16 jun 2011

El regalo de Pandora

Si algo se agradece a un libro, es que nos entretenga, nos divierta; y si aprendemos algo magnífico. Ese agradecimiento no puede verse de manera aislada, puesto que, más allá de la “cosidad” del libro como ente ya independiente, con vida propia cada vez que lo leemos, va de la mano de su creador, de su autor. Héctor Torres logra esto a través de diez relatos; logra mantener el interés por la lectura y por lo que vendrá en cada una de sus historias. Dijo Adolfo Bioy Casares: El recuerdo que deja un libro a veces es más importante que el libro en sí. Frase que se me antoja ideal para El regalo de Pandora, puesto que al finalizar la lectura, uno queda con un grato sabor, ergo, con un buen recuerdo.

Los dos temas más resaltantes –que no los únicos– desarrollados por el autor y que están en cada una de las hojas con el buen descaro de quien domina el tema, son: la imagen interiorizada de lo femenino y la presencia de la ciudad. De lo primero, sería llover sobre mojado lo que pudiera decir, cuando voces que ya tienen un nombre en el panorama crítico literario nacional, lo toman como la punta de lanza torresiana: ese intento del autor por descifrar el mundo interno de las mujeres –con ellas siempre será un intento–, sus temores y sus pensamientos a mil revoluciones por segundo.

El otro tema de importancia es el de la presencia de la ciudad cual si fuera un personaje adicional, testigo silente que todo lo ve pero que calla, epicentro en donde pasan acciones y situaciones que en ella se desarrollan. Allí están las calles, la mismas que ya conocemos y por ello tan afines a nuestro degustar como lectores: las de la ciudad atroz y violenta; las que dan un respiro a cuentagotas en ese intento de modernidad; las mismas que son caos y hedor entre mendigos, vendedores ambulantes y fragancias de moda tras emperifollados ejecutivos.

El regalo de Pandora es una ofrenda plurivalente que lleva en su interior un compendio de buenas imágenes narrativas, las mismas que Héctor Torres en ese solitario oficio que se llama escribir, ha venido desarrollando y puliendo sobre los temas ya descritos, tal vez como obsesión, tal vez como catarsis. Héctor dejó sus huellas de bisonte y ahora de la mano de la Editorial Ficción Breve abre esta caja para el disfrute de todos, con la esperanza siempre en el fondo para seguir escribiendo.

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Superando todas mis fantasías al respecto, Fabiola ardía. Como su risa mojada, así de profusa entendía la pasión. Si su risa era una regadera, yo olvidé, en mi felicidad, cerrarla, por lo que terminé empapado.

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Las termitas del tiempo ajan las carnes en silencio, las vuelven trémulas, y la gente, sin entender intenta esconder horrorizada su marchitez.

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Marlenys nunca se sueña en Caracas. A lo sumo, se soñaba en un espacio impreciso que tenía algo de la avenida, con sus restos de esplendor, con sus sobras humanas, su basura, sus graffitis invocando la guerra, mezclada con el paisaje de sus sueños.

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