7 may 2008

Puntos de sutura


A título personal, siempre me ha parecido grato leer textos -del género que sea- que inicien con alguna remembranza mitológica. La evocación necesariamente nos anuncia que habrá drama y que los arquetipos fundacionales del ser humano estarán allí presentes haciendo de las suyas como de costumbre. En Puntos de sutura no hay excepción a este respecto, ya que de principio a fin la figura del padre, su imagen arquetipal, su entidad protectora y paradigmática, es desmontada de su entelequia para ser humanizada.

Así comienza la novela de Oscar Marcano, con un largo epígrafe introductorio, en donde su hijo decepcionado y frustrado ve en su padre las transferencia erráticas de un Ayax que se desploma, que por encima de sus deberes como padre, su egoísmo y mezquindad fueron más poderosos que él mismo. Sus miserias y penurias, así como su dejadez, comienzan a verterse en la novela desde los temas más triviales hasta los más profundos, pero que en la prosa del autor cobra matices superiores.

El hijo que va con su padre en el vehículo echa “un vistazo al asiento de atrás. En medio del reguero divisa potes del solventes, cloro, latas de cerveza vacías apretujadas con la mano, un zapato de goma, un short, media botella de agua mineral caliente, un sombrero de palma, un envase de comida china con residuos de lo que parecía chop suey y una red semejante que se usan para atrapar mariposas” .

El desorden de su vida, como hombre y como padre, es el mismo que está expuesto a través de las cosas, en la popa del vehículo, en la parte de atrás, de último. Su vida terminó siendo esa lata de cerveza apretujada. Antenore, su hijo, no puede más que vivir resentido con su padre, que aunque pocas veces exterioriza su crueldad, internamente en su soliloquio es despiadado: “«¿Y para eso me traes hasta acá?» Pensé, «Ahora que estás viejo y jodido, ahora que no tienes quien te escuche, que apenas te acompaña tu sombra y te ves solo en el espejo mientras cepillas tu dentadura postiza, me buscas?»”; irónico y sarcástico: “«¿Y qué querías?» Pensé, «que fuera a Puerto La Cruz diciendo: Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo».

El padre, tal vez en son de víctima y resignado a sus fracasos, se aproxima a su hijo por medio de múltiples historias como si con ellas pudiera redimir sus faltas. Capítulo a capítulo entabla una lucha secreta para recobrar el cariño de su hijo, cariño que éste sintió por última vez a sus cuatro o cinco años, marcando un triste “paréntesis de diez años”, como le llama el propio Antenore.

Los hechos anecdóticos poco a poco van enganchando a su hijo, conectándolo con su padre, así como presumiblemente hace con los lectores desde el primer capítulo –al menos a mí me sucedió: pasa por los avatares con su amante, Ruth, a quien amó por su tersura marmórea; por las aventuras aéreas de su abuelo que se volvieron tan suyas, el célebre recuerdo del caso “Los aguiluchos”; su intenso encuentro con Janis Joplin que lo deslumbró por lo aplanado de su vientre, entre otras cosas; los amigos de la infancia y muchas historias más. Mientras su hijo oye, no hace más que extrañar “horrores” su guitarra y decirse a sí mismo que “los recuerdos sólo sirven para edulcorar el pasado”.

Puntos de sutura tiene la particular magia de que cada capítulo presenta su propio sub mundo dentro del marco referencial de la obra pero sin perder su cohesión. Las historias logran empalmarse haciendo honor al título de la novela, suturando su trama a través de la miseria, la decadencia y el fracaso. Ese padre arruinado anímicamente, cuyo legado para su hijo no son más que sus cuentos, va dejando en pequeñas sentencias lapidarias, su propio aprendizaje como un aforista de la derrota: “El que se acostumbra a perder, no reconoce provecho”, apotegma que se va transfiriendo en su hijo que lo escucha y que inconcientemente se va interesando en los relatos de Alfonso aunque con reticencia, reconociendo ese lado humano y sensible de su padre dado su “costumbre de ver magia en todo. Preferiblemente en lo que no la tiene”.

Los desmanes internos de su hijo, que en apariencia escucha con atención, van difuminándose. Analiza a su padre, se analiza a él mismo. Piensa en qué cosa puede agradecerle ante una sugerencia, ante un consejo, si en su autorreflexión se sabe cruel, un “hijo talidomídico”, con “epidermis de amianto” y “espíritu de teflón”.

Son múltiples las suturas que pueden degustarse en esta novela, tan sólo me referí a unas pocas para que sea usted quien se decante por otros de esos puntos, narrados con destreza y sorprendiendo siempre con su apego a la cruda realidad, dejando muy en claro que la vida no es fácil y que “peor que el fracaso es la sensación de fracaso”.

5 comentarios:

Roy Jiménez Oreamuno dijo...

Muy interesante ese libro, es como una descripción de las relaciones modernas entre padres e hijos.

Es algo tan común eso hoy en día, ese divorcio entre ellos es algo que se da muy a manudo.

A veces los padres no conocen verdaderamente a sus hijos y el tiempo que no pasaron con ellos, al pasar los años pues dolerá.

¿Vos te lees todos esos libros que comentas?
Saludos

Recomenzar dijo...

Interesante punto de vista .Te leo y anoto para no olvidarme.

Saludos desde este lado del sol

A.M. dijo...

Qué buenas pintas tiene esta novela, desde luego que, en cuanto termine la que me ha tocado en el premio, localizaré esta y me la compraré.
Un abrazo muy grande amigo!

Azul... dijo...

Lo dicho, eres maravilloso escribiendo, vaya reseña fabulosa!!! Por supuestísimo, el libro queda anotado para buscarlo por estos lares :)

Un besote!

Anónimo dijo...

...definitivamente, es la sensacion mas que el hecho lo que nos hace padecer...

bonita forma de escribir