20 nov 2007

El número 2

5:00 AM La bella Maite Delgado y su familia me miraban con asombro a pesar de que lo que despedían sus sonrisas publicitarias era un inmenso porte de felicidad. A través de la comisura de sus labios podía percibirse un «Chamo estás loco, qué haces aquí tan temprano» Los veía, tanto a ellos, como a la salchichas que ofertaban. Sería que si uno come de ellas, con toda la cantidad de compuestos químicos que de seguro son parte de sus nutrientes, uno se transforma en ellos: ¿las mujeres se vuelven unas Maites?, ¿y los hombres el esposo de Maite? Algún adolescente el pintó un bigotico al estilo Dalí. De seguro su creador –antes le llamé adolescente y ahora le digo estudiante de bachillerato- no sabe quién demonios fue Dalí. Tal vez le suene el nombre extraído de una canción de Mecano.

Mientas espero que abran el centro comercial veo pasar los carros a una velocidad única. Única por la hora, dado que en dos horas la tranca será infernal como de costumbre. Lanzo la mirada a la acera de enfrente, al otro lado de la avenida, aún queda un travesti rezagado. Por la hora he de suponer que no consiguió chamba esa noche. Seguramente es el más feo o fea de todas. Tiene buen lejos: esbelta, usa una mini minifalda (la repetición es voluntaria), pose de miss y cabello batido con exceso de tinte. Tiene que ser un travesti. Qué mujer en su sano juicio –incluso las meretrices- andaría con semejante facha a esta hora en la Avenida Libertador. Ninguna.

Qué curioso, no había caído en cuenta o me hago la idea para esta crónica: Avenida Libertador, donde los seres más extraños salen del closet a buscar sus fantasías. De eso se trata la libertad, no? Que cada quien haga lo que quiera, diga lo que piensa y no tenga temor en ser reprimido por nadie. No es tan sólo la simple imagen de una paloma que vuela libre y sin miedo. De eso se trata. Pero tristemente ese eufemismo, ese símbolo que durante toda la humanidad ha representado el ave y su blancura, una mierla que vuela a placer, se ha ido desvaneciendo poco a poco.

Tomé una fotico para este post. El vicio de la fotografía vive conmigo. 5.45AM, pasa una de las tantas señoras que limpia el centro comercial. No oigo siquiera un “buenos días”. Quizás tuvo la intención de hacerlo pero como me hallaba absorto y encorvado escribiendo, muy metido en el papel pues, me ignoró.

Antes de quedarme a solas con Maite y su familia, mi amigo taxista me dijo: «Jefe, esto está muy solo y es bien peligroso, sabe...» Acto seguido me comentó: «Si quiere le presto la pistolita» Un 38 cañón corto, brillante, pulidita: «Qué va, no me anoto en esa» El taxista, padre de familia, casado y con dos hijos, trabaja sólo para clientes de confianza y por recomendación. Y exclusivamente por llamadas telefónicas. Jamás toma clientes de la calle por más necesidad monetaria que esté haciendo mella en el bolsillo. Le cambio el nombre: Eustaquio. Vive en un barrio candela de Caracas –como decimos por acá- y así como en términos gerenciales hay que adaptarse a las innovaciones, a los cambios del mercado y aplicar benchmarketing para sobrevivir a la competencia, Eustaquio hizo lo propio adaptándose a su entorno. Compró su pistolita la cual lamentablemente ya lleva uno encima: «Eres tú o soy yo» fue la frase antes de la detonación –me contó una vez.

Olvidé decirles que mientras esperaba afuera del centro comercial, uno de los vigilantes se me acercó y cuando llegó cerca de mí –reja de por medio- me preguntó a dónde iba. Después de mi respuesta me dijo: «Pase jefe, que esto afuera no es nada bonito» Le agradecí el gesto y nunca imaginé ser el “jefe” de tanta gente. A parte de los empleados en la oficina, también soy el “jefe” de Eustaquio y el vigilante, qué arrecho. De pronto comenzó a sonar un radio “Ay! Amor!” gritaba el despechado hombre al ritmo de un ballenato, mientras con el mismo papel sobre el cual escribía, me defendía sin tregua del mortal ataque de los zancudos. Engullí un sánguche (sí, lo escribo así) que preparé a las 4.45AM antes de salir de casa y me entregué a la espera.

Así vivimos en Caracas, una maravilla. Despunta el alba y ya se comienzan a ver los vértices de algunos edificios a la distancia. Soy el número 1 en la cola. 6:08AM, y llega alguien más tomándose un negrito: «Buenos días, usted viene al INDECU?» A lo que le respondí: «Eso es correcto», «Entonces soy el número 2» La metonimia es fantástica, la parte por el todo o el todo por la parte. Un 2 gigante se me sentó al lado y de soslayo trataba de ver qué escribía. ¿Los números acaso saben leer? Este sí, se los juro.

4 comentarios:

manolito dijo...

tal cual parece q yo fuera el número 3 y estuviera viviendo esa situación.digo por lo bueno del relato.
una pregunta.el progrma de radio se escucha en internet?.tengo q buscarlo.
un abrazo jefe.

Azul... dijo...

Chamo, o sea, me quedé atrapada en el relato, me encantó!

Un besototote!

Libreros dijo...

vaya cambio hermano... chapeau...

Siry Pérez dijo...

Me gustó mucho este escrito, creo que me meti en el.