13 jun 2014

¿Todo por un huevo o huevonadas?

Estimado y sagaz lector, sobre todo si es venezolano, no piense que el título va por la vía de lo soez, no; del juego de palabras tan típico de nosotros y que se puede asegurar sin temor a exageraciones, de que forma parte de nuestro gentilicio, no. El hecho es que viendo al súper mercado cercano a casa “vacío” (el calificativo quiere decir que las cajeras estaban hablando entre ellas, riéndose del cuento del novio de una de éstas y, claro, muchos anaqueles exhibiendo “aire” en el tan pregonado “hecho en socialismo”), entré a ver qué me llevaba. Soy uno de los pocos privilegiados que puede darse el lujo de no hacer horas de colas para comprar “equis” producto, y digo privilegiado, porque ante la necesidad de adquirir productos para bebés o niños pequeños; alimentos especiales (y ni tan especiales) para gente de la tercera edad, que necesita tal o cual medicina y un largo etcétera, se entiende y lamento el vía crucis diario de tantos venezolanos que deben pasar por esto. Pero me siento así, bendecido, tocado por el aura que aún me permite decir “no hago colas”: ¿no hay harina precocida?, compro pan; ¿no hay pan?, compro cazabe; ¿no hay cazabe?, compro galleta de soda; ¿no hay galleta de soda?, no compro un carajo. Y así repito la fórmula con el producto de turno. A otro con ese cuento burlesco de “el pueblo hace colas para cuidar los alimentos", vaya disparate la del ministro. Yo quisiera verlo a él cuidándolos también. ¿No debería dar el ejemplo con tan sabio apotegma?



Un producto, dos productos, tres productos… Vegetales, frutas y por ahí me fui hasta que llegué al espacio en donde están los huevos. Dígame usted, estimado y golpista consumidor (golpista porque recibe golpes para conseguir lo que busca y luego un par de carajazos más al momento de pagar): ¿usted no abre su cartón de huevos y los revisa para certificar que las doce posturas de gallina estén bien? Claro que lo hace, ¿o no? De no hacerlo corre el riesgo de: 1) conseguirse con huevitos de codorniz; 2) hallarlos untados en restos fecales; 3) toparse con algunos rotos y 4) que le falten huevos (y no me refiero a la valentía). Pues mientras hacía mi experticia, se me instaló al lado el dependiente lusitano del local. No es un aditamento narrativo el llamarlo así; es portugués como el que más y muy ambientado en el mundial de fútbol, portaba su camiseta con el nombre en mayúsculas de RONALDO:

—Mirei, ¡não podes fazer isso!
—¡Cómo que no! Mira, este huevo está roto.
—…
—Además, mire el tamaño de estos huevitos…Se necesitan como seis para hacer un revoltillo…
—Pues así lo compramos nosotros y así los vendemos —es lo que logré traducir.
—Sí, pero yo también estoy pagando por ellos…

Y cuando ya la situación comenzaba a subirse de tono e imaginaba la cara de Claudio Nazoa diciendo “¡Coman huevos!”, un círculo de amas de casa nos rodeó (casi que la vuelta al pescao) y comenzaron las arengas: “Usted tiene razón, señor, cambie sus huevos”; “abusador, mire que tiene el huevo roto”; “a verle el huevo, señor”… Y como el venezolano posee la virtud —o la desgracia— de sacarle el chiste a todo, las mujeres comenzaron a reírse entre tantos huevos y una de ellas dijo “señor, no pague esa huevonada”. El Cristiano Ronaldo devaluado y sin los chocolaticos que enloquece a tantas, se dio la media vuelta y refunfuñado dijo: “Vai para o caralho”.

Ahora sí, ¡qué güevonada! 

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