21 jun 2011

INDIGNACIÓN

Si hay un autor que hurga con destreza en las angustias humanas, ese es Philip Roth. La vida sin pinceladas fantásticas, sin máscaras, en donde la felicidad está supeditada, no a la utopía de la perfección, sino a los pequeños momentos que te pueden granjear algo de satisfacción para hacerla más llevadera. De eso va Indignación, en donde su protagonista, el joven judío Marcus Messner, quiere salir como sea de casa para librarse de la sobre protección que le ofrece su padre, un carnicero de barrio que lo quiere bien pero hasta el asedio.
Marcus logra entrar, después de duras negociaciones con la familia, a una conservadora universidad que lo pone en contacto con una realidad que hasta el momento de resultaba ajena, incluyendo el amor por una extraña chica. La dura situación económica que rodea a su familia y el encomiable sacrificio que hacen para que el joven Messner estudie y no termine muerto en una guerra como algunos de sus primos, lo transforma en un extraordinario estudiante, pero sus compañeros de habitación le hacen perder la compostura.
Flusser, el primero de ellos, escuchaba música a todo volumen a altas horas de la noche, impidiéndole a Marcus estudiar o dormir, hasta que entre gritos e improperios, tomó el long-play del Cuarteto de Beethoven en Fa mayor haciéndolo añicos contra la pared. Tuvo que mudarse en la residencia estudiantil consiguiendo compartir habitación con Elwyn, que era como vivir solo ya que no le dirigía la palabra salvo para casos estrictamente necesarios o para alardear sobre su potente LaSalle 1940. Pero al tiempo y tras una discusión, el puño de Elwyn se estrelló contra la cara de Marcus.
Luego se enamora de Olivia, que en palabras del propio Marcus, dice: “Me había enamorado de una ex alcohólica adolescente e interna de un sanatorio psiquiátrico que había fracasado en su intento de suicidarse con una cuchilla de afeitar, una chica que era hija de padres divorciados, y gentil para más INRI”.
Todas estas situaciones llevan a Marcus ante el despacho de Hawes Caudwell, el decano universitario de lo varones, en donde se inicia una fantástica discusión entre ambos y cuyo referente en la conversación –que se va subiendo de tono– es el ensayo Por qué no soy cristiano de Bertrand Russell, el autor favorito de Marcus. La “indignación” va creciendo en Marcus ante los argumentos del decano y la escena termina en un asqueroso desastre.
Philip Roth enmarca esta historia en 1951, segundo año de la guerra de Corea, situación que cobra vital importancia en el transcurrir de la trama. Este elemento histórico muestra con crudeza el fuerte impacto que dejó en la población estadounidense y desencadena en un inesperado, impactante y bien elaborado final que el autor dejó en Indignación, un libro breve, compacto y sin desperdicio; un texto que demuestra “la terrible, la incomprensible manera en que las elecciones más triviales, fortuitas e incluso cómicas obtienen el resultado más desproporcionado”.

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