“RECUERDE CAMINAR POR LA DERECHA Y CEDA EL PASO”. El can de la gráfica se montó en la escalera mecánica en descenso y después del recordatorio del parlante, como si hubiera entendido, se acomodó a la derecha y cedió el paso de los usuarios más apurados. Algunos se quedaron paradotes del lado izquierdo y alguien dijo «qué vergüenza, hasta el perro es mejor ciudadano».
Con la paranoia que me cargo desde hace un año exactamente después de enfrentarme a las hordas del mal, las cuales salieron victoriosas al robarme todo lo que llevaba conmigo y empotrarte una pistola en el cráneo como regalito de navidad, trato de esconder lo que llevo encima y que supuestamente represente algo de “valor”, así que me costó sacar del súper escondite el celular de primerísima generación para tomarle la foto al simpático usuario (en el caso de los celulares decir que un equipo es de primerísma generación es como remontarse al precámbrico. ¿2 megapixel? Por Dios, qué obsoleto).
“SE LES RECUERDA A LOS SEÑORES USUARIOS NO PASAR LA RAYA AMARILLA, YA QUE LA MISMA ES EL LÍMITE DE SU SEGURIDAD”. Por favor que alguien me explique las negritas. Me disculpan pero yo no lo entiendo. Este alzheimer precoz me trae de cabeza.
Lo cierto es que obedeciendo al mandato del operador escondido tras el parlante, todos obedecieron, incluso el amigo pulgoso, que en plena pose para la foto, no soportó la mordedura de sus minúsculos habitantes. Me lo imaginé pensando «¡Coño, pica pica pica…pica pica pica» y luego rematar con un reconfortante «aaahhhh». Como en Venezuela somos tan solidarios, todas las personas que vieron que iba a tomarle una foto se apartaron, excepto el despistado de la derecha (bueno, estaba en su derecho de quedarse, no?)
Se abre el vagón, el ser de cuatro patas entra, echa un vistazo a su derecha y nada; luego a su izquierda, y nada. Los gestos fueron como si estuviera buscando a alguien. Sonó el cierre de puertas y salió como un rayo del tren. Mozart iba con todos los hierros en mis oídos y en la próxima estación, el caos: entra una inmensa manada de personas desaforadas por conseguir un puesto, lanzan codazos, improperios, carajazos, como digo yo: “patá y kunfú”…
La que se sentó a mi lado venía con uno de esos celulares con parlantes. Me pregunto si es que se dañan si le conectan unos audífonos. Qué extraña necesidad de muchos el querer ambientar musicalmente los vagones del metro. Es como si el silencio, como si el roce metálico con los rieles les afectara el cerebro, razón por la cual someten a todos con sus exquisitos gustos musicales: esta venía –para variar- con un reguetón. Qué calificativo se le puede dar a esta música, escoja usted amable lector.
De Mozart salté a Vivaldi, así que decidí subir el nivel de volumen. Seguramente se dirán ustedes, con toda la ironía y sarcasmo del mundo «Oh, qué ser tal culto y tal….qué clásico» Aclaro, sí, me gusta y para leer mucho más, pero así como disfruto de esta música, me paso con total desparpajo a la salsa cabilla, por ejemplo.
Luego, la que venía al frente competía con una exquisitez antioqueña, lo cual hizo clic y ambiente automático con el libro que me cargo de Andrés Caicedo, qué berraco hermano, y el suicidio insinuándose a mitad del texto.
Decido levantarme y quedar ensardinado en la mitad del vagón, falta poco. El Verano –presto- de Vivaldi va con todo y se da el respectivo intercambio de tropeles humanos en la estación de turno. Concluyó la lectura, así que cambio de música clásica a algo más anglo, me tropiezo con Alicia Keys, del carajo. Arranca el tren y en seguida se activa la alarma insistentemente y tras el agudo sonido se oye un desgarrador «mamiiiiii…mamiiiiii». La pobre y desesperada madre mientras buscaba a su hijo de unos ¿cinco añitos? en el andén, éste se alejaba de una estación a otra con un montón de extraños a su lado. No quiero emitir ningún comentario sobre esto ya que –creo- esto pudiera pasarle a cualquiera, pero hay qué ver, no? En fin…estaba más concentrado en esquivar las esquirlas putrefactas que salían del lusitano que venía a mi lado con su mano derecha pegada al techo y de cuya axila se desprendían guacales de cebollas pasadas de fecha. Una señora –valiente ella- le ruega que baje el brazo. Lanzo la mirada al techo no sé si para contener un ligero intento de sonrisa o para hallar algunos centímetros cúbicos de aire respirable. La publicidad en el techo –muy moderna ahora- dice algo como “Ariel, tu mejor aroma” o algo así…«el usuario de al lado sería perfecto para la cuña» -pienso.
Se abren las puertas del vagón y todos huimos; la bocanada de aire no tan fresco pero inodoro acaricia mis adenoides; el niño pasa a manos de un operador del metro a la espera de la descuidada madre; luego el parlante continúa con su labor:
“SE LES RECUERDA A LOS SEÑORES USUARIOS TOMAR A SUS NIÑOS DE LAS MANOS”, a lo cual yo le añadí: “Y ASEARSE ANTES DE SALIR DE CASA”.
Con la paranoia que me cargo desde hace un año exactamente después de enfrentarme a las hordas del mal, las cuales salieron victoriosas al robarme todo lo que llevaba conmigo y empotrarte una pistola en el cráneo como regalito de navidad, trato de esconder lo que llevo encima y que supuestamente represente algo de “valor”, así que me costó sacar del súper escondite el celular de primerísima generación para tomarle la foto al simpático usuario (en el caso de los celulares decir que un equipo es de primerísma generación es como remontarse al precámbrico. ¿2 megapixel? Por Dios, qué obsoleto).
“SE LES RECUERDA A LOS SEÑORES USUARIOS NO PASAR LA RAYA AMARILLA, YA QUE LA MISMA ES EL LÍMITE DE SU SEGURIDAD”. Por favor que alguien me explique las negritas. Me disculpan pero yo no lo entiendo. Este alzheimer precoz me trae de cabeza.
Lo cierto es que obedeciendo al mandato del operador escondido tras el parlante, todos obedecieron, incluso el amigo pulgoso, que en plena pose para la foto, no soportó la mordedura de sus minúsculos habitantes. Me lo imaginé pensando «¡Coño, pica pica pica…pica pica pica» y luego rematar con un reconfortante «aaahhhh». Como en Venezuela somos tan solidarios, todas las personas que vieron que iba a tomarle una foto se apartaron, excepto el despistado de la derecha (bueno, estaba en su derecho de quedarse, no?)
Se abre el vagón, el ser de cuatro patas entra, echa un vistazo a su derecha y nada; luego a su izquierda, y nada. Los gestos fueron como si estuviera buscando a alguien. Sonó el cierre de puertas y salió como un rayo del tren. Mozart iba con todos los hierros en mis oídos y en la próxima estación, el caos: entra una inmensa manada de personas desaforadas por conseguir un puesto, lanzan codazos, improperios, carajazos, como digo yo: “patá y kunfú”…
La que se sentó a mi lado venía con uno de esos celulares con parlantes. Me pregunto si es que se dañan si le conectan unos audífonos. Qué extraña necesidad de muchos el querer ambientar musicalmente los vagones del metro. Es como si el silencio, como si el roce metálico con los rieles les afectara el cerebro, razón por la cual someten a todos con sus exquisitos gustos musicales: esta venía –para variar- con un reguetón. Qué calificativo se le puede dar a esta música, escoja usted amable lector.
De Mozart salté a Vivaldi, así que decidí subir el nivel de volumen. Seguramente se dirán ustedes, con toda la ironía y sarcasmo del mundo «Oh, qué ser tal culto y tal….qué clásico» Aclaro, sí, me gusta y para leer mucho más, pero así como disfruto de esta música, me paso con total desparpajo a la salsa cabilla, por ejemplo.
Luego, la que venía al frente competía con una exquisitez antioqueña, lo cual hizo clic y ambiente automático con el libro que me cargo de Andrés Caicedo, qué berraco hermano, y el suicidio insinuándose a mitad del texto.
Decido levantarme y quedar ensardinado en la mitad del vagón, falta poco. El Verano –presto- de Vivaldi va con todo y se da el respectivo intercambio de tropeles humanos en la estación de turno. Concluyó la lectura, así que cambio de música clásica a algo más anglo, me tropiezo con Alicia Keys, del carajo. Arranca el tren y en seguida se activa la alarma insistentemente y tras el agudo sonido se oye un desgarrador «mamiiiiii…mamiiiiii». La pobre y desesperada madre mientras buscaba a su hijo de unos ¿cinco añitos? en el andén, éste se alejaba de una estación a otra con un montón de extraños a su lado. No quiero emitir ningún comentario sobre esto ya que –creo- esto pudiera pasarle a cualquiera, pero hay qué ver, no? En fin…estaba más concentrado en esquivar las esquirlas putrefactas que salían del lusitano que venía a mi lado con su mano derecha pegada al techo y de cuya axila se desprendían guacales de cebollas pasadas de fecha. Una señora –valiente ella- le ruega que baje el brazo. Lanzo la mirada al techo no sé si para contener un ligero intento de sonrisa o para hallar algunos centímetros cúbicos de aire respirable. La publicidad en el techo –muy moderna ahora- dice algo como “Ariel, tu mejor aroma” o algo así…«el usuario de al lado sería perfecto para la cuña» -pienso.
Se abren las puertas del vagón y todos huimos; la bocanada de aire no tan fresco pero inodoro acaricia mis adenoides; el niño pasa a manos de un operador del metro a la espera de la descuidada madre; luego el parlante continúa con su labor:
“SE LES RECUERDA A LOS SEÑORES USUARIOS TOMAR A SUS NIÑOS DE LAS MANOS”, a lo cual yo le añadí: “Y ASEARSE ANTES DE SALIR DE CASA”.
1 comentario:
Me encanta la música que escuchas mientras lees o vas en camino. Me gusta tanto que la incorporé en mi blog. cariños
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