2 jun 2011

La invención de la soledad

El infierno está todo en esta palabra: soledad.

Victor Hugo

Tengo la sensación de que intento llegar
a algún sitio, como si supiera lo que
quiero decir; pero cuanto más avanzo,
más me doy cuenta de que el camino hacia
mi objetivo no existe.

Paul Auster

Paul Auster no inventó la soledad, eso lo sabe cualquiera. Esa entidad, o mejor aún, esa “no entidad”, pues de ella “la nada” pudiera ser un pariente cercano, algunos se atormentan, y otros, son capaces de transformarla en el punto desde el cual la reflexión halla su mejor aliado. La invención de la soledad es un libro que está dividido en dos partes. La primera, intitulada “Retrato de un hombre invisible”, en la cual Paul Auster hurga en la intimidad de su familia y particularmente en la relación con su padre recién fallecido, despliega una sentida y conmovedora retrospectiva que da cuenta de sus tristezas y frustraciones, que como hijo, padeció. Comienza así un proceso en donde a través de la experiencia del dolor, de una u otra forma, pretende eternizar la imagen de ese padre distante vinculado a los objetos dejados en este plano; también por medio de las fotos y los recuerdos que inevitablemente se le vienen a la memoria al protagonista/autor.

En la segunda parte, “El libro de la memoria”, Auster deshilvana por completo la historia con su certera, y para nada rimbombante, narrativa. La invención de la soledad, por ese carácter autobiográfico, en donde no sabemos qué es ficción (si es que la hay) y qué es tomado de la vida real, está alejada del sensacionalismo que la mayoría de las editoriales buscan. Obviamente que más de una quisiera tenerlo en su alineación de escritores y que por ello tal vez Auster ya puede publicar lo que se le venga en gana, pero aquí, ese ejercicio narrativo –como diría el maestro José Balza- va más allá de la anécdota, se aferra a una grata y descarada introspección que sorprende. Va al pasado, vuelve al presente, imagina el futuro, sufre, y ese padecimiento llega sin edulcorantes al lector. Entra en juego la literatura como artificio de la cual se vale con maestría para cautivar, desde lo intrínseco de lo que cuenta, hasta los enlaces y referentes bien conectados con Jonás, Mallarmè, Pinocho, Proust, entre otros. También se destaca en esta parte del libro la voz omnisciente que narra, que todo lo sabe, que es la misma del autor, pero desde un desdoblamiento, tal como si se viera a lo largo de su propia historia como un espectador, el mismo que cuenta y se deja ser contado. Es el yo viéndose a sí mismo desde una posición demiúrgica.

En La invención de la soledad no hay enigma distinto del que la vida misma puede darle a cualquiera, lo cual no es poca cosa, partiendo de los temores propios de la infancia, hasta la inevitable muerte del padre, malo o bueno, pero padre al fin. Como dije al principio, si bien es cierto que Paul Auter no inventó la soledad, se las apaña muy bien en este libro para darnos una idea de la misma. Dice: “Cada libro es una imagen de la soledad. Es un objeto tangible que uno puede levantar, apoyar, abrir y cerrar, y sus palabras representan muchos meses, cuando no muchos años de la soledad de un hombre, de modo que con cada libro que uno lee puede decirse a sí mismo que está enfrentándose a una partícula de la soledad. Un hombre se sienta solo en una habitación y escribe. El libro puede hablar de soledad y compañía, pero siempre es necesariamente un producto de la soledad”.

1 comentario:

Icíar dijo...

La reseña es tan buena como siempre, no me canso de decirlo, se nota que eres tan escritor, como el escritor del libro que reseñas.
Envuelves con tus palabras, desde luego, lo apunto.