Estimado y sagaz lector, sobre
todo si es venezolano, no piense que el título va por la vía de lo soez, no;
del juego de palabras tan típico de nosotros y que se puede asegurar sin temor
a exageraciones, de que forma parte de nuestro gentilicio, no. El hecho es que
viendo al súper mercado cercano a casa “vacío” (el calificativo quiere decir
que las cajeras estaban hablando entre ellas, riéndose del cuento del novio de
una de éstas y, claro, muchos anaqueles exhibiendo “aire” en el tan pregonado
“hecho en socialismo”), entré a ver qué me llevaba. Soy uno de los pocos
privilegiados que puede darse el lujo de no hacer horas de colas para comprar
“equis” producto, y digo privilegiado, porque ante la necesidad de adquirir productos
para bebés o niños pequeños; alimentos especiales (y ni tan especiales) para
gente de la tercera edad, que necesita tal o cual medicina y un largo etcétera,
se entiende y lamento el vía crucis diario de tantos venezolanos que deben pasar por
esto. Pero me siento así, bendecido, tocado por el aura que aún me permite
decir “no hago colas”: ¿no hay harina precocida?, compro pan; ¿no hay pan?,
compro cazabe; ¿no hay cazabe?, compro galleta de soda; ¿no hay galleta de
soda?, no compro un carajo. Y así repito la fórmula con el producto de turno. A
otro con ese cuento burlesco de “el pueblo hace colas para cuidar los
alimentos", vaya disparate la del ministro. Yo quisiera verlo a él
cuidándolos también. ¿No debería dar el ejemplo con tan sabio apotegma?
Un producto, dos productos, tres
productos… Vegetales, frutas y por ahí me fui hasta que llegué al espacio en
donde están los huevos. Dígame usted, estimado y golpista consumidor (golpista
porque recibe golpes para conseguir lo que busca y luego un par de carajazos
más al momento de pagar): ¿usted no abre su cartón de huevos y los revisa para
certificar que las doce posturas de gallina estén bien? Claro que lo hace, ¿o
no? De no hacerlo corre el riesgo de: 1) conseguirse con huevitos de codorniz;
2) hallarlos untados en restos fecales; 3) toparse con algunos rotos y 4) que
le falten huevos (y no me refiero a la valentía). Pues mientras hacía mi
experticia, se me instaló al lado el dependiente lusitano del local. No es un
aditamento narrativo el llamarlo así; es portugués como el que más y muy
ambientado en el mundial de fútbol, portaba su camiseta con el nombre en
mayúsculas de RONALDO:
—Mirei, ¡não podes fazer isso!
—¡Cómo que no! Mira, este huevo
está roto.
—…
—Además, mire el tamaño de estos
huevitos…Se necesitan como seis para hacer un revoltillo…
—Pues así lo compramos nosotros y
así los vendemos —es lo que logré traducir.
—Sí, pero yo también estoy
pagando por ellos…
Y cuando ya la situación
comenzaba a subirse de tono e imaginaba la cara de Claudio Nazoa diciendo “¡Coman
huevos!”, un círculo de amas de casa nos rodeó (casi que la vuelta al pescao) y
comenzaron las arengas: “Usted tiene razón, señor, cambie sus huevos”;
“abusador, mire que tiene el huevo roto”; “a verle el huevo, señor”… Y como el
venezolano posee la virtud —o la desgracia— de sacarle el chiste a todo, las
mujeres comenzaron a reírse entre tantos huevos y una de ellas dijo “señor, no
pague esa huevonada”. El Cristiano Ronaldo devaluado y sin los chocolaticos que
enloquece a tantas, se dio la media vuelta y refunfuñado dijo: “Vai para o
caralho”.
Ahora sí, ¡qué
güevonada!
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