14 nov 2007

La balada del bajista


La mejor manera para comenzar una breve y modesta reseña sobre esta novela es comentando que la misma ha sido ganadora del Premio Municipal de Literatura, mención narrativa. Saliéndonos de los laureles que generan estos premios –en este caso más que merecido- y adentrándonos en el mundo representado en la obra, es más que admirable ver cómo su autora, a través de una prosa muy bien elaborada, pensada quizás tras muchas tazas de café y con mucho trabajo (en el sentido de la escritora entregada a su tarea), construye escenarios sobre una ciudad sumida en el caos, en donde la muerte de uno de sus personajes desencadena una serie de eventos que atrapan al lector.
Irónicamente ese mundo caótico, real dentro de la novela, termina siendo el conductor, el medio para expresar sus escenarios opuestos representados por la música, por un grupo de jóvenes entregados a sus instrumentos; por el teatro, actores y actrices que han dedicado sus vidas al arte histriónico, con sus glorias y sus fracasos; y por referentes artísticos que van desde la pintura, la fotografía y el cine. Así podemos conseguirnos con la reminiscencia de Kubrick, como con la de El Bosco; con la de Robert Capa hasta Win Wenders y Hamlet. Por mencionar algunos.
El mundo artístico frente a una realidad pragmática está en constante lucha en La balada del bajista. La pasión del artista entregándose a sus retos, a sus sueños, y por otra parte, la necesidad económica obligándolo a ceder ante la moneda que da de comer: “Si aceptaba el trabajo, idea que definitivamente le repugnaba, vendería su alma al diablo, pero, como en todas las transacciones demoníacas conocidas, recibiría mucho a cambio, ya que Satanás valorizaba las almas, y por ende las pagaba a buen precio”.
La narrativa de Judith Gerendas se expande, además, a través de la mirada interna que da a cada uno de sus personajes. Nos muestra cómo piensa el asesino, con toda su furia, con toda su rabia, con el evidente resentimiento que lo hace matar, creyéndose un Dios, un elegido para disponer de la vida de cualquiera que ose retarlo: “Sí, el carajo ese cometió el error de su vida, yo no hice más que corregir su equivocación, para que no fuera bruto. Yo estoy tranquilo pana…de aquel músico no valió la pena hacer tanto escándalo, peló bolas, dejó de funcionar, después de que se la echaba de tan galán”. El contraste de dos mundos va solapándose a lo largo de toda la novela. Hallamos el mundo cruel, fatuo y terrenal de Wilmer (el asesino), totalmente antagónico al mundo idílico de los artistas, muy teatral en el caso de Phillip y Camila.
De igual modo el tema amoroso está presente en todo este recorrido literario, con el gusto de ese amor correspondido, nuevo, pero sin dejar atrás a los amores vencidos por el tiempo o por amores recientes, nuevos. El texto nos invita a participar de ese cruce de emociones que se dan entre las parejas, que en la mayor parte de la obra, tienen su centro de operaciones en los ensayos y en los toques de Ciudad Sitiada o sobre las tablas de cualquier teatro de la ciudad.
La balada del bajista contiene historias que pudieran estar muy cerca de cada uno de sus lectores, donde el mundo ficcional, en ocasiones, pareciera salirse de sus límites buscando realidades. Lo urbano, lo cotidiano, es plasmado en el texto con gran certeza y es justo de estos elementos que nace una prosa rica en imágenes, con una exquisita narrativa que por instantes, tal vez por capítulos, hace olvidarnos de una metrópolis sumida en el desorden.

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