que le despierta Odette (de dudosa reputación) por el simple hecho de hallarla similar a la Séfora representada en un cuadro de Botticelli y a quien en un momento le explica también cómo llegó a enamorarse de un simple fraseo musical procedente de la Sonata para piano y violín de Vinteuil: “la breve frase, apenas oída, acertaba a liberar en él el espacio que necesitaba, y las proporciones del alma de Swann cambiaban por entero…la breve frase despertaba en él esa sed de un encanto desconocido, pero no le proporcionaba nada preciso para saciarla… viendo la cara de Swann mientras escuchaba aquellas notas, hubiérase dicho que estaba absorbiendo un anestésico que ensanchaba su respiración…jugaba con la tristeza que desparramaba la música, sentía su roce, pero como una caricia que hacía más profundo y más dulce el sentimiento que experimentaba de su dicha”.
La Francia aristócrata es retratada a la perfección en Por el camino de Swann, de la cual el propio personaje (y también el mismo Proust) formó parte. La descripción de los ambientes, de la vestimenta, de sus costumbres, de todo el entorno cultural y urbano del momento, es muy precisa en este sentido y a través de todos estos elementos, la voz narrativa va expandiendo el vasto contenido cultural de la época que recurre en múltiples ocasiones a notas a pié de página para mayor referencia, sin dejar de lado, obviamente, todo lo que pudiera desmembrarse de un personaje tan complejo como Swann que incluso auto reconoce su propio elitismo: “Yo vivo a demasiados millares de metros de altura por encima de los bajos fondos en los que chapotean y chismorrean de forma tan inmunda, para que pueda sentirme salpicado por las bromas de una Verdurin”.
En varias partes del texto Swann se desdobla, se ve a sí mismo y se juzga en cuanto considera pertinente y además es descrito en varias ocasiones como un personaje que vive en un estado epicúreo absoluto, en donde el placer y la buena vida lo es todo, aunque los celos y el desamor que le produce Odette sugiera lo contrario: “Swann tenía suficiente experiencia de la vida para saber que nunca hay más ocupaciones que los placeres”.
Nada más complejo y difícil que resumir el argumento de una novela, y más aún si se trata de Proust y su En busca del tiempo perdido. Esto es apenas un ínfimo acercamiento a Por el camino de Swann, texto que abre las puertas a un mundo narrativo extraordinario, que como mencioné líneas atrás, requiere de atención absoluta. Como dato curioso y para reforzar la idea de lo trascendental de esta obra, hace unos cuantos años atrás existió un concurso que consistía en seleccionar dentro de un número importante de participantes, el mejor resumen de En busca del tiempo perdido. Por algo el viejo adagio de que los clásicos nunca mueren es cierto. Cierro con una célebre frase de Swann (¿o Proust?) parafraseando a La Rochefoucald: “No sabemos apreciar nuestra felicidad. Nunca somos tan desgraciados como creemos serlo”.

3 comentarios:

Roy Jiménez Oreamuno dijo...

Que interesante la narrativa de este libro, saque el tiempo para leerlo todo, claro son varios libros, no sé si tendría el coraje de leer tanto, pero todo lo que dices me dejo enamorado de ese libro, y conocí un nuevo autor.
Saludos

Taller Literario Kapasulino dijo...

Si que te has leido un libro!!!

Me gusto como contaste como lo fuiste leyendo, los lugares que elegiste el tiempo que le diste.
Y también, la reseña, como siempre, muy bien armada.

Judit Gerendas Kiss dijo...

Querido Jason:

Qué buen ensayo sobre Un amor de Swann. Si te sirve de consuelo, te diré que yo empecé su lectura, en distintas épocas, dos veces, y dos veces la dejé. Pero a la tercera le encontré el hilo conductor y ya no pude soltar el conjunto completo de En busca del tiempo perdido, y me leí los siete tomos seguidos, sin parar.

Es una de las grandes hazañas de la literatura. Aunque pareciera que el narrador estuviera simplemente divagando, es una vasta construcción arquitectónica, articulada minuciosamente, algo de lo que sólo nos damos cuenta al leer el último tomo, El tiempo recobrado.

Logra atrapar, realmente, el tiempo: tanto el instante fugaz como el vasto transcurrir de la vida, en su infinito devenir. Toca los grandes y perennes temas de la humanidad, de una forma brillantemente original: el amor, la muerte, los celos, la vejez, la homosexualidad y tantos otros. Y, en especial, el arte, también de una manera como nunca nadie lo ha hecho: la música (las notas de Vinteuil, que vuelven una y otra vez), el teatro (la Berma), la literatra (Bergotte) y la pintura (Elstir).

Recibe un gran saludo de

Judit.