Ella, quien una vez golpea y otra acaricia, no sabe a dónde va en medio de tanta confusión. Y juro que es normal tal desequilibrio pues siempre hay un culpable para todo o al menos eso pretendemos para salvar nuestras culpas. Pero ahora no hay excusa que valga a pesar del tremendo esfuerzo, aunque no fue mayor cosa. Hablo por ella mas se me hace complicado. Lo intento al menos junto al voraz fuego que se apaga. Aquella noche en la cual pensé acerca del destino nunca me imaginé escribir esto intentando ser alguien que no me corresponde y mucho menos en mi circunstancia. Es la línea de la vida tan finita que nunca nos detenemos a reflexionar sobre los errores cometidos y que están por cometerse. En este espacio en el que estoy no caben ya las esperanzas, sólo la oportunidad de que pase algún grano de tierra adicional. En medio de esta prisión me imagino cosas sobre ella para intentar hacerla feliz y aún así me cuesta.
Escucho entonces algunos pasos que por la dimensión de mi espacio se tornan casi imperceptibles. Pero sé que alguien, o mejor aún, varias personas de diversos tamaños a juzgar por la irregularidad de los pasos si los comparo unos con otros están sobre mí. La duda que salta en mi cabeza, o en lo que queda de ella, es saber en qué está pensando, asunto que sinceramente me tiene sin cuidado. Me inquieta más es saber quién la acompaña a través de ese campo florido. Esto de campo florido es mera imaginación y hasta estupidez de mi parte: cómo puedo saber si está florido dicho campo o si en realidad se trata de un campo. Debería preocuparme más bien por saber qué medidas debo tomar a la hora en que me dé cuenta de mi situación. A ver, en primer lugar, cómo diablos llegué hasta aquí y por qué tal oscuridad –sin olvidarme del hedor; segundo, por medio de la única habilidad que poseo en estos momentos –pensar- recordar la última vez que la vi. Para llegar a esto algunos destellos de una discusión tenaz; ciertas palabras mordaces saliendo de nuestras bocas beligerantes; un beso inmóvil e insípido por costumbre (esto nos hacía creer en nuestra felicidad); volante en mano y una luz incandescente que entraba por mis ojos en fracciones de segundos acompañada de un sonido atronador.
Ahora entiendo mi soledad, cómo es posible que Dios haya dejado mis recuerdos en esta pestilencia que me mata. Hace un año que el sopor de la tierra húmeda me carcome, lo sé porque ella está arriba de mí dejándome flores, llorándome a un año de mi muerte. Si supiera que aún la pienso, mejor no, pudiera asustarse.
2 comentarios:
Bien. sólo me resta decir:
Bienvenido de nuevo...
Va un abrazo
muy bueno j.l.
aunque da un poco de miedo comentarlo.
me encanta el final.muy fuerte..
ahora entiendo mi soledad..en esta pestilencia q me mata..
me gusta mucho.
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