22 ago 2008

El Mundo

Tal como le sucediera al mismo Juan José Millás, quien hace la reflexión en la contraportada de su libro El Mundo, de la misma manera me sentí al finalizar la lectura: fui “arrollado por una novela”. Un hombre evocando su infancia, su juventud; un niño que desde su propio pasado nos guía a través de sus fantasías, miedos e incertidumbres; las reflexiones de un estupendo escritor, que desde un tono intimista en más de una ocasión, conjuga su narrativa con una elocuencia abrumadora: “Curiosamente yo sólo doy valor a lo que escribo en ayunas. Me levanto pronto, sobre las seis de la mañana, y me siento a la mesa de trabajo sin tomar nada hasta las nueve. Considero como mío, y para mí, lo que escribo durante ese tiempo. Lo que escribo después del desayuno está contaminado por las miserias laborales, por el imperativo de ganarse la vida. Mis novelas, así como los trabajos periodísticos que más aprecio, están escritas entre las seis y las nueve de la mañana. El ayuno”.

Uno de los tantos aciertos de esta novela, más allá de que lo narrado sea ficción o no, que sean inventos de su autor como artilugio para embelezar al lector o sean hechos reales en el mundo de fantasía creado por ese niño que tiempo pasado fue el escritor, es ver la propia autorreflexión que hace de lo vivido, en donde se mimetizan las voces –tanto la del hombre como la del niño- hasta transformarse en una voz única, que autoevalúa su pasado y su presente, teniendo en cuenta en todo momento su labor de escritor, de narrador: “Observado desde los ojos de María José, veía en mí a un novelista joven que se encontraba en un hotel de la calle 42, en Nueva York, en Manhattan, en el centro del mundo como el que dice. Quizás un novelista equivocado, un tipo que acertaba en las cuestiones periféricas, pero al que se le escapaba la médula…Un tipo, por qué no, con el que se podía follar, incluso al que se podía leer para hacer tiempo”.

El sempiterno tema del amor también está presente en El mundo, pero visto desde el lado del fracaso, del amor frustrado. El personaje principal de la novela (¿tal vez el propio autor?) le habla al Vitaminas -su entrañable amigo- en silencio, en secreto, diciéndole que tenía en la cama a su hermana, que lamentablemente tenía sus mismos ojos y esto se le hacía intolerable; tenía a su lado a la mujer que nunca le hizo caso y que tantas veces deseó y tomando distancia de sí mismo, de su propia voz, dice: “Pero al tipo se le habían acabado las ganas de follar. El tono útil sólo quería continuar asomado a los ojos de María José, dándole algún que otro codazo cómplice al Vitaminas. Fíjate a dónde he llegado amigo, casi al cuartel general de la INTERPOL…Entonces comprendí de súbito que uno se enamora del habitante secreto de la persona amada, que la persona amada es el vehículo de otras presencias de las que ella ni siquiera es conciente: ¿por quién tendría que haber estado habitado yo para despertar el deseo de María José?”.

La novela El mundo, Premio Planeta 2007, merece y vale la pena ser leída. Clasificarle de autobiográfica sería ciertamente riesgoso, pero toda lectura implica algo de riesgo, sería cuestión de que cada quien saque su conclusión. El acto de lectura de esta magnífica novela, se me dio en un solo tirón, claro, las largas horas de espera en un aeropuerto contribuyeron a ello. Vaya trabajo el de Millás producto de un encargo, de un reportaje sobre él mismo, libro que llegó a calificar de “sarcófago”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Desde luego es una gran novela que deja un buen poso.

Francisco Pereira dijo...

Buen comentrio Maldonado. realmente este líbro es una delicia, impregnado de imágenes y reflexiones avasallantes.
Hay que leerlo.
Saludos